Comentaba @jrcerrillop la ‘dureza’ del último post, si bien reconocía que la realidad lo es aún más, como pone de manifiesto el alarmante clima de pesimismo que se ha instalado a nuestro alrededor (Pandemia de pesimismo EL PAÍS 11-5-2012) y que se refleja a través de los medios, en las encuestas de opinión y en las conversaciones de las redes sociales. El bombardeo de malas noticias extiende las emociones negativas, aumenta el malestar, el miedo, la irritación y la ira.
El último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) pone de manifiesto las preocupaciones de los ciudadanos: el paro -con el 80% de las menciones-, seguido de la situación económica (42.7%) y los políticos (30.2%). La sanidad es ya el cuarto problema de los ciudadanos, marcando un récord al ser citado por el 12.4% de los entrevistados.
Hay quienes ponen el foco y llaman la atención lamentando la gran desafección hacia la política y la cosa pública, sin advertir, por otro lado, que nunca ha existido en demasía, por lo que no debiera convertirse en un problema mayor que la atención a solventar los problemas reales de la gente (José Luís Pardo: Desafección. EL PAÍS 6-11-2012).
Advertía Claudio Magris en un breve ensayo “Utopía y desencanto” (1996) en contra tanto de la idealización nostálgica del pasado como de la grandilocuente énfasis catastrofista que parecía invadirlo todo, recomendando que “las nieblas del futuro que se cierne exigen una mirada que, en su inevitable miopía, se vuelva menos miope gracias a la humildad y a la autoironía”. Con la perspectiva de los años transcurridos no está muy claro que esa receta pueda apenas servir hoy como lenitivo en estos tiempos aún más convulsos…
Pero las cosas están cambiando, y la resignación ya no es la única respuesta, como lo demuestra la protesta instalada en distintos frentes: La calle despierta (EL PAÍS 30-11-2012).
Algunos incluso pronostican un preocupante estallido social más virulento y grave. Con todo, parece como si los responsables políticos no lo vieran, no lo supieran “…o quizá sea que han llegado a ese estado de ceguera, necedad y estupidez que les impide salir de su discurso hueco, repetido y refractario”. Suele atribuirse a Goethe la conocida frase: “Prefiero la injusticia al desorden”, pero aunque pueda discutirse la autoría, sí parece obvio que la injusticia genera desorden y mayor conflicto social.
Volviendo al libro de Enrique Gil Calvo Futuro incierto (recordemos, una vez más, que tiene casi veinte años), que veníamos comentando en una entrada anterior, el autor encuentra algunas de las causas del fracaso colectivo de la sociedad en la propia estructura de la economía capitalista, contaminada por una búsqueda improductiva de rentabilidad. Los conceptos de productividad y rentabilidad, extraídos de la jerga económica, inundan hoy las noticias y discursos de la crisis [rentabilidad es la búsqueda de eficiencia (output por unidad de coste) y productividad sería la búsqueda de eficacia (output total). Lester Thurow afirma que, en caso de conflicto y competencia entre dos unidades institucionales, vence no la más rentable, -la más eficiente-, sino la más productiva, -la más eficaz-, lo que explica muchas de las estrategias parasitarias y depredadoras que se vienen produciendo. El último gran ejemplo lo encontramos en el encausamiento judicial del que hasta hace unos meses era el jefe de la principal organización empresarial de España, y se permitía impartir lecciones de ética y moralidad pública a todo el mundo.
“La supeditación de la productividad, como mero subproducto imprevisto de la búsqueda prioritaria de rentabilidad inmediata, es lo que caracteriza precisamente a cierta economía capitalista que se conviene en llamar ‘liberal’ o neoliberal: y ello tanto a nivel ‘micro’ (comportamiento de los agentes particulares, sean individuales o colectivos) como a nivel ‘macro’ (política económica basada en la rentabilidad internacional de la moneda, y no en el crecimiento del producto nacional)”.
Así, frente a la generalizada y permanente denostación de la clase política, Gil Calvo cree que la etiología morbosa hay que buscarla en toda la sociedad: “Para que la clase política ingrese comisiones por tráfico de influencias hacen falta ciudadanos o empresarios dispuestos a cooperar como cómplices o inductores, aceptando u ofreciendo pagar las comisiones. Dicho de otro modo: cada sociedad dispone de las élites políticas, económicas o culturales que se merece”. (…) “la sociedad entera se ha dejado sobornar, convirtiéndose mayoritariamente en una cínica cofradía de mafiosos buscadores de rentas”.
Huérfanos de la certeza, adormecidos –anestesiados- y golpeados por el estupefaciente espectáculo de la crisis y su correlato, corremos el riesgo de caer en la perpleja impotencia, por lo que es preciso “reconstruir un sentido moral radicalmente desarmado, agnóstico, pacífico y civil”. Una ética pluralista en la que sean los procedimientos (no las intenciones ni las consecuencias) lo único que justifique la legitimidad de una acción. Hay señales esperanzadoras: con motivo del extraordinario conflicto sanitario desatado en la Comunidad de Madrid, se hace pública una Carta abierta a los ciudadanos
redactada por casi 600 Jefes de Servicio, explicando las razones por las que se oponen a las medidas planteadas por el Gobierno. Los mismos que hace pocos días enviaban otra carta al Presidente manifestando su oposición al plan de privatización sanitaria propuesto.
Por ello, al mismo tiempo, “el actual desprecio que merecen los políticos, dada su evidente transformación de fanáticos en mercenarios, no debe hacernos olvidar (…) que la realidad social no se reduce a las fuerzas sociales y económicas que anidan en la sociedad civil, sino que obedece también al protagonismo de lo político, como fuerza autónoma conformadora de la historia por derecho propio. Es tan importante la política, por acción u omisión, que no puede dejarse en manos de los políticos tan sólo (y mucho menos en las mercenarias manos de los desmovilizados y desmovilizadores políticos actuales), pues nos jugamos en ello nuestro destino futuro”.
En este panorama resulta urgente “redefinir nuevos objetivos estratégicos capaces de orientar la acción a largo plazo, y salir así del agujero de este estéril oportunismo táctico de mercenarios desmovilizados”.
(…)
“…es así, aprendiendo de la propia experiencia, como las personas y las sociedades logran programar estratégicamente su destino futuro, sin resignarse a ponerse pasivamente en manos de los dioses incontrolables o del ciego azar espontáneo” (…) “la suerte no está echada y nada está escrito de antemano, pues siempre se puede apostar por cambiar la realidad con deliberación y conocimiento de causa”.
“En términos prácticos, esta oposición entre la voluntad de programar democráticamente el cambio social y la negativa conservadora a que resulte posible hacerlo, se traduce en la contraposición entre politización y economicismo. La izquierda progresista antepone la razón política (que busca producir efectos e introducir cambios sobre la realidad social) a la racionalidad económica (que pretende mantener estables los equilibrios básicos mediante las políticas monetaristas de ajuste) con preferencia sobre cualquier posible consideración política”.
El último capítulo del libro, (Pronóstico reservado), como vemos enormemente actual por premonitorio, comienza con una oportuna aclaración: “la pregunta a plantear no es ya ¿qué nos está pasando?, pues eso lo sabemos muy bien; sino que ahora es la de: ¿qué va a pasar?, ya que eso todavía no lo podemos saber. El futuro es incierto e imprevisible, pues no hay posibilidad de respuesta segura alguna.
Pero hay algunas certezas, que deberían servir para movilizarnos y no sucumbir a la indolencia ni a la resignación: “No existe la Revolución, la Redención ni la Salvación, al margen de nuestra personal actividad. Por eso hay que descreer de toda suerte de ideologías utópicas, necesariamente mesiánicas, que aconsejan esperar que baje a salvarnos cualquier fuerza sobrehumana”.
“Con buenos deseos, falsas esperanzas, mentiras piadosas o bellas palabras, no cambiaremos nunca la realidad. Solo la cambiaremos actuando sobre la marcha por experiencia propia, es decir, poniendo ‘manos a la obra’: metiéndonos en faena y poniéndonos a trabajar”.
“…ni Dios ni el Azar hará en nuestro lugar lo que solo nosotros podemos ejecutar”.
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Seguiremos comentando más lecturas al hilo de la actualidad sanitaria...
Las últimas frases corresponden a lo que doy en llamar "responsabilidad individual" .... tenemos pendiente una charla sobre esto.
ResponderEliminarEfectivamente, Juana: Todos tenemos nuestra parte de responsabilidad en lo público. No podemos eludir las obligaciones cívicas y, simultáneamente, protestar o quejarnos. "Solo cambiaremos la realidad actuando sobre la marcha por experiencia propia, es decir, poniendo ‘manos a la obra’: metiéndonos en faena y poniéndonos a trabajar".
EliminarHablaremos.
Difícil escenario: la generación que en su día intentó cambiar el futuro, está saliendo del escenario activo, y la que entra ha vivido engañada por la anterior, creyendo que vivía en una sociedad estable, segura, e incluso opulenta... (milagro español, España va bien, etc.)
ResponderEliminarLos que salen no deben contagiar su pesimismo generacional: lo que pudo ser y no fué... es pura melancolía añosa
repu
Ni siquiera la nostalgia es ya lo que era, José Ramón. Hasta es posible que nosotros mismos, ya algo mayorcitos ahora, viviéramos y estuviésemos muy engañados. De cualquier manera, sea como sea, coincido contigo en que el pesimismo tiene un excesivo prestigio intelectual. Por eso, como dice hoy mismo Manuel Vicent en su columna de EL PAÍS:
Eliminar(http://elpais.com/elpais/2012/12/08/opinion/1354993891_120413.html) "...habrá que imaginar que nada será igual después de esta crisis. Nada se tendrá en pie sin que esta rebeldía difusa de los jóvenes cree una nueva moral, otra justicia, un nuevo estilo de vida".
Es su turno...