Piquetes sindicales a las puertas del hospital Gregorio Marañón de Madrid. DOMINIQUE FAGET (AFP)
Algunas reflexiones al día siguiente de una huelga general
Hace unas semanas hablábamos en otra entrada del blog de cierto clérigo cuyas manifestaciones acerca de la función pública habían generado alguna polémica.
Por razones bien distintas, aunque también hayan sido objeto de controversia y atención en los medios, hablamos hoy de otro prelado, monseñor Antonio Algora, obispo de Ciudad Real, a propósito de dos cartas pastorales difundidas en su diócesis, en las que se refiere a la reforma laboral aprobada por el Gobierno.
Aunque recomendamos su lectura íntegra, merece la pena destacar algún párrafo significativo de ambas:
4 de marzo 2012. La reforma laboral, ¿y ya está?
“Hemos de reflexionar, pues, sobre la situación que va a seguir creando la Reforma Laboral publicada por el Gobierno, pero sí podemos adelantar que es injusto que, con todo ello, el peso de la Crisis esté cayendo sobre los hombros de los trabajadores”.
18 de marzo 2012. A vueltas con la reforma laboral
“…de lo que sí estamos en condiciones de juzgar es de la bondad o maldad de una Ley que rebaja claramente los derechos de los trabajadores respecto a situaciones anteriores, y lo peor es que llevamos muchos años ya de nuestra democracia donde siempre los perdedores en el concierto social, repito, siempre, son los mismos y siempre los más débiles”.
Como era lógico, las reacciones –en uno u otro sentido, es decir, a favor o en contra- no se han hecho esperar. Pueden verse dos ejemplos en El digital de Castilla-La Mancha, del día 27 de marzo, y en el ABC-Ciudad Real del día 28 de marzo.
Porque parece evidente que hay otras opciones, como escribe Fernando Vallespín (El País, 30-3-2012): “Liderar no equivale a laminar el disenso en nombre de medidas que se presentan como dogmas infalibles. Debería ser más bien la condensación activa del mínimo común denominador de los intereses del país”.
Precisamente en un momento en que “todas nuestras contradicciones económicas se han agudizado hasta el punto de colocarnos bajo los temibles focos del análisis económico internacional. Un país tan endeudado y bajo políticas tan descaradamente contractivas no tiene más horizonte que la recesión, el aumento del desempleo y el aplazamiento ‘sine die’ del crecimiento económico”.
Pero es que, además, lo que está en juego no son solo cuestiones económicas, sino también sociales y sanitarias, cabe decir el propio modelo de sociedad. Tal vez algunos crean todavía que el desempleo, la inestabilidad laboral, el tipo o las condiciones de trabajo no tienen relación con el estado de salud y, por tanto, con la morbilidad, la mortalidad o la calidad de vida…
Con respecto al entorno laboral, al menos desde que Bernardino Ramazzini, considerado el fundador de la medicina del trabajo, publicara su De Morbis Artificum Diatriba, en 1710, sabemos de la importancia de estos aspectos sobre la salud individual de las personas.
Y hace ya mucho tiempo que se conocen suficientemente los determinantes sociales de la salud (y la enfermedad), que la OMS define como “las circunstancias en que las personas nacen, crecen, viven, trabajan y envejecen, incluido el sistema de salud. Esas circunstancias son el resultado de la distribución del dinero, el poder y los recursos a nivel mundial, nacional y local, que depende a su vez de las políticas adoptadas”. En una entrada del 22 de octubre sobre salud pública destacábamos un buen número de documentos al respecto.
Recoge Rafa Cofiño en su blog Salud comunitaria un conmovedor texto de Patricia Escartín Lasierra, médica de familia y comunitaria en Aragón, (¿Por qué hacemos huelga? Por su salud), del que merece la pena transcribir algunas líneas:
“Sí que le voy a hablar [se refiere a una paciente] de la precariedad laboral y de cómo influye en la salud. De cómo su hijo, parado de larga duración, tiene un riesgo de mortalidad un 20% superior que cualquier trabajador, independientemente de los ingresos que perciba y además también tiene más probabilidades de tener una enfermedad cardiovascular, una enfermedad infecciosa, un tumor o una depresión; pero eso usted ya lo sabe, porque viene a por sus recetas mientras él hace entrevistas y cursos del INAEM. También le contaré cómo en los trabajos temporales aumentan casi tres veces los accidentes mortales y no mortales con respecto a los contratos indefinidos; pero eso usted también lo sabe, porque su otro hijo, el que trabaja ahora en la cadena de montaje, casi se mata un día en la anterior empresa para la que trabajó. Como también sabe, porque la ve, que su nuera tiene cada día peor cara y ya me dice que “esto de los turnos la está matando, que me tengo que encargar yo de los críos, con lo que me duelen las rodillas, que ya sabe que no puedo andar”. Y yo asiento y le pregunto entonces si no cree que la reforma laboral no va a hacer sino empeorar esta situación: más contratos basura, más despidos y más baratos…”
Así las cosas, y empleando también unas palabras del artículo de la doctora Escarpín, uno no puede sino “ser consecuente y no aceptar que se siga atentando contra la salud de las personas en forma de recortes y reformas laborales que poco tienen que ver con el bienestar de la ciudadanía”.
Evidentemente, las cosas no están bien...