domingo, 4 de marzo de 2012

Sobre pestes, médicos, enfermos y pacientes (s. XVII)

            Compendio de Medicina (c. 1665)

Hablábamos en una entrada anterior de los médicos y profesionales sanitarios del s. XVII. Comentaremos ahora cuáles fueron las enfermedades más frecuentes de esa misma época y cuál era la situación y posición de los pacientes con respecto a sus relaciones con los médicos.

Por algunos “avisos” y “noticias” de ese periodo, el teatro y las distintas obras literarias, sabemos que las enfermedades más comunes eran las calenturas, garrotillo (difteria), tabardillo (tifus exantemático o “morbo punticular”), las viruelas, fiebres tercianas y cuartanas (paludismo), las alferecíasla hidropesía (edemas) y la litiasis renal, así como diversas dolencias cutáneas y parasitosis, sarna, tiña, etc. A lo largo del siglo se produjeron también importantes brotes de peste  en muchas ciudades españolas.

Existen numerosos testimonios y se conocen con bastante exactitud las cifras de mortalidad que la peste provocó, habiéndose calculado que las epidemias produjeron en el transcurso de la centuria más de un millón de muertos, lo que obliga a atribuir a estos contagios un papel destacado en el estancamiento e incluso descenso de la población española en ese siglo. Como era de esperar también, (siempre los determinantes sociales y económicos de la salud y la enfermedad), sus víctimas se contaban sobre todo entre las clases sociales más pobres y desfavorecidas: mendigos, deplorados, menesterosos y “pobres de solemnidad”. Así lo señalaron algunos autores contemporáneos, como el mismo Baltasar Gracián, (en su novela El Criticón) o el  dominico fray Francisco Gavaldá (1618-1686)  en su obra Memoria de los sucesos particulares de Valencia y su Reino en los años mil seiscientos cuarenta y siete y cuarenta y ocho, tiempo de peste (1651), con palabras muy elocuentes:

«La suerte de la gente que murió fue ésta: caballeros ninguno, porque, menos los oficiales reales y uno u otro [algunos pocos], todos vaciaron la tierra [se fueron]; juristas ninguno; notarios uno u otro; a los entretenidos y gente de paseo dejó Dios para que se sazonaran; los muertos fueron oficiales, labradores y regularmente toda gente de trabajo, a los cuales hallaba el mal cansados y mal alimentados. Lo propio sucedió en las mujeres... vimos en este año una común necesidad y pobreza en Valencia; tanta, que me constó a mí, pasaba mucha gente sólo con pan y uvas. Fue fuerza que este alimento hiciera muchos males».

Como consecuencia de la enfermedad, un número cada vez mayor de personas carentes del soporte económico que protegía a los poderosos, privilegiados, prelados, cabildos, y señores, buscaron amparo colectivo contra estos males mediante la creación de organizaciones y cofradías de asistencia médica y social, en su mayoría vinculadas a los gremios, que les permitieran hacer frente al infortunio de la enfermedad, la invalidez o la orfandad. Fueron los primeros intentos de aseguramiento y mutualismo corporativo frente a la enfermedad.

Data de esta misma época el Compendio de Medicina publicado a finales del s. XVII (c. 1665), y escrito presumiblemente por fray Esteban Villa, monje de San Juan de Burgos y administrador de su botica. En una de sus últimas partes, (que el autor ordena y denomina como TRATADO XII. Epílogo de este Compendio para que tenga efecto el fin del autor), se enumeran y exponen las condiciones que deben reunir el médico, el enfermo, el enfermero y las medicinas, para que tengan efecto, “…se conserve, se recupere, y aumente la sanidad; pero nada de ello tendrá efecto si no concurren cuatro condiciones que señala Hipócrates en el I de los Aforismos, de que con toda brevedad haré mención, que son, que el Médico sea docto; el enfermo obediente; el enfermero puntual, y las medicinas buenas, y de satisfacción”.

En 2003 se realizó una edición facsímil de esta obra gracias al patrocinio de la compañía Pfizer, de la que transcribimos literalmente el siguiente apartado, en el que refiere brevemente las condiciones, el comportamiento y la actitud que deben guardar los enfermos, si quieren sanar, pero insistiendo sobre todo en cómo deben pagar a los médicos que les atienden, destacando la importancia de su trabajo. Resulta curioso ver que todo el apartado se convierte en un alegato en favor de la actividad profesional remunerada de los Médicos y en una defensa y reconocimiento expreso de una relación bastante desigual, digamos muy “comercial”, asimétrica, vertical y clientelar, con un papel bastante pasivo del enfermo, relegado a ser un paciente resignado, obediente y sumiso, obligado incluso a ir a casa del médico, salvo en casos de ser muy amigo, o con persona de mucha autoridad...

En una reciente entrada de su blog, (El paciente no es un cliente, 28-2-2012) se refería de nuevo Miguel Ángel Mañez a esta circunstancia y a la consideración actual de los pacientes como usuarios-clientes, lo que Sergio Minué denomina: Palabras en barbecho: cliente, usuario, paciente, (16-1-2010) y a lo que se refería también en otra entrada posterior: ¿Es el paciente un consumidor?, (28-4-2011), a propósito de un artículo de Paul Krugman.

Y este es el texto del que hablamos:

Del enfermo

«[…] Digo ya del enfermo, el cual, si quiere sanar, tenga puntual obediencia a quien le cura, que por falta de esta fe malogran muchas veces los aciertos del Médico corporal, como nos pasa en los remedios del alma, pues siendo Cristo, bien nuestro, tan sabio Médico de nuestras dolencias, y sus medicinas tan soberanas, las malogramos quedándonos con nuestros achaques, por falta de aplicación, sin la cual no obra en su esfera el agente natural ni el sobrenatural, que es Dios, que no quiere hacer milagros sino en alguna singular necesidad».

«Y como el guardar este respeto y tener esta obediencia el enfermo al Médico es solo por su conveniencia y provecho, debe por los mismos motivos ser muy agradecido al Médico, procurándole pagar con puntualidad y demostración de estimación; pues cuanto en esto fuere más, conocerá más el Médico su cariño y voluntad, pues siempre se desea no tener descontento al que se quiere; y en ninguna cosa se conoce más que en la paga: obras son amores: Operibus credit, ex fractibus forum cognoscetis eos; opera enim illorum sequuntur illos. Cuando no fuera por otra cosa, solo por el cuidado y deseo que tiene de la salud y vida del enfermo; pues me parece que si fuera posible que para cada uno de los nacidos pudiera haber hecho un libro para que se curara, se le llevara a cada uno a su casa sin interés; pero ya que esto no puede ser así, haga cada uno diligencia por donde conservar su vida y salud».

«Porque debe entender todo el mundo que no es oficio tan descansado el del Médico que sabe cumplir con su obligación; que si tuviera, sin dependencia de este ejercicio, lo que hubiera menester aunque fuera con alguna cortedad, ningún Médico de esta calidad lo fuera de ningún Príncipe, pues con todos, y cada uno en el ejercicio, es bien manifiesta la pensión del sufrimiento; y más si no es discreto el enfermo al que asiste, que creyendo más el vulgo que el acierto del Médico, pone excusas a la obediencia de la medicina, que tiene por mejor la más barata. Con que de aquí se infiere que el que pagare mejor al Médico da a entender la estima más, procurando su asistencia; pues de lo contrario debe inferir el Médico que no le hace falta».

«Y entienden muy mal algunos, que con regalar al Médico le pagan, porque a todos los manjares sabe el dinero; lo cual después de haberle pagado es muy bien parecido, pues se le da de gracia lo que entonces no se le debe. Y si se empachan de dárselo en la mano, o todos los días, al fin de la enfermedad llévenselo a su casa, o un regalo, que sobrepuje a la paga; y si no tienen genio de esta puntualidad, o una festividad, o un día de algún gasto, parecerá muy bien que se lo envíen todo, pues no ha hecho poca merced el Médico de haberle visitado con puntualidad sin haberle pagado. Lo cual se debe hacer, no conforme ha sido costumbre, sino conforme se han crecido los precios y los gastos del tiempo; porque es cierto que si los gastos de ahora cien años fueran como los presentes, en los Concilios se hubiera decretado que se diera de limosna de una Misa por lo menos seis reales. Pues, ¿por qué seis visitas, v. gr., no habían de sustentar a un Médico?»

«Hay otros que se curan sin interés, por cierta amistad o parentesco, y estando con achaque leve quiere que le visite dos veces al día, porque puede no enojarse cuando le deja de ver con puntualidad, si se acuerda, que si fuera otro, al pagarle la visita le pareciera, que el Médico tenía muy mala cara; con que diera por bien empleado, que le dejara de visitar».

«Hay algunos que también se excusan de pagar al Médico, porque dicen que son sus amigos; en que más dan a entender que son amigos de su dinero que del Médico. Y pues este es punto de justicia, y no de gracia, no se puede excusar con ninguna formalidad de la paga, pues siempre queda obligado a la satisfacción; sin la cual (pudiendo) ningún Confesor puede absolver, ni el Médico puede tampoco justamente perdonar si no es pobre de solemnidad. A que [quien] si el Médico tiene posibilidad debe socorrer, y si no puede, negociarle las limosnas posibles; porque no hay razón [por la] que el Médico deje de visitar al que le paga bien, y con puntualidad, por visitar a otro que le paga mal, o no le paga».

«Otros quieren que al respecto de sus riquezas el Médico les cure de balde, por la esperanza que podrá tener, [de] que en tal ocasión le hará algún préstamo. A lo que yo digo que el Médico no necesitará de ello, como [si] él y los demás le paguen; porque el que no paga de justicia, menos se puede esperar hará alguna gracia, y porque los ricos lo son porque no dan; pues todos están muy cerca de ser el rico avariento, que bien tendrá en qué ejercitar la caridad el Médico, pues son más los de extrema necesidad en las Repúblicas que los acomodados».

«También se suelen espantar algunos de que el Médico los dejó porque no le pagaban, diciendo por esto que el Médico es un tirano, siendo el tirano verdadero el enfermo, que quiere quedarse y defraudar el trabajo, pasos y estudios ajenos. Y en esto hay raros abusos, pues cuando el enfermo está de cuidado pagan bien y con puntualidad,  y en mejorando, pagan menos o nada, como si hubiera sido delito haberlo mejorado».
[…]
«Con los tales no hay que fatigarse, sino dejarlos encomendados al Barbero más cercano, o a algún Hospitalero, por no faltar a la caridad, y no volver para otro caso: porque no hay razón, que vinculando el enfermo su dinero, no vincule el Médico su libertad, pues no es el Médico esclavo, ni criado de la República, sino un muy honrado ciudadano, digno de la mayor estimación, por gobernador de las vidas y salud de los hombres, a quien las Repúblicas tributan su asistencia».

«Ni es menos insufrible que algunos, paseándose todos los días en las plazas, pretendan que el Médico vaya a su casa a visitarlos; cosa que solo se puede hacer con un muy amigo, o con persona de mucha autoridad: pero hay algunos que porque se llaman Don Guindo, les parece que tienen ya dominio sobre los nobles. Sea pues lo que se fuere, el que tiene pleito, si no está impedido, va a casa del Abogado; hagan pues lo mismo los que con su salud anduvieren de pleito».

«Quieren otros en la calle detener al Médico, que siempre va de prisa a sus visitas, para que les dé remedio, porque ya que no les cueste dinero la medicina, no quieren que les cueste trabajo. A los cuales no sólo no se debe parar el Médico, pero [sino] ni responder, castigando descortesía tan crasa, como lo dice el Espíritu Santo: Ne respondeas stulto iuxta stultitiam suma, ne efficiaris ei similis [No respondas al necio de acuerdo con su locura, no sea que te parezcas a él] Y con lo de Séneca. epist. 40. Quis Medicus ægrotos, in transitu curat? [¿Qué médico se preocupa del enfermo estando de camino?]».

«Otros procuran hacer mérito dando a entender al Médico que le defendieron de alguna calumnia, para que reciba esto en cuenta por paga de sus visitas: lo que no admitirán los doctos, porque no puso nada de su casa; pero puede ser bastante paga para necios, que siempre pretenden la adulación y vanidad. Más sea lo que se fuere, son ya tantos los que quieren tener voto en las obras de los Médicos, como si la Medicina fuera pintura, que se ven a los ojos las imperfecciones, siendo la Medicina la ciencia más oculta que hay, pues [si] aún los teólogos, con ser tan grandes filósofos, no tienen voto, [¿] qué harán los que están negados a todo género de letras? que son por la mayor parte maldicientes; con que [lo cual] sólo pueden reparar en los sucesos y pronósticos, con que [lo cual] su opinión nada importa. Otros muchos abusos hay por culpa de los Médicos, que no digo porque me defiendan del maldiciente, ya que me aborrezcan de verdadero, porque veritas odium parit [la verdad engendra odio]».
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Finaliza el libro con las siguientes palabras: “Recopilando, pues, todo lo dicho (para conclusión de esta obra) porque se puedan fiar los hombres de los Ministros de la Medicina, sea el Médico docto, juez, político, discreto, y caritativo; el enfermo obediente, y agradecido al Médico; el enfermero, entendido, humilde, y puntual; las medicinas, buenas, y de satisfacción; con que se conseguirá el fin del Autor, que pide al lector sea bienintencionado (pues con el malo no hay treguas) para conocer los deseos que manifiesta el Compendio; no por aciertos míos, que no los presumo, sino por beneficio desinteresado de mi voluntad para el bien público; que ruego a Dios se apara honra y gloria de su Majestad soberana”.
 

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