Se cumple hoy un año del inicio de la singladura de este Regimen Sanitatis 2.0 con el lanzamiento de su primera entrada al océano de la blogosfera.
Como conmemoración, (y tal como están las cosas hoy), he considerado oportuno transcribir algunos párrafos de uno de los capítulos del Libro “La Conservación de la salud del cuerpo y del alma” del que ya hemos hablado en un post anterior, en el que se refiere a la virtud de la “Prudencia”, haciendo una llamada a su necesario cultivo y puesta en práctica.
La Prudencia se define como la virtud de actuar de forma justa, adecuada y con cautela. Se entiende también como la virtud de comunicarse con los demás por medio de un lenguaje claro, literal, cauteloso y adecuado, actuando con respeto de los sentimientos, la vida y las libertades de las demás personas...
CAPÍTULO LVI. En el cual se trata como cada cual debe procurar la virtud de la prudencia, pues con ella se vive más dichosamente y se conserva mejor la salud, y se alargan los días de la vida.
Nadie habrá que no entienda de cuanto momento y peso sea para la conservación de la salud la virtud de la prudencia, pues anda siempre acompañada de todas las demás virtudes, como lo dice Cicerón en el quinto [libro] de las Cuestiones Tusculanas. Y San Agustín nos enseña que la prudencia es ciencia de las cosas buenas, de las malas, y las neutras. Y lo confirma en el libro décimo noveno de la Ciudad de Dios, en el capítulo cuarto. Porque la prudencia que está en la parte racional del alma que se dice opinativa o estimativa, con sola su fuerza y virtud, sin el favor de otra alguna parte puede aconsejar a sí y a todos los demás los males y los bienes y prevenir en todas las cosas con altísimo consejo, como se colige de Aristóteles, en el libro sexto de las Éticas, en el capítulo quinto y en el libro de las virtudes. Y Marco Tulio, [Cicerón] en el tercero de la Retórica ad Herennium, nos avisa que por la prudencia podemos tener elección de los bienes o de los males. Y si es así, que la prudencia puede y tiene valor para elegir, y distinguir entre el bien y el mal, no hay duda sino que nos podrá apartar de infinitas ocasiones de males, y de muchos peligros de enfermedades en los cuales cada día vemos que el imprudente e inconsiderado como necio y torpe se deja caer, de los cuales el prudente y avisado se podrá guardar, pues acompañan siempre al tal hombre el amor y la inquisición [indagación, averiguación] de la verdad, la meditación del ánimo, la viveza del entendimiento, con suma atención, con memoria, con deliberación y elección de lo bueno, y con mucho estudio y ciencia. La cuales cosas todas se amonestan y aconsejan al prudente que nunca se confíe de su parecer, si en él no viere todos estos requisitos; pues está escrito, en el capítulo tercero de los Proverbios, que no estribemos en nuestra prudencia. Y en el capítulo duodécimo de la Epístola a los Romanos, que no queramos ser prudentes en nuestra sola opinión. Porque engañados con la filaucía [amor propio, egoísmo] pensando que sabemos mucho, andaremos en grandísima oscuridad palpando las tinieblas, como los hinchados filósofos, que pensando que eran muy sabios quedaron hechos tontos, y se desvanecieron en sus pensamientos. Porque se dejaron llevar de los movimientos del ánimo inconsiderados, movidos de sus propios afectos, de la locura y demencia, del olvido de los humanos acaecimientos, del amor propio, de la mala elección y de las temerarias acciones. Todo lo cual hace muy al revés el que escoge y se abraza con la prudencia, pues todos los bienes y virtudes que puede alcanzar procura de conservarlos, de defenderlos y usar de ellos sabiamente, como lo nota Plutarco en la oración consolatoria a Apolonio, y Macrobio en El sueño de Escipión, en el libro primero en el capítulo octavo, donde dice que el prudente, todo lo que piensa y hace, lo mide con el peso de la razón, y que siempre desde lejos provee en los humanos actos y sucesos varios, como lo advierte también Cicerón en el segundo de De Inventione. Esta tan gran virtud de la prudencia, dice Galeno en el libro que intituló Quod animi mores corporis temperamenta sequantur, [Que los hábitos del alma están en relación con los temperamentos del cuerpo], que procede y se adquiere de la sequedad, como la demencia e imprudencia de la humedad. Y aunque es verdad que esta disposición de cuerpo aprovecha alguna cosa, pero mucho mejor responde Platón en el Fedro , que hace prudentísimo al hombre la divina filosofía, y como también dice Macrobio en el libro primero en El sueño de Escisión, en el capítulo octavo, hace que menosprecie el mundo y todas cuantas cosas hay en él, y que el pensamiento solamente se levante a las cosas altas y divinas. Dicen también que a la prudencia la perfecciona el tiempo y la larga experiencia, juntamente con la observación de los humanos acaecimientos, como lo escribe Marsilio Ficino. Y Cicerón, en el primero de De Legibus, afirma que la naturaleza le da cierta fuerza y virtud. Y el Santo Job en el capítulo duodécimo dice que en el mucho tiempo está la prudencia. (…)
Finalmente, la prudencia, sostiene el autor apoyándose en más citas de autoridad, suele adquirirse con la edad, la reflexión y la experiencia: (…) La senectud con la edad se hace más docta, con el uso más trillada, y con el proceso y discurso del tiempo, más sabia. (…) las canas de los hombres son prudencia.
(…)
En fin, no está de más hacer un llamamiento general a la prudencia, que se traduciría en actuar con sensatez, cordura, diálogo y buen gobierno, es decir, de forma justa, adecuada y con cautela, como decíamos al principio de estas líneas.
Y para celebrar el aniversario, (y el periodo vacacional), incluimos en el post My song, un hermoso tema musical de Keith Jarret y Jan Garbarek, del álbum del mismo título publicado en 1978, con Palle Danielsson al bajo y Jon Christensen a la batería. Una belleza para disfrutar con tranquilidad y... prudencia.
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