“No son las catástrofes, los asesinatos, las muertes,
las enfermedades las que nos envejecen y nos matan; es la manera como los demás
miran y ríen y suben las escalinatas del bus.”
(El cuarto de Jacob)
Virginia Woolf
En el verano de 1925 el poeta T.S.Eliot le pidió a Virginia Woolf un breve texto para el relanzamiento de su revista New Criterion. En aquel momento la escritora había publicado ya sus cuatro primeras novelas: The voyage out –Fin de viaje (1915)-, Night and day –Noche y día (1919)-, Jacob’s Room –El cuarto de Jacob (1922)- y Mrs. Dalloway –La señora Dalloway (1925)- además de varios colecciones de relatos, reseñas de libros, artículos y ensayos sobre temas muy diversos, lo que le había supuesto un notable reconocimiento y consideración como crítica literaria y social.
A mediados de noviembre de 1925 Virginia Woolf envió a su
amigo un pequeño ensayo de apenas quince páginas titulado On being ill que, aunque parece que no fue totalmente del agrado de Elliot, fue publicado en
enero de 1926 en el primer número de New
Criterium. En abril de ese mismo año, la revista neoyorquina The Forum publicó una versión algo más
reducida con el título Illness: An
Unexploited Mine (La enfermedad: una mina sin explotar). En 1930, Virginia y
su marido, Leonard, recuperaron el título y el texto original en una edición de
su famosa editorial Hogarth Press, que habían fundado en 1917, y en la que publicaron textos propios, de amigos
(Katherine Mansfield, J.M.Keynes, E.M.Forster), de Dostoievski, Chéjov o
Sigmund Freud. Tras la muerte de Virginia, Leonard Woolf reimprimió el ensayo
en 1947 (en The Moment and Other Essays)
y en 1967 (en el cuarto volumen de Collected
Essays).
Afectada por un trastorno bipolar, (v. Virginia Woolf: caso clínico Rev.
Asoc. Esp. Neuropsiq. n.92 Madrid oct.-dic. 2004), la enfermedad fue siempre uno de los temas claves y recurrentes en la vida y en la obra de Virginia Woolf. Como en otros casos conocidos (Nietzsche,
Rimbaud, Schopenhauer…) algunos autores han querido relacionar la enfermedad
con su creatividad literaria (Virginia Woolf: enfermedad mental y creatividad artística
Rev. méd. Chile v.133 n.11
Santiago nov. 2005).
En cualquier caso, su existencia estuvo siempre marcada por
acontecimientos de enorme carga emocional, que posiblemente determinaron la
aparición de los primeros síntomas de enfermedad mental. Dos intentos de
suicidio iniciales dieron paso a la presencia de brotes y episodios periódicos,
en los que aparecían inextricablemente entrelazados los síntomas físicos y
mentales. Durante toda su vida presentó severos síntomas físicos -fiebres,
desmayos, dolores de cabeza, pulsaciones, insomnio- acompañados de fases de
agitación o depresión. En sus fases más severas, apenas comía, experimentando
alarmantes pérdida de peso.
Repleto de imágenes deslumbrantes sobre la salud y la
enfermedad, sobre las relaciones entre el alma y el cuerpo, sobre el lenguaje,
la poesía y las palabras, en On being ill
la escritora se pregunta por qué la enfermedad no ha sido (al menos hasta
entonces) un tema tan popular para la literatura como el amor, la batalla o los
celos. Interesa recordar aquí que La montaña mágica –una de las grandes obras literarias cuyo
leitmotiv es precisamente la enfermedad-, acababa de publicarse apenas un año antes en Alemania, y no se
tradujo al inglés hasta 1927).
Así comienza, de manera magistral, el texto del ensayo:
«Considering how common illness is, how tremendous the
spiritual change that it brings, how astonishing, when the lights of health go
down, the undiscovered countries that are then disclosed, what wastes and
deserts of the soul a slight attack of influenza brings to view, what
precipices and lawns sprinkled with bright flowers a little rise of temperature
reveals, what ancient and obdurate oaks are uprooted in us by the act of
sickness, how we go down into the pit of death and feel the waters of annihilation
close above our heads and wake thinking to find ourselves in the presence of
angels and the harpers when we have a tooth out and come to the surface in the
dentist’s arm-chair and confuse his “Rinse the mouth—rinse the mouth” with
Heaven to welcome us—when we think of this, as we are so frequently forced to
think of it, it becomes strange indeed that illness has not taken its place
with love and battle and jealousy among the prime themes of literature.»
[Considerando lo común que es la
enfermedad, el tremendo cambio espiritual que provoca, los asombrosos
territorios desconocidos que se descubren cuando declinan las luces de la
salud, los páramos y desiertos del alma que desvela un leve ataque de gripe,
los precipicios y las praderas salpicadas de flores brillantes que revela un
pequeño aumento de la temperatura, los antiguos y obstinados robles que
desarraiga en nosotros el hecho de enfermar, cómo nos hundimos en la sima de la
muerte y sentimos las aguas de la aniquilación sobre nuestras cabezas y
despertamos creyendo hallarnos en presencia de los ángeles y arpistas cuando
nos han extraído una muela y afloramos a la superficie en el sillón del
dentista y confundimos su “Enjuáguese la boca, enjuáguese la boca” con el
saludo de Dios para darnos la bienvenida al Paraíso –cuando pensamos en esto,
como nos vemos obligados a pensar con frecuencia, resulta ciertamente extraño
que la enfermedad no haya ocupado su lugar con el amor, la batalla y los celos
entre los principales temas literarios.]
La autora se lamenta también de la escasez de palabras
adecuadas para describir la enfermedad y sus síntomas:
«Finally, to hinder the description of illness in
literature, there is the poverty of the language. English, which can express the thoughts of
Hamlet and the tragedy of Lear, has no words for the shiver and the headache.
It has all grown one way. The merest schoolgirl, when she falls in love, has
Shakespeare or Keats to speak her mind for her; but let a sufferer try to
describe a pain in his head to a doctor and language at once runs dry. There is
nothing ready made for him. He is forced to coin words himself, and, taking his
pain in one hand, and a lump of pure sound in the other (as perhaps the people
of Babel did in the beginning), so to crush them together that a brand new word
in the end drops out. Probably it will be something laughable. For who of English birth can take liberties
with the language? To us it is a sacred thing and therefore doomed to die,
unless the Americans, whose genius is so much happier in the making of new
words than in the disposition of the old, will come to our help and set the
springs aflow.»
[Finalmente, la pobreza del idioma contribuye
a dificultar la descripción de la enfermedad en la literatura. La lengua inglesa,
que puede expresar los pensamientos de Hamlet y la tragedia de Lear, carece de
palabras para el escalofrío y el dolor de cabeza. Se ha desarrollado en una
única dirección. Una simple colegiala cuando se enamora tiene a Shakespeare o
Keats para expresar sus sentimientos; pero un enfermo intenta describir un
dolor en la cabeza a un médico y lenguaje se agota de inmediato. No hay nada
preparado para ello. Se ve obligado a acuñar las palabras él mismo, tomando su
dolor en una mano y un fragmento de sonido puro en la otra (como tal vez hiciera
el la gente de Babel al principio), de manera que al aplastarlos juntos surge
al fin una palabra nueva. Probablemente será algo irrisoria. Pues, ¿qué inglés de
nacimiento se toma libertades con el idioma? Para nosotros es algo sagrado y
por lo tanto condenado a morir a menos que los americanos, cuyo ingenio es
mucho más afortunado en la creación de nuevas palabras que en el manejo de las
antiguas, venga en nuestra ayuda y abran los manantiales.]
¿Por qué no se ha reconocido el "drama cotidiano del cuerpo". ¿Por qué la literatura
siempre ha insistido en separar la mente o el alma, del cuerpo? Tal vez porque la
gente nunca aceptaría la enfermedad como un tema de ficción; tal vez –sugiere
Woolf- porque la enfermedad requiere un nuevo lenguaje -"primitivo, sutil, sensual, obsceno". Porque la
enfermedad es casi imposible de comunicar. Nunca puede satisfacerse (del todo)
la demanda de compasión del enfermo. Además, la enfermedad realmente prefiere la
soledad: "Aquí vamos solos, y lo
preferimos".
Desde la situación del enfermo –continúa- “el panorama general de la vida es tan
remoto y bello como la costa vista desde un barco en alta mar (…)”.
Sucede también que “existe
una franqueza infantil en la enfermedad; se dicen cosas, se sueltan verdades
que la cautelosa respetabilidad de la salud oculta”. El enfermo improvisa
libremente a través de un complejo patrón de imágenes, dibujando sobre el agua,
aire, tierra y fuego, desiertos y cumbres de montañas, bosques profundos e
inmensos mares, nubes, pájaros, hojas y flores, como si a través de enfermedad
se creara un universo entero alternativo. Los enfermos son los desertores. No
aceptarán las convenciones "cooperativas". No quieren ir a trabajar. Se
tumban. Pierden el tiempo. Fantasean. No van a la iglesia ni parecen creer en
el cielo. Se niegan a leer responsablemente o para dar un sentido a lo que
leen. Se sienten atraídos por cualquier tontería, sensación o temeridad.
Al otro lado del cristal se encuentra "el ejército de los erguidos” (the army of the upright), aprovechando la energía, conduciendo
vehículos a motor; trabajando y yendo a la iglesia, "con el heroísmo de la hormiga o de la abeja",
escribiendo cartas al Times, comunicando y civilizando. Hay una tenue
sugerencia de que al separarse a sí mismos del ejército de los trabajadores,
los enfermos son como pacifistas o no combatientes, objetores inconscientes que
sin embargo tienen sus propias batallas que librar.
En la parte central del ensayo aparece una descripción de lo
que se siente al estar acostado de espaldas mirando hacia arriba. ¿Qué vemos?
"Normalmente es imposible
mirar el cielo durante mucho tiempo (...)
Ahora, recostados mirando hacia arriba, descubrimos que el cielo es algo tan
distinto (...) que realmente resulta un poco impactante. ¡Así que esto ha
estado ocurriendo siempre sin que nos percatáramos! -esta incesante creación y destrucción
de formas, esta aglomeración y choque de las nubes y arrastrar grandes series de
barcos y vagones de Norte a Sur, este incesante subir y bajar telones de luz y
sombra, este interminable experimento de rayos dorados y de sombras azules, de velar
y desvelar el sol, de construir murallas de roca y deshacerlas (…). No debería permitirse
que este gigantesco cine funcione perpetuamente en una sala vacía.”
La visión de Woolf de las nubes es una visión moderna,
tecnológica, un cine "gigantesco". Es también un espectáculo teatral,
subiendo y bajando sus telones de luz y sombra. Y está estrechamente conectado
con el tema de la lectura que recorre todo el ensayo. Unos párrafos más
adelante, estas estructuras insustanciales -"murallas de roca" creadas
y destruidas- contrastan implícitamente con la sólida estructura de las obras largas
en prosa -"arcos, torres y almenas" firmes en sus cimientos- que no son,
dice, lo que queremos leer en la enfermedad, prefiriendo recurrir a los poetas.
Barry Newport, refiriéndose a este ensayo, explica en el BMJ (BMJ 2010;341:c6633): Virginia Woolf examina el cambio espiritual que puede suponer una enfermedad
febril menor como la gripe, mejorando nuestra percepción del mundo mientras la
sociedad continúa sin nosotros. "En
cuanto nos vemos obligados a guardar cama dejamos de ser soldados del ejército
de los erguidos; nos convertimos en desertores. La Sra. Jones toma su tren. El
señor Smith repara su motor. Los hombres cubren el tejado de paja, los perros
ladran." Mientras tanto el yacente puede estudiar la naturaleza,
indiferente pero reconfortado, encontrar nueva belleza mirando el interminable desfile
de las nubes o la rica efusión de
colores en los pétalos de flores.
Para Woolf la enfermedad también es algo que debe
experimentarse sin expectativas o deseos de simpatía: "esa ilusión de un mundo tan uniforme que se hace eco de cada
gemido, de seres humanos tan unidos por las necesidades y los temores comunes que
el tirón de una muñeca tira de las demás, en el que por extraña que sea la
experiencia propia, otras personas ya la han tenido, donde, por muy lejos que
viajes en tu propia mente alguien ha estado allí antes que tú –es completamente
ilusoria. No conocemos nuestras propias almas, y mucho menos las almas de los
demás. Los seres humanos no van cogidos de la mano todo el trecho del camino.
Hay una selva virgen en cada uno; un campo nevado donde se desconocen incluso
las huellas de los pájaros. Aquí vamos solos, y lo preferimos. Sería
insoportable que nos compadecieran siempre, que nos acompañaran siempre, que
nos comprendieran siempre."
Creo que muchos de nosotros –escribe Newport- reconoceremos
las sensaciones que la autora describe en nuestra propia experiencia de
enfermedad febril, pero no ese rechazo de apoyo emocional que exhibe tan
trágicamente antes de su suicidio 15 años más tarde. En esa época a los
pacientes generalmente no les gustaba discutir sobre sus sentimientos más
íntimos; hoy en día los periódicos y revistas están llenos de gente exponiendo
sus experiencias médicas privadas. Nuestros pacientes vienen a vernos no sólo para
recibir tratamiento, sino a menudo con la esperanza de obtener apoyo y
comprensión; y en los últimos 30 años las habilidades de consulta y
comunicación vienen siendo fundamentales en la formación y el aprendizaje de los
médicos, incluyendo la capacidad no sólo de apoyo, sino de empatía.
¿Pero cómo logramos esto? Hemos de realizar nuestros mejores esfuerzos para ‘ponernos en los zapatos del paciente’ y saber que podemos aportar
consuelo con expresiones tales como "Sé
cómo se siente…". Pero, aparte de nuestra propia experiencia, ¿podemos
penetrar plenamente en la experiencia
de alguien más?
Una hermosa, sugerente y recomendable lectura cuyas reflexiones siguen siendo interesantes...
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