Foto: Andrew Moore
Un escándalo y una vergüenza. No se me ocurren otras palabras para calificar lo que está ocurriendo con la ciencia y la investigación en este país. Parece que regresamos al espíritu del tristemente célebre “¡Que inventen ellos!”, proferido al parecer por don Miguel de Unamuno hace ya más de cien años, en uno de sus arrebatos místicos, reaccionarios y tecnofóbicos.
Trascribo sin más
-incorporando algunos enlaces de interés que pueden ayudar a entender mejor la
magnitud del problema-, la tribuna de opinión en forma de carta al Presidente
del Gobierno, que la investigadora Amaya
Moro-Martín publicaba hace unos días en el diario El País
(20-8-2012). Desprende sobre todo frustración, tristeza y amargura a partes
iguales, reflejando el estado de ánimo de muchos cientos de investigadores que
luchan contra lo que supone un auténtico desmantelamiento de la ciencia en España y que
solo puede considerarse como una auténtica catástrofe. Este es el texto:
«Estimado Sr. Presidente,
Aprovechando el periodo estival, y para minimizar los
costes de mi próximo traslado trasatlántico, estoy haciendo limpieza de mi
oficina en el CSIC
y me
gustaría devolverle algunos documentos que ya no voy a necesitar.
Adjunto le devuelvo el certificado oficial de haber
superado positivamente la evaluación del Programa I3, el Programa de Incentivación de la
Incorporación e Intensificación de la Actividad Investigadora. Agradezco el detalle del Ministerio de Economía y
Competitividad pero, en el contexto actual de la investigación en España, no
entiendo los conceptos “incentivación”, “incorporación” e “intensificación”
(tampoco el de “actividad investigadora”, más allá de la basal). Gracias de
todos modos por comunicarme que soy “apta” para investigar; del feedback de la
comunidad científica uno no se puede fiar.
Así mismo le devuelvo la homologación
española del título de doctor que obtuve en EEUU y la docena de documentos
necesarios para su trámite. Todos los documentos vienen con la apostilla de la
Haya y las consiguientes firmas del Gobernador del Estado, traducciones
oficiales y copias compulsadas con las firmas del Cónsul español en Nueva York.
Se incluyen las descripciones detalladas de todas las asignaturas cursadas, que
resultaron de mucho interés tanto para el Gobernador como para el Cónsul.
Afortunadamente España lidera la cruzada de las homologaciones. Fuera de
nuestras fronteras cualquier título original vale, un verdadero escándalo.
El documento que guardo con más cariño, y que también
le devuelvo en este envío, es el BOE que describe mi contrato bajo el programa Ramón y Cajal. Subrayado
en amarillo encontrará el párrafo donde se detalla el compromiso explícito de,
superadas las evaluaciones pertinentes, convocar una plaza con el perfil del
investigador contratado. Fue ese párrafo el que me hizo poner fin a más de una
década en EEUU. También le devuelvo otro BOE, el de la Ley de la Ciencia, que reafirma
ese compromiso de estabilización laboral, introducido precisamente por su grupo
parlamentario en el Senado. Le envío esos documentos en una bolsa hermética,
son puro papel mojado.
Por el mismo conducto le
envío las 700 páginas de certificados y documentos que tenía preparados para el
día en que se convocara una plaza con mi perfil, algo que nunca ocurrió. Es la
documentación requerida para acreditar la veracidad de mi currículum. Recopilar
esa documentación fue una labor de investigación tremendamente gratificante.
Sepa usted que en los muchos trabajos que he solicitado fuera de España la
documentación requerida es algo más escueta, aproximadamente de 10 páginas: un
plan de trabajo y un breve currículum, que no hay que justificar porque la comunidad
científica opera con un código de honor. Si quiere un día se lo explico. Sepa
usted también que nunca he podido presentarme a una oposición en una
universidad española por no tener la acreditación de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación, acreditación que, por
otro lado, sólo se consigue si uno tiene una vinculación previa con una
universidad española. Es curioso que ni la Universidad de Princeton ni la
Universidad de California en Berkeley, donde hice hace unos años sendas
entrevistas de trabajo para plazas de profesor, echaran en falta dicha
certificación de aptitud. Quizá la permeabilidad tenga algo que ver con la
excelencia, ahora que estamos tan preocupados por los rankings internacionales.
También le devuelvo la carta que la Fundación española para la Ciencia y la Tecnología tuvo el
detalle de enviarme hace unas semanas a mi antigua dirección en la Universidad
de Princeton. El objetivo de dicha misiva es realzar la “marca España” con un
programa denominado “Ciencia Española en el Exterior”. Sepa usted que me
trasladé a España hace cinco años y cuando emigre próximamente la ciencia que
haga ya no será española, ni será gracias a España; seguiré haciendo ciencia a
pesar de España. No se molesten en enviarme esa misma misiva a mi nuevo centro
de trabajo en NASA. Ese esfuerzo ímprobo que han realizado ustedes para
localizar a investigadores españoles en el extranjero, que ha
llegado incluso a recopilar los viejos correos electrónicos de los que habíamos
regresado hacía años, podrían canalizarlo en contactar con los investigadores que todavía están en España y cuya
permanencia en el país pende de un hilo. Quizá sea interesante evaluar el
alcance del problema, analizar las causas y diseñar una estrategia para buscar
soluciones. ¿Cómo, que no sabe a qué problema me refiero? Al de la fuga de cerebros, esa realidad sangrante que su equipo describe como un
“topicazo”. Les sugiero un nuevo eufemismo para su colección: inquietud
laboral.
Ya sé que tiene usted copia porque la dejamos en el
Registro de Entrada, pero permítame enviarle de nuevo el CD con las 50.000
firmas de la
primera Carta abierta por la Ciencia y otro con las
80.000 firmas de la segunda. Y una
sugerencia: en la verja del Ministerio de Economía y Competitividad, cuyas
puertas cerraron a cal y canto el pasado 14 de junio ante la llegada de la mayor manifestación de investigadores en la historia
de España, tenga usted disponible, por favor, un rollo de celo. Lo digo para
que podamos pegar en la verja la siguiente carta abierta por la ciencia, como
pasó con nuestra última carta. O ponga usted un corcho. Entiendo que ambas
cosas, el celo y el corcho, excedan el presupuesto de la I+D(*) en España; nos apañamos
con uno u otro.
También le devuelvo todas las afirmaciones que su
equipo ha hecho de cómo España sigue apostando por la I+D(*).
Deduzco que esa apuesta fue hecha en Eurovegas y
perdimos. Le devuelvo esas afirmaciones con el mismo afecto con que las
recibimos. En realidad usted personalmente no miente, porque no ha dicho nada,
absolutamente nada al respecto. Pero aquí le envío los contactos de los 156
periodistas nacionales e internacionales con los que hasta ahora he tenido el
placer de hablar sobre su política científica, por si algún día se decide a
decirles algo sobre este asunto. Somos todo oídos.
En este abultado envío también le adjunto mi
certificado de empadronamiento y dudo si devolverle o no el pasaporte de mi
hija de nueve meses; tiene doble nacionalidad pero nuestro futuro en España es
tan incierto que me pregunto si volverá a necesitar el pasaporte español. Ahí
le van. Se los envío con un nudo en la garganta, el nudo doble de los que se
enfrentan a la emigración por segunda vez.
Por último, y a cambio de todos estos documentos que
le devuelvo, le pido tan sólo una cosa: devuélvame usted mi dignidad como
investigadora, y en el mismo envío, si no le es mucha molestia, devuélvasela a
toda la comunidad de investigadores en España, y no se olvide de los de
humanidades.
Mariano, durante su legislatura la investigación en este país se está hundiendo irremediablemente hacia el abismo de la fosa de las Marianas. Y si bien es cierto
que nuestros colegas científicos han descubierto que hay vida allá abajo, sepa
usted que es bacteriana.
Un cordial saludo,
Una investigadora.»
(*) P.S. I+D significaba Investigación y Desarrollo.
[Amaya Moro-Martín es
investigadora Ramón y Cajal del CSIC y promotora de la Plataforma Investigación Digna]
Pues eso: un
auténtico escándalo y una vergüenza. Mientras tanto, por estas tierras, los responsables
del ramo anuncian ahora la próxima aprobación de un Plan Estratégico de Desarrollo y Gestión de la Investigación e Innovación en el SESCAM “…que incluirá la mejora del
soporte metodológico, la centralización de la gestión de la investigación y la
resolución definitiva de los aspectos financieros, entre otras cosas. Además,
propiciará una mayor sinergia con la Universidad de Castilla-La Mancha para el
desarrollo de la actividad investigadora y realizará nuevos convenios.” (sic).
La verdad es que es
todo tan triste que se queda uno sin palabras…
Estoy de acuerdo. Es una pena y una tristeza. Me pregunto si llegaremos a ver las terribles consecuencias de esto. ¿Qué país les dejamos a hijos y nietos?
ResponderEliminarTal vez nosotros ya no veamos las consecuencias "últimas", aunque podamos intuir por donde irán las cosas, por desgracia...
ResponderEliminarLa miopía política, la estrechez de miras o falta de perspectiva y el 'cortoplacismo' nos están llevando, una vez más, y salvo honrosas excepciones, al páramo meseteño que siempre acostumbró a ser este país en esta materia (y en otras muchas, claro).
Gracias por tu comentario, Sonia.
Pero es que no vamos a aprender nunca? Cómo vamos a emprender otras empresas que no sean relacionadas con el Turismo si echamos fuera a los que pueden sacar adelante otras con nuevos desarrollos? Repetimos la historia una y otra vez, hace poco leía "El árbol de la Ciencia" de Pío Baroja, una lectura que tenía mi hija para un trimestre de su curso, no lo había leído, pero a pesar de tener más de 100 años me parecía tan actual como si se hubiera escrito hace unos meses. En un capítulo del libro, una conversación con un amigo hablan de cómo no se puede hacer investigaciones serias en España, NO HEMOS APRENDIDO NADA en más de 100 años. Gracias por estas buenas reflexiones Rodrigo.
ResponderEliminarYa ves, Carmen, parece que estamos condenados a repetir los seculares estereotipos de nuestra más rancia historia. Recuerdo que leí "El árbol de la ciencia" en mi primer año de la universidad y algunos de los episodios y de las peripecias que contaba la novela (incluidos los profesores y catedráticos de Medicina), me parecían entonces un retrato bastante fiel de lo que yo veía a mi alrededor... seguimos en las mismas.
EliminarLa verdad es que resulta difícil sustraerse a esta especie de ola de pesimismo "nacional" que todo lo invade, pero me resisto a creer que sea un destino ineluctable o una especie de maldición.
Gracias por pasarte por aquí.
la verdad es que es una reflexión demoledora y lo peor es que esa misma sensación y desánimo afecta a profesionales de todos los sectores. Es una sangria tan demoledora que torpedea la linea de flotación de este país comprometiendo muy gravemente cualquier recuperación posible. en cambio no creo que las cosas no hayan cambiado en los últimos cien añossino que nos movemos en un permante y desquiciante efecto rebote.
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