Ventajas e inconvenientes
de la colaboración público-privada
De
acuerdo con los estudios existentes y la experiencia internacional, las
formulas concesionales, tanto el modelo PFI como las concesiones sanitarias
administrativas que suponen la participación del sector privado para la
financiación de las infraestructuras de los centros sanitarios, presentan una
serie de ventajas e inconvenientes, (según el punto de vista desde el que se
consideren). JJ. Martín (Formas directa e indirecta de gestión institucional en centros y servicios sanitarios.
Madrid: Escuela Nacional de Sanidad; 2013) destaca entre las primeras:
• Permite a los
gobiernos realizar inversiones en infraestructuras para las que no tienen
liquidez. La amortización de las inversiones a medio/largo plazo supone un
porcentaje bajo del coste de funcionamiento.
•
La inversión no
se contabiliza como deuda pública, siempre que se cumplan los requisitos
exigidos por la normativa del Sistema Europeo de Cuentas.
•
La rentabilidad
política es muy alta, al posibilitar la apertura de nuevos centros sanitarios
sin incrementar impuestos ni reducir otros gastos públicos a corto plazo.
• Produce mejoras
de eficiencia en los servicios externalizados, consecuencia de los incentivos
de los propietarios privados para maximizar beneficios. Además, pueden producirse
economías de escala en la organización y gestión debido a que la empresa
adjudicataria asume de forma global la gestión de todos los servicios.
• La introducción
de empresas especializadas en el sector de servicios no clínicos (hostelería,
mantenimiento, seguridad, etc.) teóricamente puede aportar mejoras en la
calidad de estos servicios.
• La relación
contractual a largo plazo genera incentivos para la innovación tecnológica en
los servicios externalizados.
• Se transfieren
(supuestamente) riesgos (construcción, disponibilidad, demanda, etc.) a la
empresa concesionaria.
Entre
los principales inconvenientes de estas formas de gestión indirecta señala:
• Mayores costes de
los proyectos frente a las alternativas convencionales; al menos por dos
motivos, en primer lugar los costes financieros que soportan las empresas
privadas son varios puntos superiores a los de la deuda pública, y en segundo
lugar, hay que pagar los beneficios que obtienen las empresas que gestionan los
centros sanitarios.
• No existe
trasferencia real de riesgos. Dada la imposibilidad de cerrar los centros
sanitarios por la obligación de la Administración Pública de prestar atención
sanitaria a la población, las empresas adjudicatarias “juegan con red” y pueden
forzar la negociación en un juego de “todo o nada”, que les permita renegociar
condiciones muy ventajosas para hacer siempre rentable la concesión.
• En caso de
“quiebra” del proyecto, los costes de la Administración Pública serían muy
altos en las operaciones de rescate. Si las condiciones contractuales iníciales
han sido muy inferiores a la evolución de los costes, tal y como ha sucedido en
varios ejemplos del Reino Unido, la generación de déficits en las empresas
adjudicatarias terminará siendo asumida por el sector público. Se estaría ante
un ejemplo de socialización de pérdidas
y privatización de beneficios.
• Deterioro de la
calidad. El contratista está obligado a cumplir con un plazo de entrega y un
presupuesto fijo, lo cual se traduce en deficiencias en la construcción,
instalaciones y mantenimiento, o en la calidad de prestación de los servicios
subcontratados (las experiencias en el Reino Unido son abundantes). En el caso
de las concesiones sanitarias administrativas el problema se agudiza ante la
dificultad de medir la calidad de los servicios clínicos.
•
Rigidez. La larga
duración de los contratos (entre 15 y 30 años) es poco compatible con la
flexibilidad que exige el sector, sujeto a un proceso de innovación tecnológica
constante, y a potenciales cambios de población o de precios. Cualquier
modificación no estipulada en el contrato, supone un incremento del coste para
la Administración Pública.
• Altos costes de
transacción derivados del diseño, planificación y control del contrato
concesional. La Administración Pública tiene que crear y dedicar importantes
recursos especializados a la gestión de las concesiones. Se critica que las
evaluaciones coste-beneficio realizadas en el Reino Unido, y otros países,
obtienen resultados positivos (Value for
Money) al sobrevalorar el tipo de descuento de los flujos de fondos futuros
y la prima por traslado de riesgos al adjudicatario.
• Opacidad del
sistema, dado su carácter comercial y la existencia de “mercados secundarios”.
Un ejemplo emblemático relativamente reciente fue la operación de venta del grupo Ribera Salud propiedad al 50% de BANKIA y la CAM, tras varios meses de intentos, al grupo
estadounidense Centene Corporation y al Banco de Sabadell. Todo ello introduce dosis importantes de incertidumbre sobre las
concesiones sanitarias en las que participa el grupo.
• La gestión de las
formulas concesionales exige altos estándares de ética pública, transparencia,
rendimiento de cuentas y profesionalidad de la gestión pública. Algunos
expertos señalan que probablemente son modelos inadecuados en contextos de deterioro del capital ético de la sociedad,
desconfianza en las instituciones, auge de la corrupción, ocupación clientelar
de la Administración Pública y falta de tradición en el rendimiento de cuentas,
que es la situación actual de España.
Puede
encontrarse una buena selección de documentos sobre Gestión Privada de la sanidad realizada
por la Asociación de Economía de la Salud (AES) en:
http://www.aes.es/evaluaes/publicaciones/gestion-privada-sanidad
La
principal conclusión del repaso realizado en el artículo de Gaceta Sanitaria a las pruebas existentes es que –en contra del discurso dominante- la gestión
privada de los servicios sanitarios no es necesariamente mejor que la gestión
pública, ni tampoco al contrario. La titularidad, pública o privada, de los
centros sanitarios no determina sus resultados que, por el contrario, están
mediatizados por otros elementos, tales como la calidad institucional, la cultura
de los centros o el ejercicio de una adecuada supervisión por parte del financiador.
El fomento de la competencia regulada entre centros (con independencia de la
forma jurídica de gestión), sí podría, sin embargo, ofrecer mejoras bajo
determinadas circunstancias.
Hay
que aclarar que la competencia no puede surgir de manera espontánea, dadas las
características de cuasi monopolio territorial que poseen los centros
sanitarios en sus zonas de influencia. Dicha competencia debe ser generada en
el mismo momento de la licitación de los servicios (en el caso de la gestión
privada) y por la comparación de resultados (benchmarking) de eficiencia y calidad asistencial en el
funcionamiento de los centros (incluyendo tanto los de gestión privada como los
de gestión pública). Además, por lo que respecta al proceso de licitación y al
contenido de los contratos, expertos de otros países ya alertaron sobre la estrecha
proximidad entre los agentes públicos y las empresas concesionarias en España,
y sobre la excesiva flexibilidad de la relación contractual. También en 2013, un
informe de la Comisión Nacional de la Competencia señalaba la «alarmantemente reducida»
participación en los procesos de externalización habidos hasta la fecha (en
particular en el caso de las concesiones de gestión de la asistencia sanitaria),
así como las «situaciones potencialmente
dañinas para la existencia de una competencia efectiva suficiente en los
mercados» y que afectan también a los procesos de licitación de fórmulas
PFI (construcción y gestión de servicios no sanitarios en bloque).
Finalmente,
otros problemas latentes o identificados (como la entrada de empresas y fondos de
capital riesgo en las concesionarias de la gestión, el riesgo de “captura del regulador”, lo que supone que el propio “vigilante” o comisionado de la Administración se convierte
en defensor de los intereses de la empresa antes que del interés de los propios administrados,
etc.), añaden aún más incertidumbre a la cuestión, dada la escasa diligencia
demostrada por parte de los responsables públicos en materia de licitación y
evaluación de las experiencias de gestión sanitaria.
En
resumen, vienen a decir los autores, conviene abandonar cuanto antes el debate,
estrecho de miras, en torno a qué modelo de gestión es superior, para
concentrar los esfuerzos en mejorar el buen
gobierno y la gestión misma de los servicios sanitarios. La gestión debe
ser integradora, abarcando áreas y niveles, no solo centros. La financiación debe
responder a una base poblacional capitativa, ajustada por el riesgo de la
población cubierta inicialmente, controlando las derivaciones de pacientes a
centros de otras áreas y las compensaciones presupuestarias correspondientes, y
orientarse a la resolución de los problemas de salud realmente existentes, y no
sostener mecánicamente la actividad desempeñada. Obviamente esto no puede
lograrse sin disponer de los pertinentes indicadores de salud poblacional y de
calidad asistencial que permitan identificar aquellas organizaciones que
mejores resultados obtengan, para intentar replicar sus experiencias.
Por
lo que se refiere a la cuestión del buen gobierno sanitario, -añaden- si para algo sirve la polémica sobre la privatización/externalización de
la gestión de los centros sanitarios es para revelar algunos de los peores
rasgos de nuestro sistema y la absoluta necesidad de introducir y afianzar
normas como son la justificación de las
decisiones adoptadas, la transparencia y la rendición de cuentas a la ciudadanía, la evaluación de las
políticas, y la promoción y la defensa de una cultura de integridad, buenas
prácticas y ética profesional a todos los niveles de decisión, (la negrilla es nuestra). Si todo esto
estuviera asegurado, posiblemente el debate sobre la naturaleza pública o
privada de la gestión perdería gran parte de su relevancia y su trascendencia.
Predicar
(y actuar) como si la privatización de la gestión sanitaria fuese la clave de
bóveda que apuntalará la estabilidad del edificio del SNS es un ejercicio, como
mínimo, poco sensato. Afirmar frases lapidarias supuestamente brillantes (“El SNS lleva mucho tiempo gestionando su
propia decadencia sin saberlo”) por parte de algunos conspicuos gestores, impulsar
medidas carentes del oportuno respaldo científico no es ya una frivolidad sino,
empleando la propia terminología sanitaria, un claro ejemplo de mala praxis. Como se viene repetidamente
advirtiendo desde diversos organismos y desde numerosas instancias, la calidad
del gobierno y de la práctica institucional afecta (también) a las políticas de
salud, a la gestión de las organizaciones sanitarias y a la propia práctica clínica.
Entender y aceptar esto es el requisito, quizás no suficiente, pero sin duda
imprescindible y necesario, para avanzar en políticas que favorezcan la
solvencia del sistema. Sin cambiar sus normas de gobierno, tal vez algunos
(interesados) agoreros tengan razón y el SNS no sea sostenible. Sin embargo,
concluye el artículo, esta afirmación no es una verdad inmutable, sino más bien
el deseo de ver una profecía autocumplida.
En
marzo pasado un grupo de expertos de la Comisión Europea (CE) dieron a conocer
un informe (Health and Economic Analysis for an
Evaluation of the Public-Private Partnerships in Health Care Delivery across Europe) en el que expresaban una opinión no del todo favorable respecto a la
utilización de sistemas de colaboración público-privada (CPP) en la gestión de la
asistencia sanitaria en los países miembros. Desde la Comisión se apuntaba a la
falta de evidencia de su mayor eficiencia, un aspecto que considera prioritario
antes de recomendar su aplicación.
“Sería difícil cerrar un hospital
público de gestión privada”, asegura
el texto, alegando sobre todo la falta de transferencia de riesgos puesto que “en caso de fallo del proveedor privado, la
Administración Pública asumiría la responsabilidad”.
Entre
sus razonamientos y recomendaciones, los expertos hacen referencia a aspectos tales
como la incidencia de la crisis en el descenso de proyectos público-privados,
así como al riesgo fiscal que suponen los grandes proyectos, debido
principalmente a su larga duración. Pero es la falta de evidencias lo que
supone el principal inconveniente a su aplicación. “No existe una metodología convincente para revisar los impactos
económicos y clínicos”, afirman, antes de calificar como “pobres, inconsistentes y no estandarizados”
los datos actualmente disponibles.
Como
conclusión, y siguiendo a J.J. Martín, este tipo de experiencias de gestión
indirecta, si bien podrían constituir un factor de innovación, deben estar
sujetas a unos mecanismos de regulación y control de una extraordinaria
transparencia e independencia que dificulten las posibilidades de colusión y
conflicto de intereses y los costes de interferencia e influencia política. En
cualquier caso deben tener siempre un carácter minoritario en relación con
otros proveedores públicos o privados no lucrativos, de forma que los intereses
por la rentabilidad y el beneficio no predominen en la definición de las
políticas públicas. Sin embargo, como estamos comprobando en diferentes lugares
(Madrid, Valencia, Castilla-La Mancha,…) existe el riesgo de que la crisis
económica esté alimentando y sirva de excusa para un proceso irreflexivo y
acelerado de privatización del sistema sanitario público, no derivado de la
evidencia empírica sobre la bondad y las ventajas de determinadas fórmulas,
sino de la combinación de una ideología dogmática que santifica lo privado y
condena lo público, junto a la búsqueda de beneficio y áreas de negocio por
parte de determinados grupos de interés vinculados al partido gobernante.
Los
principales argumentos esgrimidos para llevar a cabo estas privatizaciones son la
reducción de costes y la incorporación del conocimiento de “expertos” al
sistema, lo que supuestamente ayudaría a mejorar la productividad y la calidad
del sistema publico. La experiencia en estos años indica sin embargo que lo que
realmente provoca es una gran pérdida de calidad, ya que (como es lógico) las
empresas quieren reducir costes y maximizar sus ganancias. Sirvan como ejemplo los
resultados de privatizar la limpieza de los Hospitales modelo PFI del Reino
Unido: las empresas adjudicatarias redujeron el número de limpiadoras a la
mitad, para reducir costes. Como resultado, se incrementaron las infecciones hospitalarias,
que alcanzaron la tasa mas elevada de toda
la UE, (existe evidencia de que entre el 30-50 % de estas infecciones son
prevenibles mejorando limpieza). Por último, el resultado de las externalizaciones
de los servicios sanitarios conduce a la descapitalización económica e intelectual
del sistema público y su sometimiento a la empresa privada. La (mal) llamada
“profesionalización” de los directivos se traduce en muchas ocasiones en que los
gestores evitan enfrentarse a empresas que les pueden contratar en el futuro
(conflicto puro de intereses) como lo demuestran las continuas trasferencias de
personal entre empresas privadas y gestores públicos que se vienen produciendo
(la famosa “puerta giratoria”).
En
definitiva, el resultado de muchos de los procesos privatizadores no es otro
que la fragmentación y el fraccionamiento de los servicios, la pérdida de
cohesión, la dificultad en el acceso a las prestaciones y la falta de equidad del
sistema sanitario público. De ocurrir así, es claro que los ciudadanos son
(seremos) finalmente los grandes perdedores, si bien parece que en el Reino Unido empiezan a estar un poco hartos…
Veremos.
Veremos.
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