Foto: Zigazou76 (flickr)
Organizado por varias instituciones, empresas y organizaciones (ESADECREAPOLIS, Flowlab, y CEG), en colaboración con el Departamento de Salud de Cataluña y el patrocinio de la industria farmacéutica, el jueves 26 de enero tuvo lugar la I Jornada de Innovación, Transformación y Excelencia en los Servicios Sanitarios (ITESS) acerca de "El reto del paciente crónico frágil". Se planteaba (una vez más) la necesidad de abordar la atención al paciente crónico como oportunidad para innovar y avanzar en la gestión del propio sistema sanitario. En este caso se pretendía tratar el tema: “de una manera amplia y abierta a todos los implicados: pacientes y sociedad, profesionales de la salud, instituciones, empresas y administraciones relacionadas con la salud. Se quiere promover el cambio necesario en el ámbito sanitario y facilitar herramientas para que los profesionales y los diversos agentes implicados puedan hacerlo realidad. La atención al paciente frágil, es una atención que necesariamente se debe enfocar como proceso, identificando y gestionando la implicación de todos los agentes, para ser capaces de dar un servicio de calidad a todos los grupos de interés. Por todo ello, el objetivo principal de esta Jornada era reflexionar sobre los retos de transformación que afrontará en el futuro la atención sanitaria y concretamente el proceso de atención al paciente crónico frágil: como se ha de enfocar su gestión – bajo qué modelo-, qué herramientas de gestión hay al alcance de los centros sanitarios, los profesionales y qué buenas prácticas de referencia pueden ser de utilidad.”
(En #ITESS de Twitter pueden seguirse los comentarios más relevantes de la jornada).
A mi juicio la mesa más interesante fue: ¿Cómo conseguir pacientes co-responsables? Con la participación de Kate Lorig, Directora del Stanford Patient Education Research Center y Simon Knighton, Director of Matrix-s (United Kingdom), moderada por el Dr. Albert J. Jovell, Presidente del Foro Español de Pacientes.
La Dra. Kate Lorig, creadora en los años 80 del programa de “paciente experto” de la Universidad de Stanford dejó uno de los mensajes más claros: Con los pacientes hay que trabajar y centrarse en lo real y dejar de trabajar o pensar en lo ideal: perseguir objetivos reales [concretos] y no ideales.
Por su parte, Simon Knighton, anterior 'chief executive' del Expert Patients Programme Community Interest Company en el Reino Unido, recordó algo que puede parecer obvio o elemental, pero que no lo es tanto: El objeto de nuestro trabajo [el paciente] no es algo nuevo...
Puede definirse la innovación como el proceso de creación y desarrollo de productos, procesos, servicios, tecnologías o ideas mejores o más útiles y eficaces para hacer frente y satisfacer una determinada necesidad (o deseo). La innovación difiere de la invención en que la primera se refiere a la utilización de una nueva idea o método, mientras que la invención se refiere más directamente a la creación de la idea o el método en sí. La “gestión de la innovación” consistiría en el conjunto de estrategias, tácticas y operaciones que se aplican para (en) el desarrollo de la innovación.
En el artículo editorial del primer número de la Revista de Innovación Sanitaria y Atención Integrada (RISAI), uno de los editores comentaba, hace ya casi tres años, que la palabra innovación se había hecho omnipresente, alcanzando el don de la ubicuidad, al haberse convertido en los últimos años en una fuerza conductora de casi todo el pensamiento organizativo y social. Añadía que, por sus especiales características, en el sector sanitario, “poco expuesto a las fuerzas de mercado y con fuerte dependencia de las políticas públicas (al menos en nuestro entorno), la innovación sanitaria es [un] camino de progreso y vía de solución de los distintos retos descritos.”
La innovación de productos o servicios ha adquirido una importancia creciente como motor de cambio de la competitividad empresarial de las economías avanzadas. Ello ha sido el resultado de diversos factores, como la globalización, la entrada de nuevos competidores de países en desarrollo con estructuras de costes más favorables, el perfil de los clientes cada vez más informados y exigentes, la diferenciación o la necesidad de disponer de un producto competitivo para acceder a nuevos mercados (y más en las situaciones de crisis o recesión económica).
Proceso de desarrollo de un producto o servicio
Así pues, innovación es un término ubicuo, en boca de todos. Para algunos, algo así como la “medicina de la competitividad”. Se elaboran indicadores, estadísticas e informes por sectores y empresas; distintas escuelas de negocios (ESADE, IESE, EOI…) crean asignaturas, tecnología y centros para la creatividad, para pasar de la idea (la conocida I+D) hasta la materialización (la menos conocida +i), para el fomento de una cultura de la innovación…
En el ámbito sanitario, la efectividad de los procesos pasa por mantener un adecuado equilibrio entre las innovaciones diagnósticas y terapéuticas. El diseño de sistemas de atención y las tecnologías de la información deben estructurarse de acuerdo a la mejor evidencia y experiencia, una formación constante y una adecuada revisión de los ‘‘productos’’ que ofrecen los procesos sanitarios ofertados. Para ello, debe mantenerse constantemente el objetivo en el paciente, incrementando constantemente la calidad, la seguridad, el conocimiento y el valor desarrollado en cualquier modelo sanitario, lo que puede llevarse a cabo mediante la aplicación al sector de técnicas de reingeniería de procesos sanitarios como las empleadas en otros sectores.
Pero lo cierto es que, igual que ha ocurrido con otros términos como calidad, excelencia, seguridad o eficiencia, -que han llegado a convertirse en auténticos comodines cuyo significado es cada vez más difícil de acotar-, palabras como cambio, progreso, o innovación han perdido gran parte de su sentido original y han sido en gran medida usurpadas por el poder tecnoeconómico, erigido en encarnación de todas ellas...
En cualquier caso, la incorporación y difusión de cualquier innovación (también en el ámbito sanitario) es un problema multifactorial y, como en su día puso de manifiesto el sociólogo norteamericano Everett M. Rogers en su teoría de la difusión de las innovaciones, la implantación viene condicionada por numerosos elementos. Su conocido modelo de adopción de innovaciones sigue vigente:
La introducción de la innovación en los Sistemas Sanitarios: Un problema multifactorial
En cualquier caso, la incorporación y difusión de cualquier innovación (también en el ámbito sanitario) es un problema multifactorial y, como en su día puso de manifiesto el sociólogo norteamericano Everett M. Rogers en su teoría de la difusión de las innovaciones, la implantación viene condicionada por numerosos elementos. Su conocido modelo de adopción de innovaciones sigue vigente:
Hace ahora justamente un año, en enero de 2011, se hacía público un documento sobre las recomendaciones para mejorar la adopción de las innovaciones sanitarias y su utilización en la sanidad española, elaboradas a partir de una Jornada organizada por la OMC, la Fundación para la formación de la OMC y la Fundación Kóvacs. Tras reconocer y constatar que “la adopción injustificada y el uso inapropiado de las innovaciones sanitarias merma la calidad de la asistencia sanitaria, expone a los pacientes a riesgos injustificados, y genera un derroche de recursos sanitarios que, por su magnitud, amenazan la sostenibilidad del SNS”, el informe recogía una serie de conclusiones y recomendaciones técnicas e institucionales. Entre las más significativas se encuentra la de exigir a la Administración que mejore el proceso de adopción de las innovaciones sanitarias, y el control de uso apropiado de las tecnologías que se aplican. Asimismo, recomienda que las Agencias de Evaluación de Tecnologías Sanitarias incrementen la publicidad y transparencia en sus informes, y a los gestores y responsables sanitarios que dejen de financiar aquellas tecnologías cuya eficacia y efectividad no estén suficientemente contrastadas.
Un reciente artículo editorial de la revista GCS (vol 13, Número 2. Verano de 2011) insiste en la necesidad de revisar las limitaciones y deficiencias en la incorporación de nuevas tecnologías al SNS y recuerda que “hay bastantes evidencias que apoyan que es la innovación la responsable de la mayor parte del aumento del gasto de los sistemas sanitarios.”
Así las cosas, parece oportuno apoyar algunas de las “Diez propuestas desde la mitad oscura” que hacía Sergio Minué en su blog El Gerente De Mediado. Seleccionamos cuatro de ellas, pero es muy recomendable revisar todas ellas:
1. No Innovar: ¿Por qué no pedir (…) una moratoria de innovaciones en los servicios sanitarios españoles, que costarán inevitablemente mucho dinero y cuya efectividad está por demostrar, al menos hasta que pase la crisis?
2. Evaluar los “crecepelos” sanitarios y demás innovaciones milagrosas: Muchas de las grandes esperanzas de cambio organizativo no han demostrado aún su efectividad, al menos respecto a las expectativas generadas por sus impulsores.
3. Pedir la documentación a los evaluadores: Proliferan por cada comunidad instituciones y negociados diversos dedicados a evaluar y acreditar centros, servicios y profesionales. Al margen de la inmensa burocracia que generan, aún desconocemos si sus procedimientos han servido para mejorar el desempeño de lo que evalúan.
4. Estimular el "pensamiento negativo": …buscar y vigilar la posible aparición del fallo. Un poco más de cautela y crítica y algo menos de optimismo complaciente.
En definitiva se trata de “desinvertir” en lo que no añade salud, suprimir lo inapropiado y fútil para reinvertir en lo realmente efectivo y eficiente. Hay que volver a preguntarse ¿qué es bueno para el enfermo?
Desinvertir es eliminar práctica médica, medicamentos o tecnologías para los que existe evidencia científica de que aportan poco o ningún beneficio a la salud. Significa dejar de hacer aquellas intervenciones que pueden ser claramente ineficaces, es decir, que tienen un escaso o nulo valor. Suprimir las intervenciones que pueden ser inseguras, es decir, aquellas cuyos riesgos superan a los beneficios. Cambiar las intervenciones que pueden ser innecesarias por otras alternativas más sencillas, menos agresivas y más económicas. Eliminar las intervenciones inútiles, que ya no aporten valor al paciente, así como las que sean inclementes, cuyo resultado sea una calidad de vida inaceptable, o las intervenciones que podrían considerarse y ser calificadas de insensatas, con un coste desproporcionado y efectos muy limitados. Algo que ya sabíamos por Bryan Jennet (Br Med J 1984 ; 289(6460): 1709–1711)
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Y un último mensaje de Kate Lorig, por si a alguien se le había olvidado:
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