Debía rondar los siete u ocho años de edad. Aún
recuerdo una extraña y curiosa sensación en la que se entremezclaban, a partes
iguales, la fascinación y el asombro junto al temor y el miedo a lo desconocido,
cada vez que mi madre me llevaba a la consulta. Por aquel entonces ejercía como médico en el pueblo,
(Guadamur),
don Servando Cantera Alario, Jefe
Local de Sanidad y médico titular de la localidad.
En aquella difícil época (a
mitad de los años 60’s) el personal sanitario local, también conocido como de Asistencia Pública Domiciliaria (APD) y que englobaba
a Médicos Titulares, Practicantes Titulares, Matronas Titulares y Farmacéuticos
Titulares (aunque estos últimos con una problemática claramente diferenciada), tenían
un estatuto jurídico de difícil encaje y concreción. Por un lado se regían
básicamente por el Reglamento de personal de los Servicios Sanitarios Locales, y por otro lado por las Leyes propias de la Función Pública. Además ,
con respecto a sus obligaciones, tenían también una situación híbrida y
realizaban una doble función; por una parte, ejercían las funciones propias del
Cuerpo Estatal al que pertenecían como funcionarios de Sanidad Local, con
competencias básicamente de salud pública y residualmente asistencial, y por
otra parte asumían las funciones asistenciales sanitarias propias de la Seguridad Social
(INP y después INSALUD).
Entre los cuadros e imágenes con temas médicos que adornaban las paredes
de la sala de espera de la consulta, (en realidad un pasillo de su propia casa,
pues no existía en Guadamur nada parecido a un consultorio local o centro
municipal de salud), destacaba una que me llamaba poderosamente la atención. Tuvieron
que pasar muchos años para saber que aquella sobrecogedora y dramática estampa
enmarcada era una reproducción de un cuadro conocido como “La
autopsia” o “Anatomía del corazón”, que el pintor Enrique Simonet (1866-1923)
realizó en Roma en el año 1890.
Este es el comentario y
la descripción del cuadro en el catálogo del Museo Provincial de Bellas Artes de
Málaga, donde se encuentra, y donde tuve ocasión de contemplarlo hace ya algún
tiempo:
«La obra recoge el momento en el que un médico
realiza una autopsia a una mujer joven que yace sobre una mesa. El tratamiento
realista del tema y su crudeza hicieron que algunos autores encasillaran esta
pintura dentro del realismo social; sin embargo, la obra sobresale también por
su interés por los contrastes lumínicos, el detalle de la representación
realista, la rigurosidad anatómica y la experimentación con elementos tan
arriesgados como la profundidad del cuadro sugerida por el escorzo de la joven,
por lo que debería considerarse como parte de la corriente cientificista que
domina el siglo XIX. Simonet no aporta grandes novedades a su pintura, más bien
las integra en el cuadro, como el fondo neutro de la habitación, el contrapeso
lumínico entre la pared y la ventana, el bodegón que conforman las botellas de
formol de distintos colores, rompiendo la monotonía cromática de las
tonalidades empleadas en el resto de la pintura. El estudio anatómico del cuerpo de la
mujer es impecable, así como el tratamiento de su cuerpo en ese escorzo. Pero
si hay algo por lo que destaca esta obra es por los contrastes lumínicos de
luces y sombras.»
Una
erudita e interesantísima interpretación simbólica de la obra puede encontrarse
en: Ferrer Álvarez M.: The Dramatisation of Death in the Second Half of the 19th Century. The Paris Morgue and Anatomy Painting. La autora encuentra algunas
similitudes al compararla con el conocido retrato del cirujano Dr. Péan, (que
ya comentamos en otra entrada), pintado pocos
años antes por Henry Gervex, y que sin duda Simonet conoció durante su estancia
en Paris
También
en la revista Jábega nº 30, 1980 (Estudio de la obra de Enrique Simonet Lombardo)
puede encontrarse una amplia descripción de la pintura, a la que enmarca
en el contexto de la preocupación médica de finales del s.XIX por explicar la
enfermedad. El pintor se haría eco aquí de la teoría anatomoclínica, según la
cual toda lesión tiene un sustrato anatómico y, en consecuencia, propugna el
examen autópsico sistemático.
Se
trata de un cuadro enorme (292 cm. por 176.5 cm.), cuyas dimensiones originales
nunca hubiera imaginado a partir de aquella pequeña imagen que yo contemplaba
asombrado en casa de don Servando y que seguramente fue ampliamente difundida
por algún laboratorio farmacéutico en sus campañas de propaganda, anunciando en
su reverso algún remedio de dudosa eficacia…
Inevitablemente vienen a mi memoria esos hermosos versos de Felipe Benítez Reyes en El equipaje abierto:
De todo
comienza a hacer bastante tiempo.
Y en una
habitación cerrada
hay un niño
que aún juega con cristales y agujas
bajo la
mortandad hipnótica de la tarde.
Comienza a hacer de todo muchos años
(...)
Rodrigo, gracias por la conjunción de Arte y Medicina. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias a ti por tu visita y tu amabilidad, Fuencisla. Un abrazo.
EliminarMuy interesante el comentario de la obra, para mí desconocida. Pero lo que más estimula mi imaginación es tu descripción, con ojos infantiles, de la casa/consulta de D. Servando. Se trata de una realidad, no tan lejana, que a mí todavía me tocó vivir como médico titular.
ResponderEliminarMucho hemos cambiado desde entonces, con ganancias sin duda, y no pocas pérdidas. En cualquier caso, los titulares ya somos historia.
Un abrazo.
Siempre conservé el recuerdo de aquella mirada infantil y curiosa posándose en ese cuadro enigmático y fascinante. (Y quien sabe, si no ejerció algún tipo de extraña "influencia vocacional" sobre mi posterior andadura... al menos sobre mis inquietudes personales e intelectuales).
EliminarEn mi examen de grado de licenciatura me tocó exponer el tema "Problemas fundamentales del médico rural español. Solución correcta de los mismos". Como puedes suponer, en mi cabeza tenía presente a los médicos titulares de mi pueblo que conocí. Sin duda la Medicina y la sanidad en España deben mucho a los sanitarios titulares. Y, en todo caso, todavía sois historia viva.
Gracias por tu comentario, Vicente. Un abrazo.