Una medicina que procura ser al mismo tiempo honorable, moderada, asequible, sostenible y equitativa debe reflexionar constantemente sobre sus fines.
Una vez más la “medicina espectáculo” proporciona llamativos titulares de prensa:
En días pasados un equipo médico del Hospital Valle Hebron, de Barcelona, ha logrado separar con éxito por primera vez en Cataluña a dos siamesas que estaban unidas por el abdomen y que compartían el hígado.
Más allá de la peripecia individual del caso y del feliz desenlace para las niñas,-Nuria y Marta- que indudablemente supone una excelente y magnífica noticia, resulta inevitable hacer un juicio crítico y una severa valoración sobre la forma de trasladar a la opinión pública este tipo de hechos.
La noticia supone, en primer lugar, el reconocimiento de un logro más del sistema sanitario público de este país, (tan denostado y sometido a escrutinio en los momentos actuales). Pero al mismo tiempo sirve para ilustrar algo a lo que se refería José Ramón Repullo en un artículo publicado hace un par de años: “… tanto la medicina como los sistemas sanitarios perseveran obstinadamente en el paradigma actual de respuesta asistencial, buscando el virtuosismo en procedimientos e intervenciones singularizadas, más que en procesos integrados y trayectorias pluripatológicas de pacientes”.
Señalaba también al “complejo mediático” llevado casi en exclusiva por lo noticiable (lo novedoso y lo adversarial), que contribuía a un “ciclo de entropía creciente” y alimentaba el desencuentro entre los distintos agentes del sistema sanitario: políticos, industria, pacientes y profesionales.
Es también un buen ejemplo de lo que Salvador Peiró y Enrique Bernal denominaron hace unos años como “fascinación tecnológica”:
“Un sistema más preocupado por disponer del último gadget que por resolver, con las tecnologías disponibles o nuevas, los problemas corrientes de los pacientes. En cierta forma, un sistema que aborrece las afecciones más habituales y poco sofisticadas de los pacientes, pero muy cualificado para resolver los más inusuales problemas complejos”.
Hace pocas semanas, otro gran hospital anunciaba también a bombo y platillo, con enorme aparato publicitario y gran despliegue mediático, la implantación de un corazón artificial a un paciente, lo que se presentaba como una intervención pionera en Cataluña: Un hombre de 57 años recibe el primer implante de corazón artificial en Cataluña (21/2/2012).
Lamentablemente, y por desgracia, un día después el hombre enfermo fallecía…
Falta de humildad o de prudencia, escaso sentido crítico, ciertas dosis de inmodestia o exceso de autoestima, (que otros tal vez calificarían como una muestra de soberbia y delirios de omnipotencia), han convertido a la medicina moderna en un espectáculo mediático, nuevo objeto de consumo, con series de culto de temática médica en televisión (con alta tecnología y vistosos profesionales superespecialistas, por supuesto), exhibicionismo y orgullo desaforados.
Hay que recordar que hasta hace relativamente poco tiempo, de estos éxitos solo se beneficiaban los pacientes. Se daba cuenta del hallazgo, del descubrimiento o del logro técnico en revistas científicas o en congresos y se difundía entre quienes de verdad debían de saberlo. El auge de cierta prensa sensacionalista y del periodismo amarillo nos ha llevado hasta aquí…
Es en estos “tiempos líquidos” en los que el sociólogo Zygmunt Bauman ha sugerido que el exceso se ha constituido en un precepto de la razón contemporánea, en una existencia de exposición frenética a la apertura y a la experimentación hedonista, más allá de comedidos dictámenes contables.
Como recordaban Luís David Castiel y Carlos Álvarez Dardet (Las tecnologías de la información y la comunicación en salud pública: las precariedades del exceso) parece que en este campo el exceso ha pasado a ser el patrón de referencia, haciendo muy pequeño el espacio de las contenciones normativas. El exceso, antes contemplado como descontrol que conducía al desperdicio y debía ser evitado, ahora es deseado como «norma», significando la ampliación casi ilimitada de posibilidades, más allá de los controles, que son percibidos como restricciones inconvenientes. Nada es ya demasiado si el exceso se hace «norma» y deja de ser considerado como algo concreto que se pierde, para ser una referencia que remite a ganancias y placeres, actuando como ilusión seductora, como virtualidad imposible de ser actualizada en su totalidad para sujetos heterónomos, vulnerables, pero que no se someten a normas, aún pagando por ello un alto precio.
Todo ello da origen a la aparición de expectativas irreales y desmesuradas, prejuicios, estereotipos, desconocimiento y, en última instancia, a una mayor desinformación del ciudadano medio.
En mayo de 2007 la propia OMC hacía un llamamiento y rechazaba el uso de la medicina como mero espectáculo y objeto de consumo indiscriminado:
“…la sociedad de consumo ha desarrollado y acelerado una sociedad de bienestar permanente en donde la “proliferación de nuevos conceptos de placer y confort” genera una demanda ilimitada de deseos en “ocasiones difíciles de satisfacer”. Dentro de esta demanda ilimitada se ha creado también un nuevo concepto de la “medicina como un bien de consumo ilimitado al servicio de los intereses del mercado”, lo que ha generado una clara producción artificial de “necesidades sanitarias de promoción personal y búsqueda de clientes que en nada tiene que ver con la función de la medicina”.
De hecho, el art. 65 del vigente Código de Deontología Médica establece que:
“El médico podrá comunicar a la prensa y a otros medios de difusión no dirigidos a médicos, información sobre sus actividades profesionales”. Pero, al mismo tiempo, este mismo precepto exige que la publicidad sobre las actuaciones médicas sea “objetiva, prudente y veraz, de modo que no levante falsas esperanzas o propague conceptos infundados”.
En 2003 Vicente Verdú llamaba la atención en un artículo (La medicina como espectáculo) sobre “el enorme valor [papel] de la medicina en las ‘performances’ de nuestro tiempo”:
“…no se trata tan sólo ahora de clonar ovejas, producir ratas fluorescentes, injertar caras o separar siamesas. Un amplio surtido de actos médicos aspira a hacerse importante gracias al espectáculo de lo real. (…) Lo decisivo del acto médico no proviene necesariamente ahora del avance en el conocimiento, sino en la magnitud del acontecimiento”. (…) Miles de pacientes salvados a lo largo del mundo con ese mismo gasto no son televisables, pero un suspense encuadrado entre las paredes de un hospital de Raffles sí”.
Con la exclusiva intención de representar lo inédito más allá del valor informativo de un acontecimiento, en el ámbito de la medicina, de la atención sanitaria y la salud los medios transmiten (muchas veces) involuntariamente desinformaciones, estimulan posiciones de prejuicios, que según el caso dan lugar a la posibilidad de reacciones alarmistas desproporcionadas u ofrecen una imagen deformada de la realidad:
“Primero fue el trasplante de manos, en 2006. Luego llegó el de brazos por encima de los codos (2008) y el de cara (2009). Ayer, el Ministerio de Sanidad dio su visto bueno para que el cirujano Pedro Cavadas supere una nueva frontera y aborde en el hospital La Fe de Valencia el injerto de ambas piernas, una intervención que sería la primera del mundo”.
Véase si no, cómo la simple enumeración de los titulares conforma una imagen frívola (casi lúdica o deportiva) de la búsqueda de un récord o del “más difícil todavía”:
El cirujano Pedro Cavadas atiende a los medios (EFE)
Y claro, igual que existen “jueces estrella”, de trayectoria discutida y sujeta a crítica y controversia, también hay “médicos estrella”: El cirujano de las manos de oro. (20/8/2009)
En fin, hace ya tiempo que se han llevado a cabo intentos para establecer protocolos éticos y formatos expositivos protocolizados para los medios de comunicación. Esta preocupación existe, por ejemplo, en el documento “Guidelines on science and health Communications”, (Pautas para la comunicación en ciencia y salud), elaborado conjuntamente en 2001 por la Royal Institution of Great Britain, Social Issues Research Centre y The Royal Society.
No parece que hayamos avanzado mucho.
Hablábamos en una entrada anterior de un excelente trabajo de Victoria Camps en el que recordaba las virtudes que todos los sanitarios que busquen la excelencia en su desempeño profesional deberían adquirir y cultivar:
· Benevolencia
· Respeto
· Cuidado
· Sinceridad
· Amabilidad
· Justicia
· Compasión
· Integridad
· Olvido de uno mismo (self-effacement)
· Prudencia
Todas son importantes, sin duda, pero para el tema que nos ocupa tal vez convendría insistir y hacer hincapié en las tres que aparecen listadas al final…
Conforme iba leyendo no he podido evitar recordar a Joseph Merrick (El Hombre Elefante) y de cómo el espectáculo de la enfermedad ha ido evolucionando desde la farándula a la medicina-espectáculo, como tú la denominas.
ResponderEliminarDiego
Es cierto, Diego (una excelente película de David Lynch, por cierto). El ritual, la liturgia y la "puesta en escena" del proceso terapéutico siempre han jugado su papel... Al fin y al cabo, la Medicina como forma de enfrentarse a la enfermedad, la discapacidad (incluyendo la deformidad y la anormalidad), y la muerte, se origina a partir de prácticas de brujos, chamanes, hechiceros y sacerdotes. Parece que hubiera un cierto "revival"...
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