martes, 23 de diciembre de 2014

Estar enfermo («On being ill»).

“No son las catástrofes, los asesinatos, las muertes, las enfermedades las que nos envejecen y nos matan; es la manera como los demás miran y ríen y suben las escalinatas del bus.” 
(El cuarto de Jacob) 
Virginia Woolf

En el verano de 1925 el poeta T.S.Eliot le pidió a Virginia Woolf un breve texto para el relanzamiento de su revista New Criterion. En aquel momento la escritora había publicado ya sus cuatro primeras novelas: The voyage out –Fin de viaje (1915)-, Night and day –Noche y día (1919)-, Jacob’s Room –El cuarto de Jacob (1922)- y Mrs. Dalloway –La señora Dalloway (1925)- además de varios colecciones de relatos, reseñas de libros, artículos y ensayos sobre temas muy diversos, lo que le había supuesto un notable reconocimiento y consideración como crítica literaria y social.

A mediados de noviembre de 1925 Virginia Woolf envió a su amigo un pequeño ensayo de apenas quince páginas titulado On being ill que, aunque parece que no fue totalmente del agrado de Elliot, fue publicado en enero de 1926 en el primer número de New Criterium. En abril de ese mismo año, la revista neoyorquina The Forum publicó una versión algo más reducida con el título Illness: An Unexploited Mine (La enfermedad: una mina sin explotar). En 1930, Virginia y su marido, Leonard, recuperaron el título y el texto original en una edición de su famosa editorial Hogarth Press, que habían fundado en 1917, y en la que publicaron textos propios, de amigos (Katherine Mansfield, J.M.Keynes, E.M.Forster), de Dostoievski, Chéjov o Sigmund Freud. Tras la muerte de Virginia, Leonard Woolf reimprimió el ensayo en 1947 (en The Moment and Other Essays) y en 1967 (en el cuarto volumen de Collected Essays).

Afectada por un trastorno bipolar, (v. Virginia Woolf: caso clínico Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq.  n.92 Madrid oct.-dic. 2004), la enfermedad fue siempre uno de los temas claves y recurrentes en la vida y en la obra de Virginia Woolf. Como en otros casos conocidos (Nietzsche, Rimbaud, Schopenhauer…) algunos autores han querido relacionar la enfermedad con su creatividad literaria (Virginia Woolf: enfermedad mental y creatividad artística Rev. méd. Chile v.133 n.11 Santiago nov. 2005).

En cualquier caso, su existencia estuvo siempre marcada por acontecimientos de enorme carga emocional, que posiblemente determinaron la aparición de los primeros síntomas de enfermedad mental. Dos intentos de suicidio iniciales dieron paso a la presencia de brotes y episodios periódicos, en los que aparecían inextricablemente entrelazados los síntomas físicos y mentales. Durante toda su vida presentó severos síntomas físicos -fiebres, desmayos, dolores de cabeza, pulsaciones, insomnio- acompañados de fases de agitación o depresión. En sus fases más severas, apenas comía, experimentando alarmantes pérdida de peso.

Repleto de imágenes deslumbrantes sobre la salud y la enfermedad, sobre las relaciones entre el alma y el cuerpo, sobre el lenguaje, la poesía y las palabras, en On being ill la escritora se pregunta por qué la enfermedad no ha sido (al menos hasta entonces) un tema tan popular para la literatura como el amor, la batalla o los celos. Interesa recordar aquí que La montaña mágica –una de las grandes obras literarias cuyo leitmotiv es precisamente la enfermedad-, acababa de publicarse apenas un año antes en Alemania, y no se tradujo al inglés hasta 1927).

Así comienza, de manera magistral, el texto del ensayo:

«Considering how common illness is, how tremendous the spiritual change that it brings, how astonishing, when the lights of health go down, the undiscovered countries that are then disclosed, what wastes and deserts of the soul a slight attack of influenza brings to view, what precipices and lawns sprinkled with bright flowers a little rise of temperature reveals, what ancient and obdurate oaks are uprooted in us by the act of sickness, how we go down into the pit of death and feel the waters of annihilation close above our heads and wake thinking to find ourselves in the presence of angels and the harpers when we have a tooth out and come to the surface in the dentist’s arm-chair and confuse his “Rinse the mouth—rinse the mouth” with Heaven to welcome us—when we think of this, as we are so frequently forced to think of it, it becomes strange indeed that illness has not taken its place with love and battle and jealousy among the prime themes of literature.»

[Considerando lo común que es la enfermedad, el tremendo cambio espiritual que provoca, los asombrosos territorios desconocidos que se descubren cuando declinan las luces de la salud, los páramos y desiertos del alma que desvela un leve ataque de gripe, los precipicios y las praderas salpicadas de flores brillantes que revela un pequeño aumento de la temperatura, los antiguos y obstinados robles que desarraiga en nosotros el hecho de enfermar, cómo nos hundimos en la sima de la muerte y sentimos las aguas de la aniquilación sobre nuestras cabezas y despertamos creyendo hallarnos en presencia de los ángeles y arpistas cuando nos han extraído una muela y afloramos a la superficie en el sillón del dentista y confundimos su “Enjuáguese la boca, enjuáguese la boca” con el saludo de Dios para darnos la bienvenida al Paraíso –cuando pensamos en esto, como nos vemos obligados a pensar con frecuencia, resulta ciertamente extraño que la enfermedad no haya ocupado su lugar con el amor, la batalla y los celos entre los principales temas literarios.]

La autora se lamenta también de la escasez de palabras adecuadas para describir la enfermedad y sus síntomas:

«Finally, to hinder the description of illness in literature, there is the poverty of the language.  English, which can express the thoughts of Hamlet and the tragedy of Lear, has no words for the shiver and the headache. It has all grown one way. The merest schoolgirl, when she falls in love, has Shakespeare or Keats to speak her mind for her; but let a sufferer try to describe a pain in his head to a doctor and language at once runs dry. There is nothing ready made for him. He is forced to coin words himself, and, taking his pain in one hand, and a lump of pure sound in the other (as perhaps the people of Babel did in the beginning), so to crush them together that a brand new word in the end drops out. Probably it will be something laughable.  For who of English birth can take liberties with the language? To us it is a sacred thing and therefore doomed to die, unless the Americans, whose genius is so much happier in the making of new words than in the disposition of the old, will come to our help and set the springs aflow.»

[Finalmente, la pobreza del idioma contribuye a dificultar la descripción de la enfermedad en la literatura. La lengua inglesa, que puede expresar los pensamientos de Hamlet y la tragedia de Lear, carece de palabras para el escalofrío y el dolor de cabeza. Se ha desarrollado en una única dirección. Una simple colegiala cuando se enamora tiene a Shakespeare o Keats para expresar sus sentimientos; pero un enfermo intenta describir un dolor en la cabeza a un médico y lenguaje se agota de inmediato. No hay nada preparado para ello. Se ve obligado a acuñar las palabras él mismo, tomando su dolor en una mano y un fragmento de sonido puro en la otra (como tal vez hiciera el la gente de Babel al principio), de manera que al aplastarlos juntos surge al fin una palabra nueva. Probablemente será algo irrisoria. Pues, ¿qué inglés de nacimiento se toma libertades con el idioma? Para nosotros es algo sagrado y por lo tanto condenado a morir a menos que los americanos, cuyo ingenio es mucho más afortunado en la creación de nuevas palabras que en el manejo de las antiguas, venga en nuestra ayuda y abran los manantiales.]

¿Por qué no se ha reconocido el "drama cotidiano del cuerpo". ¿Por qué la literatura siempre ha insistido en separar la mente o el alma, del cuerpo? Tal vez porque la gente nunca aceptaría la enfermedad como un tema de ficción; tal vez –sugiere Woolf- porque la enfermedad requiere un nuevo lenguaje -"primitivo, sutil, sensual, obsceno". Porque la enfermedad es casi imposible de comunicar. Nunca puede satisfacerse (del todo) la demanda de compasión del enfermo. Además, la enfermedad realmente prefiere la soledad: "Aquí vamos solos, y lo preferimos".

Desde la situación del enfermo –continúa- “el panorama general de la vida es tan remoto y bello como la costa vista desde un barco en alta mar (…)”.

Sucede también que “existe una franqueza infantil en la enfermedad; se dicen cosas, se sueltan verdades que la cautelosa respetabilidad de la salud oculta”. El enfermo improvisa libremente a través de un complejo patrón de imágenes, dibujando sobre el agua, aire, tierra y fuego, desiertos y cumbres de montañas, bosques profundos e inmensos mares, nubes, pájaros, hojas y flores, como si a través de enfermedad se creara un universo entero alternativo. Los enfermos son los desertores. No aceptarán las convenciones "cooperativas". No quieren ir a trabajar. Se tumban. Pierden el tiempo. Fantasean. No van a la iglesia ni parecen creer en el cielo. Se niegan a leer responsablemente o para dar un sentido a lo que leen. Se sienten atraídos por cualquier tontería, sensación o temeridad.

Al otro lado del cristal se encuentra "el ejército de los erguidos” (the army of the upright), aprovechando la energía, conduciendo vehículos a motor; trabajando y yendo a la iglesia, "con el heroísmo de la hormiga o de la abeja", escribiendo cartas al Times, comunicando y civilizando. Hay una tenue sugerencia de que al separarse a sí mismos del ejército de los trabajadores, los enfermos son como pacifistas o no combatientes, objetores inconscientes que sin embargo tienen sus propias batallas que librar.

En la parte central del ensayo aparece una descripción de lo que se siente al estar acostado de espaldas mirando hacia arriba. ¿Qué vemos?

"Normalmente es imposible mirar el cielo durante mucho tiempo (...) Ahora, recostados mirando hacia arriba, descubrimos que el cielo es algo tan distinto (...) que realmente resulta un poco impactante. ¡Así que esto ha estado ocurriendo siempre sin que nos percatáramos! -esta incesante creación y destrucción de formas, esta aglomeración y choque de las nubes y arrastrar grandes series de barcos y vagones de Norte a Sur, este incesante subir y bajar telones de luz y sombra, este interminable experimento de rayos dorados y de sombras azules, de velar y desvelar el sol, de construir murallas de roca y deshacerlas (…). No debería permitirse que este gigantesco cine funcione perpetuamente en una sala vacía.”  

La visión de Woolf de las nubes es una visión moderna, tecnológica, un cine "gigantesco". Es también un espectáculo teatral, subiendo y bajando sus telones de luz y sombra. Y está estrechamente conectado con el tema de la lectura que recorre todo el ensayo. Unos párrafos más adelante, estas estructuras insustanciales -"murallas de roca" creadas y destruidas- contrastan implícitamente con la sólida estructura de las obras largas en prosa -"arcos, torres y almenas" firmes en sus cimientos- que no son, dice, lo que queremos leer en la enfermedad, prefiriendo recurrir a los poetas.

Barry Newport, refiriéndose a este ensayo, explica en el BMJ (BMJ 2010;341:c6633): Virginia Woolf examina el cambio espiritual que puede suponer una enfermedad febril menor como la gripe, mejorando nuestra percepción del mundo mientras la sociedad continúa sin nosotros. "En cuanto nos vemos obligados a guardar cama dejamos de ser soldados del ejército de los erguidos; nos convertimos en desertores. La Sra. Jones toma su tren. El señor Smith repara su motor. Los hombres cubren el tejado de paja, los perros ladran." Mientras tanto el yacente puede estudiar la naturaleza, indiferente pero reconfortado, encontrar nueva belleza mirando el interminable desfile de las nubes  o la rica efusión de colores en los pétalos de flores.

Para Woolf la enfermedad también es algo que debe experimentarse sin expectativas o deseos de simpatía: "esa ilusión de un mundo tan uniforme que se hace eco de cada gemido, de seres humanos tan unidos por las necesidades y los temores comunes que el tirón de una muñeca tira de las demás, en el que por extraña que sea la experiencia propia, otras personas ya la han tenido, donde, por muy lejos que viajes en tu propia mente alguien ha estado allí antes que tú –es completamente ilusoria. No conocemos nuestras propias almas, y mucho menos las almas de los demás. Los seres humanos no van cogidos de la mano todo el trecho del camino. Hay una selva virgen en cada uno; un campo nevado donde se desconocen incluso las huellas de los pájaros. Aquí vamos solos, y lo preferimos. Sería insoportable que nos compadecieran siempre, que nos acompañaran siempre, que nos comprendieran siempre."

Creo que muchos de nosotros –escribe Newport- reconoceremos las sensaciones que la autora describe en nuestra propia experiencia de enfermedad febril, pero no ese rechazo de apoyo emocional que exhibe tan trágicamente antes de su suicidio 15 años más tarde. En esa época a los pacientes generalmente no les gustaba discutir sobre sus sentimientos más íntimos; hoy en día los periódicos y revistas están llenos de gente exponiendo sus experiencias médicas privadas. Nuestros pacientes vienen a vernos no sólo para recibir tratamiento, sino a menudo con la esperanza de obtener apoyo y comprensión; y en los últimos 30 años las habilidades de consulta y comunicación vienen siendo fundamentales en la formación y el aprendizaje de los médicos, incluyendo la capacidad no sólo de apoyo, sino de empatía.

¿Pero cómo logramos esto? Hemos de realizar nuestros mejores esfuerzos para ‘ponernos en los zapatos del paciente’ y saber que podemos aportar consuelo con expresiones tales como "Sé cómo se siente…". Pero, aparte de nuestra propia experiencia, ¿podemos penetrar plenamente en la experiencia de alguien más?

Una hermosa, sugerente y recomendable lectura cuyas reflexiones siguen siendo interesantes...


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