(Una nueva colaboración de mi amiga Teresa Suárez Fernández para
Regimen Sanitatis 2.0).
“(…) lo auténticamente trágico, comienza allí donde la naturaleza fue lo
bastante cruel para romper, o impedir desde el principio, la armonía de la
personalidad asociando un alma noble y dispuesta a vivir con un cuerpo inepto
para la vida”
La montaña mágica
Thomas Mann: el origen
De una conversación con Rodrigo sobre literatura, surgió la
idea de crear un club de lectura de novela clásica que inmediatamente puso en
marcha junto con tres amigos, eligiendo como primera obra “La montaña mágica”, (seguro que un poco con ‘mala leche’, porque
le confesé que había intentado leerla en dos ocasiones y no había sido capaz de
terminarla).
Para evitar ser nuevamente vencida por un libro como éste,
que no te lo pone nada fácil, empecé a escribir un diario sobre mis avances y
tropiezos en la lectura. Al
inicio del Capítulo IV, en el apartado titulado “Una compra necesaria”, el
Sr. Mann enfrenta a dos de los personajes principales a causa de la enfermedad.
Después de esa entrada en mi diario,
seguí indagando sobre el tema y todo cuanto leía me llevaba a la misma
conclusión: numerosos enfermos han utilizado las expresiones artísticas, (sean literarias, plásticas o musicales),
para superar las secuelas, espantar el miedo, mitigar la angustia y no caer en
la desesperación.
Frida Kahlo: una imagen en el espejo
Frida Kahlo fue victima, a los 16
años, de un accidente de tráfico que le destrozo la columna vertebral. Este fue
su primer diagnóstico serio: “Fractura de la tercera y cuarta vértebras lumbares, tres
fracturas de la pelvis, once fracturas en el pie derecho, luxación del codo
izquierdo, herida profunda en el abdomen, producida por una barra de hierro que
entró por la cadera izquierda y salió por el sexo, desgarrando el labio
izquierdo. Peritonitis aguda. Cistitis que requiere una sonda durante muchos días.
(…) Entonces prescribieron a la enferma que
llevara un corsé de yeso durante nueve meses, y un reposo total en cama por lo
menos dos meses después de su estancia en el hospital”.
Esta fue su respuesta:
Aunque su vida estuvo marcada por el
sufrimiento, utilizó la pintura para exorcizar su dolor y supo transformarlo en
inquietantes obras de arte: “Así que no rompí el espejo que tanto me torturó en un
principio. Hubiese afectado a mi propia integridad. Y, llevando el análisis más
lejos, no me limite a reflejar mi imagen cuando pintaba, sino que le uní la
otra imagen, la realidad de mi cuerpo, rota, realmente” (Frida
Khalo, Rauda Jamis).
Murió en 1954, a los 47 años de
edad.
Ludwig van Beethoven: los sonidos del silencio.
A los 27 años Beethoven advirtió que tenía dificultades para
oír. Dos años más tarde visitó por primera vez al médico por ese motivo. En una
carta que escribió en 1801 a Franz Wegeler,
medico alemán amigo desde la infancia, le relató los tratamientos que le fueron
recetados por sus doctores, para su sordera y sus “entrañas”:
“La
causa de esto debe ser la condición de mis tripas que, como sabes, ha sido
siempre terrible y ha estado poniéndose peor, ya que siempre estoy aquejado de
diarrea, lo que me causa una increíble debilidad. Frank (el Dr. Frank) quería tonificar
mi cuerpo con medicinas de tónico, y restaurar mi oído con aceite de almendras,
pero no pasó nada, mi oído se puso peor y peor, y mis entrañas permanecieron en
el estado en que se encontraban. Esto duró hasta el otoño del año pasado y a
menudo me sentí desesperado.
Entonces
apareció un medico asno, que me recetó tomar baños fríos para mi salud. Otro
medico mas sensato me receto el usual baño tibio del Danubio. Esto funciono
maravillosamente, mis tripas mejoraron, pero mi sordera se quedo igual inclusive
peor.
Este
último invierno me sentí realmente miserable, tuve ataques terribles de cólicos
y volví a mi condición anterior. Así permanecí hasta hace 4 semanas atrás,
cuando fui a ver a Vering, pensando que mi condición demandaba un cirujano, y
por otra parte tenia gran confianza en él.
Tuvo
éxito casi completamente en parar la terrible diarrea. Me prescribió baño tibio
de Danubio, dentro del cual debía echar cada vez una pequeña botella de líquido
fortalecedor. No me dio ninguna otra medicina hasta hace cuatro días, entonces
me prescribió píldoras para mi estomago y una clase de hierbas para mi oído.
Desde entonces puedo decir que me siento mejor y más fuerte, excepto por mis
oídos que zumban constantemente, día y noche”.
Esta fue su respuesta:
En 1802 seguía perdiendo gradualmente la facultad de oír,
pese a lo cual continuó tocando el piano como solista y componiendo obras de
gran profundidad y fuerza. En 1816 se había quedado totalmente sordo. Aunque
dejó de actuar en público, durante los últimos años de su vida, sumido
completamente en el silencio, compuso algunas de sus mejores obras.
Murió en 1827, a los 56 años de edad.
Susan Sontag: las cosas por su nombre
A Susan, novelista, directora de
cine y teatro, ensayista, activista por la democracia y los derechos humanos,
le diagnosticaron un cáncer de pecho a los 43 años. Ella respondió con La enfermedad y sus metáforas:
“Aunque la mitificación de una enfermedad siempre tiene
lugar en un marco de esperanzas renovadas, la enfermedad en sí (ayer la
tuberculosis, hoy el cáncer) infunde un terror totalmente pasado de moda. Basta
ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para
que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa. Así, sorprende
el número de enfermos de cáncer cuyos amigos y parientes los evitan, y cuyas
familias les aplican medidas de descontaminación, como si el cáncer, al igual
que la tuberculosis, fuera una enfermedad infecciosa. El contacto con quien
sufre una enfermedad supuestamente misteriosa tiene inevitablemente algo de
infracción; o peor, algo de violación de un tabú. Los nombres mismos de
estas enfermedades tienen algo así como un poder mágico”.
Al leer esto he recordado que de pequeños a veces sorprendíamos conversaciones de adultos que parecían incompletas. “Tiene una cosa mala”, decía alguien, y yo recuerdo extrañarme porque todos, sin preguntar, parecían saber de qué cosa se trataba. Igualmente, cuando querían contar que una mujer había sido operada de los ovarios (palabra tabú por excelencia como toda aquella relacionada con la sexualidad) se referían a “sus partes”, expresión que solía ir acompañada de una mano llevada con disimulo a dichas partes, gesto que, pillado al vuelo, nos confundía aún más y acrecentaba nuestra ya de por sí enorme curiosidad infantil.
En Ante el dolor de los demás, Susan relata: “La iconografía del sufrimiento es de
antiguo linaje. Los sufrimientos que más a menudo se consideran dignos de
representación son los que se entienden como resultado de la ira, humana o
divina. (El sufrimiento por causas naturales, como la enfermedad o el parto, no
está apenas representado en la historia del arte; el que causan los accidentes
no lo está casi en absoluto: como si no existiera el sufrimiento ocasionado por
la inadvertencia o el percance.).(…) Las personas son a
menudo incapaces de asimilar los sufrimientos de quienes tienen cerca (“Hospital”, la película de Frederick
Wiseman, es un documento arrollador sobre este asunto). Aunque se les incite a
ser voyeurs —y posiblemente
resulte satisfactorio saber que Esto no me está ocurriendo a mí, No estoy enfermo, No me estoy
muriendo, No estoy atrapado en una guerra— es al parecer normal que las
personas eviten pensar en las tribulaciones de los otros, incluso de los otros
con quienes sería fácil identificarse.”
Murió
de leucemia a los 71 años. A la enfermedad le costó llevársela.
Daños colaterales
Annie Leibovitz: negativo de la enfermedad
En 2009, tuve la suerte de
visitar en Madrid la exposición “Annie Leibovitz: vida de una
fotógrafa. 1990-2005” , organizada en el marco de Photo España. De esa muestra entre
los retratos masculinos, recuerdo los de Robert De Niro, Al Pacino y Daniel Day-Lewis.
De los retratos femeninos, entre los que había actrices y modelos famosas, me
impactó especialmente una fotografía de Susan Sontag, su pareja sentimental:
unos ojos penetrantes, enmarcados en un rostro desafiante, el cabello blanco,
muy corto, debido al tratamiento de quimioterapia. Una mirada de tú a tú entre
dos mujeres que se conocían, se amaban y que parecían estar diciéndose adiós.
¡Me resultó profundamente conmovedora!
A ese retrato le acompañaban otras imágenes que
exponían, de manera descarnada, escenas hospitalarias o los estragos que el
cáncer iba causando en su cuerpo. En una entrevista Leibovitz afirmó que
preparar la exposición de alguna manera le ayudó a superar el dolor por la
perdida sufrida: "Las imágenes de Susan me ayudaron a superar su muerte. Tuve la
suerte de revivir todos esos sentimientos y de darme cuenta de todo lo que
había recibido de mi familia, de mis padres, de mis hijas. Incluso hoy, al ver
la instalación en esta sala, me conmueve ver fotos de mi padre, de mi madre.
Hay mucho amor en ese trabajo. Para mí son como pruebas de lo que me dieron."
Fue duramente
criticada por esas fotos. Susan Sontag dejó escrito, tal vez premonitoriamente,
un contundente argumento en su defensa: “(…) Las imágenes han sido denostadas como el medio a
través del cual se mira el sufrimiento a distancia, como si hubiera otra manera
de mirar. Pero mirar de cerca —sin la mediación de una imagen— es sólo mirar,
de todos modos”.
Annie
vive para honrar su memoria.
Por último, un guiño a cinéfilos y amantes de la ciencia
ficción: James Cameron confesó que soñó
con el robot más terrorífico de la historia del cine, su Terminator, durante la convalecencia de una enfermedad.
Cameron resistió el ataque de los cuatro primeros,
¿sobrevivirá al quinto?
No hay comentarios:
Publicar un comentario