Foto: Luca Rossato, vía flickr
“La ética no es
estática; avanza mientras la vida avanza… La verdadera prueba de nuestra
moralidad no está en la rigidez con la que cumplimos lo correcto, sino en la
lealtad hacia la vida que crea y construye lo correcto.”
La historia es la siguiente: El viernes 28 de marzo nos enteramos de que, al parecer, el Servicio de Salud de Castilla-La Mancha (SESCAM) había publicado en la intranet de la Gerencia de Atención
Integrada de Albacete un engendro de tres folios al que denominaba "Código Ético de buenas relaciones profesionales y personales para trabajadores del SESCAM", cuyo contenido no puede ser calificado sino de grotesco. Hasta un medio
conservador como el diario ABC, al dar cuenta de la noticia, empleó la
denominación de "Catecismo sanitario" para los profesionales de Castilla-La Mancha.
La velocidad de las redes sociales que, en acertada descripción de David Trueba, "funcionan como una máquina de
agujerear la realidad hasta dejarla como un queso de gruyère", nos fue
informando de la iniciativa. "Es
bastante increíble, así que podría ser verdad...". El tono de este
comentario recibido a través de Twitter indicaba bien a las claras el estado de
ánimo de quienes habíamos leído el supuesto "Código
ético..."
Resultaba
sorprendente y uno no podía evitar una extraña sensación de incredulidad y
escepticismo, aunque dejando al mismo tiempo una puerta abierta a la
posibilidad de que fuera cierto: es bien sabido que la estupidez humana no
tiene límites y que la realidad supera (casi siempre) con creces a la ficción.
Insólito, ridículo, peregrino, impropio de una sociedad moderna y avanzada, eran algunos de los
calificativos más suaves que fue recibiendo el documento a medida que se
conocían sus detalles y la mayoría de los trabajadores, empleados y
profesionales pasaban de la incredulidad al asombro y la indignación. Mientras
algunos diarios y medios digitales publicaban el Código, (Los 15 'mandamientos morales' impuestos a los profesionales sanitarios de Castilla-La Mancha) muchos aseguraban que su contenido, que incluye una
serie de “valores” y preceptos que se presentan como una contribución para “construir una sociedad más justa y apta
para la realización integral de nuestras relaciones en el trabajo” (sic) era,
cuando menos, anacrónico, esperpéntico y totalmente risible, si no fuera por su
carácter de obligado cumplimiento.
Códigos éticos
En
términos generales el código ético de una empresa u organización, es decir su
código de conducta, puede definirse como un documento corporativo en el que se
presentan valores, criterios y normas para una correcta actuación ante dilemas,
aspectos o situaciones concretas en los que se considera especialmente
relevante que los directivos y empleados
sigan unas pautas de actuación aprobadas por la dirección. Puede afirmarse en
gran medida que un código de ética es la máxima expresión de la cultura de una
organización; representa una descripción de los valores que son aceptados por
ésta; un compromiso con sus miembros, con la sociedad civil y con el Estado.
Como
es lógico, un código ético, profesional o de un determinado ámbito laboral o
empresarial, debe elaborarse a través de un profundo debate y discusión sobre
los problemas y asuntos más relevantes o de interés para todos sus agentes y
grupos de interés, (empleados, directivos, usuarios y receptores de sus
servicios, etc.); solo así puede garantizarse que refleja en cada momento los
valores sociales vigentes, sometidos siempre a un continuo y constante proceso
de cambio.
No
parece que esta haya sido la forma de proceder en este caso, cuya autoría no
acaba de estar clara y de la que nadie parece responsabilizarse ahora, a la
vista de la acogida obtenida.
El
pretendido Código, intelectualmente pobre y con un evidente trasfondo
reaccionario, consiste en realidad en una serie de reglas mal escritas, que
parecen ser producto de una mezcla de pobres lecturas y de una mala digestión
de las mismas, redactadas sin duda por algún aficionado a elucubraciones
pseudofilosóficas con veleidades retóricas y pretensiones de solemnizar lo
obvio.
Es
poco serio afirmar de manera grandilocuente que se considerará inapropiada “la exposición deshonesta de cualquier parte
íntima del cuerpo con el fin de ofender o molestar, o el hacer gestos o
ademanes insultantes, ofensivos al pudor público (sic) aunque no estén dirigidos a alguien en particular”. Resulta
absurdo y bochornoso leer que también son conductas inapropiadas “usar malas artes” (?), “el empleo de fuerza o violencia contra una
persona con la intención de molestar u ocasionar daño corporal”, o “todas aquellas que puedan surgir de la
mala fe profesional y personal”. Es casi de chiste leer cosas como: “Aceptar las disposiciones de los
supervisores o en quien se delegue sabiendo, que igual que yo, ellos tienen
derecho a equivocarse, pero hacen lo posible para no hacerlo.”
En
realidad, una ética bien entendida pretende dar respuesta a cuestiones
prácticas como '¿de qué forma debo
vivir?', más que establecer dogmas sobre 'qué debemos aceptar como verdadero'. En este sentido, declarar
rotundamente que “Creemos en la
existencia de una verdad también en el orden moral”, como hace este
documento, es una formulación que, como poco, solo puede ser considerada como producto
de una ética rancia, dogmática y fundamentalista, propia del catecismo de Ripalda
o del Padre Astete.
Un
auténtico código ético es un compromiso institucional que tiene por finalidad
afirmar, dentro y fuera de una organización, determinadas intenciones éticas
fundamentales que afectan al comportamiento y al proceso de toma de decisiones.
Es esencial por ello que el código se base en principios filosóficos sólidos y
que el proceso de elaboración sea coherente con esos principios. De hecho, ese
proceso es tanto o más importante que el resultado final. También es esencial
que en él se involucre a los directivos y que haya una amplia participación de
los trabajadores. Además, los directivos han de estar firmemente comprometidos
con los contenidos del código y ser ejemplares en su cumplimiento. Un código
debe incluir no solo preceptos y normas sustanciales sino también, y sobre
todo, procedimentales.
Las
creencias y los valores preceden a las actitudes y éstas a las conductas. La
congruencia entre los valores de la institución y los del trabajador es lo que
(de verdad) genera compromiso, sentido de pertenencia y auténtica cohesión y
cultura de empresa. Es fundamental por ello que los profesionales se encuentren
comprometidos con la visión de la organización. Los valores se transmiten a
través del ejercicio y del liderazgo directivo.
La
ética en (de) las organizaciones sanitarias es desde luego algo bastante más serio que el irrisorio adefesio vacío de
contenido presentado por el SESCAM, que ahora encima quieren atribuir a los anteriores responsables y directivos (!) del Servicio de Salud de Castilla-La Mancha. Resulta pintoresco que además
mientan y pretendan engañar a la gente, (incumpliendo por cierto las propias
normas que aparecen en ese esperpento). Pero como dijo alguien, “si les gustan las palabras que se las
coman, y si les gustan los gatos, también, pero que no nos hablen después de
liebres.”
(Por
cierto, estos redactores, ¿habrán leído la Guía Ética -Código Deontológico- vigente para la profesión médica, aprobado por la OMC en 2011? ¿Conocerán el Código Deontológico de la Enfermería Española aprobado en 1989 y revisado en 2003? ¿Han leído otros códigos de ética pública?
(Continuará…)