"Toda la vida del alma humana es un movimiento en la penumbra".
Fernando Pessoa. Livro do desassossego
Hace justo una semana, en la mañana del pasado 25 de marzo, el escritor italiano Antonio Tabucchi falleció a consecuencia de un cáncer, en el hospital de la Cruz Roja de Lisboa. Tenía 68 años.
Su último artículo publicado, como escritor comprometido, apasionado e implicado en la vida pública de su país, se refería a la necesidad de “Desberlusconizar a Italia” .
También en una breve entrevista publicada hace dos años en el diario El País, recordaba a Susan Sontag y a “los payasos que guían la suerte del mundo":
“En este momento estamos viviendo un presente absoluto, eterno, y en este presente no veo mucha luz. Veo mucho ruido y mucha oscuridad. No tengo una bola de cristal. El futuro lo predicen los teólogos y los políticos, que repiten eso de: construyamos el futuro”.
Ahora que ha muerto, como dice Manuel Rivas, hasta el histórico tranvía 28 tiene saudade de Tabucchi.
El histórico tranvía 28 de Lisboa
En este pequeño homenaje, transcribo los dos párrafos con los que se inicia y concluye uno de los breves escritos incluidos en Los volátiles del Beato Angelico (1987), obra brillante e inclasificable, compuesta por pequeños pecios, “astillas a la deriva, supervivientes de un todo que nunca ha existido”…
Última invitación
“Para el viajero solitario, aunque raro no del todo imposible, que no se resigna a las formas tibias y homologadas del morir hospitalario que los Estados modernos aseguran y, lo que es más, está aterrorizado por la idea del tratamiento apresurado e impersonal al que la unicidad de su cuerpo será sometida en las exequias, Lisboa ofrece aún una apreciable variedad de elección para un noble suicidio y, por otro lado las más decorosas, educadas y, sobre todo, económicas estructuras para el arreglo de lo que inevitablemente queda tras un suicidio bien realizado: el cadáver”.
[…]
“Sobre otras formas de suicidio, por brevedad, callaré. Pero antes de acabar, por corrección hacia toda una cultura, debo mencionar al menos una. Es una forma peculiar y sutil, requiere entrenamiento, constancia, perseverancia. Es la muerte por Saudade, en su origen una categoría del espíritu, pero también una actitud que se puede aprender si se tiene buena voluntad. El ayuntamiento de Lisboa, desde siempre, ha dispuesto sillas públicas en los lugares privilegiados de la ciudad: los muelles del puerto, los miradores, los jardines desde los que se domina la línea del mar. Muchas personas se sientan allí. Callan, miran a lo lejos. ¿Qué hacen? Están practicando la Saudade. Intentad imitarles. Naturalmente, es un camino difícil de recorrer, los efectos no son inmediatos, a veces es hasta necesario esperar muchos años. Pero la muerte, ya se sabe, está hecha también de esto”.
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