“Nos condenan a desaparecer o morir” decía una mujer mayor de Budia, una pequeña localidad de Guadalajara cuya envejecida población apenas si alcanza los 250 habitantes, al conocer la decisión del gobierno regional de Castilla-La Mancha de cerrar el punto de atención continuada que hasta ahora atendía las urgencias nocturnas del municipio junto a las de otras 18 poblaciones.
Casi al tiempo, hablábamos casualmente en estos días en nuestro “Club de Novela Negra” (Librería Taiga, en Toledo), sobre dos novelas en cuyas páginas recuerdan la dura y dolorosa realidad de muchas personas mayores de nuestro tiempo (por lo que se ve en todas las latitudes).
En la primera de ellas, (La mujer de verde) su autor, el islandés Arnaldur Indridason, uno de los más fieles exponentes de la novela negra nórdica “post-Larsson”, hace decir a uno de los personajes:
“…Estaba ya harta de vejestorios que se le morían delante de los ojos o se hacían los importantes, con su vejez y su soledad.”
En la otra, (Liquidación final), con la crisis de Grecia como telón de fondo, Petros Márkaris, excelente narrador de las andanzas y peripecias del comisario Kostas Jaritos, protagonista de sus novelas, utiliza al personaje como hilo conductor para describir la dura realidad de una nación en ruinas, de una juventud bien preparada que duda entre abandonar el país o no, del aumento de suicidios, de la pobreza generalizada. En las primeras páginas aparece la siguiente nota redactada por cuatro ancianas que se han quitado la vida:
“Somos cuatro mujeres jubiladas, solas en el mundo. No tenemos hijos ni perros. Primero nos recortaron la pensión, nuestra única fuente de ingresos, Después tuvimos que buscar a un médico privado para que nos recetara nuestros medicamentos, porque los médicos de la Seguridad Social estaban de huelga. Cuando por fin conseguimos las recetas, en la farmacia nos dijeron que no servían, porque la Seguridad Social les debe dinero, y que tendríamos que pagar las medicinas de nuestro bolsillo, de nuestra pensión recortada. Nos dimos cuenta de que somos una carga para el Estado, para los médicos, para las farmacias y para la sociedad entera. Nos vamos, así no tendréis que preocuparos por nosotras. Con cuatro jubiladas menos, mejorarán vuestras condiciones de vida”.
La vida imita al arte: por momentos sientes una extraña sensación al leer también hace pocas semanas las inconcebibles declaraciones del actual ministro de finanzas japonés refiriéndose a las personas mayores: “Que se den prisa y se mueran”, para aliviar los gastos del Estado en su atención médica. Unas declaraciones inquietantes en una de las sociedades más envejecidas del planeta, en la que el 25% de la población tiene más de 60 años (el propio ministro deslenguado tiene 72 años).
En una entrevista publicada hace un par de meses, el ex-consejero de sanidad del País Vasco, Rafael Bengoa, se refería a una de las peores y más indeseables consecuencias que provoca la política de recortes sanitarios y el establecimiento de copagos para acceder a los servicios y prestaciones sanitarias: “El copago transmite a los pacientes el mensaje de que estorban”.
Efectivamente, los copagos dificultan o impiden en muchos casos la accesibilidad a determinados tratamientos, debilitando además la solidaridad con los más enfermos, los pacientes crónicos, los más viejos y los más pobres. En vez de contribuir a la racionalidad en el uso del sistema sanitario, “lo dificulta a quienes más lo necesitan y se convierte en el parapeto de una mala gestión, cuando no es una justificación de los fraudes a los que están sometidos el sistema sanitario y la sociedad” ("Temerás a los copagos (y a quienes los impongan en vano". J.Gérvas. Acta Sanitaria 4-3-2012).
La perniciosa idea de los más conspicuos teóricos de la “ciencia lúgubre” de maximizar la eficiencia sanitaria a toda costa, primando ésta sobre la idea de equidad, confundiendo –quizás interesadamente- ‘déficit’ con ‘despilfarro’ y gasto ‘superfluo’; la incorporación de la reducción de costes y de los criterios de beneficio y rentabilidad (?) de forma casi exclusiva como elemento directriz y guía para la gestión, se traducirá más pronto que tarde en un incremento de las inequidades (desigualdades injustas) sanitarias y, a medio plazo, en unos peores resultados en salud.
Una reciente encuesta llevada a cabo en centros de salud de Madrid por la Asociación de Defensa de la Sanidad Pública (FASDP), ha demostrado ya que un porcentaje elevado de los pensionistas (16,83%) no retiró alguno de los medicamentos prescritos, a partir del establecimiento del copago en julio de 2012: Casi dos de cada diez pensionistas renuncian a algún fármaco por el copago
Es poco probable que lo hayan hecho, pero algunos responsables públicos parecen haber leído a Platón y tomárselo muy en serio. En su tratado “La República”, argumentaba el filósofo que allí donde los ciudadanos hayan sido bien educados no se requiere de un Estado en el que abunden los tribunales ni los hospitales. La justicia consistiría en que cada uno desempeñe la función que le es propia, de manera que los ciudadanos que se conducen de manera recta y justa no precisarían de ningún juez que les ayudase a resolver sus controversias. De igual forma, los ciudadanos sanos, que se cuidan y no llevan una vida excesivamente cómoda e indolente, no se convierten en un estorbo y no obligan a los médicos a inventar nuevos términos para sus padecimientos y descubrir remedios para ellos:
“Esculapio cuando dictó las reglas de la medicina para su aplicación a aquellos que, teniendo sus cuerpos sanos por naturaleza y en virtud de su régimen de vida, han contraído alguna enfermedad determinada, pero únicamente para estos seres y para los que gocen de esta constitución, a quienes, para no perjudicar a la comunidad, deja seguir el régimen ordinario limitándose a librarles de sus males por medio de drogas y cisuras, mientras, en cambio, con respecto a las personas crónicamente minadas por males internos, no se consagra a prolongar y amargar su vida con un régimen de paulatinas evacuaciones e infusiones, de modo que el enfermo pueda engendrar descendientes que, como es natural, heredarán su constitución, sino al contrario, considera que quien no es capaz de vivir desempeñando las funciones que le son propias no debe recibir cuidados por ser una persona inútil tanto para sí mismo como para la sociedad.”
(…)
“…cuando en una ciudad prevalecen licencia y enfermedad, ¿no se abren entonces multitud de tribunales y dispensarios y adquieren enorme importancia la leguleyería y medicina, puesto que hasta muchos hombres libres se interesan con todo celo por ellas?”
Es como si quisiera transmitirse la idea de que estorba o sobra gente, (La maldición de Malthus), pero en realidad no hay un exceso de población, sino una distribución desigual (y muy probablemente injusta) de habitantes y recursos… y una gestión manifiestamente mejorable por parte de algunos gobernantes ‘neoplatónicos’.
Foto: The Other Dan (Flickr)
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