Aprovechamos estos días festivos para ver “El médico”,
exitosa adaptación cinematográfica de la novela de Noah Gordon que en su día, hace ya más de 25 años, se convirtió en un best-seller. A pesar de no haber recibido críticas excesivamente elogiosas es una película interesante y de buena factura, entretenida y que se deja ver bien, a pesar de su tal vez excesiva duración. Como en una clásica película de aventuras asistimos
a la odisea del joven protagonista, un aprendiz de barbero-cirujano británico, que
recorre medio mundo en busca de los mejores conocimientos médicos del siglo XI.
Su viaje le conduce hasta Ispahan (Persia), donde un fascinante personaje (histórico),
el médico, filósofo, científico y polímata Ibn Sina (Avicena) será su maestro y
mentor.
Por la misma época en que transcurre esta historia ficticia,
en el reino taifa de Toledo bajo el reinado de Yahya ibn Ismail al-Mamún, un buen número de estudiosos de
todas las ramas del saber encontraron el apoyo necesario para desarrollar su trabajo
y avanzar en numerosas disciplinas. Entre ellos destaca la figura de Ibn Wafid
médico y botánico célebre que llegó a alcanzar el cargo de visir. Sus dos obras
médicas principales fueron el Libro de los medicamentos simples, (Kitab
al-Adwiya al-Mufrada) y el Libro de la almohada, sobre medicina (Kitab
al-Wasad fi al-tibb). Este último es una auténtica Guía Médica, una
farmacopea y un manual terapéutico.
La medicina que representa Ibn Wafid ya incorporaba los
conocimientos griegos, a través de las enseñanzas galénicas, que se habían ido
introduciendo en el mundo árabe a partir del siglo IX, a lo que se sumaban
aportaciones persas e hindúes. Era una medicina con un marcado carácter
preventivo y quienes la practicaban combinaban en su labor profesional la
utilización de medicamentos con la de alimentos, añadiendo un régimen de sueño,
baños y ejercicios físicos adecuados a la constitución de cada organismo, así
como consejos sobre el vestido o la vivienda.
El médico debía conocer la constitución del cuerpo humano, a
partir de la vigente teoría humoral que, desde Hipócrates consideraba como elementos fundamentales del organismo cuatro
sustancias líquidas o “humores”: bilis negra, bilis amarilla, flema y sangre. Cada
uno poseía las cuatro cualidades de calor, frialdad, sequedad y humedad, y el
conjunto se vinculaba a los cuatro elementos básicos, es decir, tierra, agua,
aire y fuego. A ello se une la idea del pneuma,
(el ruh árabe), considerado el “espíritu
vital” o “calor innato”.
De acuerdo con estos fundamentos, el arte de la medicina
consistía en mantener el equilibrio de los humores como expresión de salud,
adoptando medidas preventivas o terapias adecuadas cuando el equilibrio se
había alterado y convenía restablecerlo. Había que conocer, por tanto, las distintas
enfermedades y sus remedios, o sea las sustancias que debían aplicarse en cada
caso, empleando para ello medicamentos obtenidos a partir de plantas y de otros
elementos minerales o animales, utilizados de forma aislada o combinados.
Ibn Wafid fue un experto botánico, teórico y filósofo, pero
al mismo tiempo un médico práctico que recogió en sus obras tanto los conocimientos
previos, procedentes de autores antiguos, como los de sus contemporáneos y sus
propios conocimientos científicos obtenidos a partir del trato diario con el
enfermo. El Libro de la almohada es
una buena prueba de ello, como una especie de recetario o manual para uso del médico
común que solo necesita saber qué medicamentos o recetas podía utilizar contra una
dolencia específica y el modo de prepararlos. El propio nombre de la obra muestra
su propósito de ser un libro útil, para tenerlo como libro “de cabecera” o “bajo
la almohada”…
A modo de ejemplo, transcribimos una de las más de 900 recetas
que se recogen en este curioso manual.
Receta de un
aceite de hierbabuena útil para el frío del estómago, el vómito y el hipo
Se
toma un arrelde de agua de hierbabuena y se vierte en él otro arrelde de aceite
de rosa o de aceite de sésamo, preferentemente el primero. Esta mezcla se
coloca al fuego de una marmita de
arcilla barnizada interiormente o de piedra y se cuece a fuego lento hasta que
se pierda la mayor cantidad posible de agua. Luego se filtra el aceite y se le
echa otro arrelde de agua de hierbabuena, volviendo a cocer hasta que solo
quede un pequeño resto de agua, filtrando entonces de nuevo. Esta operación se
hace tres o cuatro veces. Cuanto más la repitas, mejor será el producto.
(arrelde: peso antiguo equivalente a cuatro libras)
(arrelde: peso antiguo equivalente a cuatro libras)
Actualización (3 de enero de 2014):
El periódico publica hoy una entrevista
con Noah Gordon. “En nuestra sociedad el
médico ocupa el lugar del sacerdote”, afirma el escritor.
Partidario y admirador del
presidente Barack Obama, el escritor apoya apasionadamente la reforma del
sistema sanitario que aquel pretende implantar, con la feroz oposición del
partido Republicano: “Si consigue hacer
pasar la ley, que es absolutamente necesaria porque hay 45 millones de personas
en Estados Unidos que no tienen seguro médico ni se pueden pagar uno, Obama
pasará a la Historia como un gran presidente. Cruzo los dedos para que así sea.
Porque necesitamos que muchos jóvenes le apoyen, y sucede que como los jóvenes
suelen gozar de buena salud no son conscientes de la importancia de este
asunto. No se imaginan que un día vayan a caer enfermos también ellos, como es
ley de vida, y que necesitarán esa red de protección”.
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