Foto: Triboro. Hospital for
tuberculosis (1940). Via SHORPY
“A pesar de
los avances científicos del último siglo, ni el papel del la profesión médica
en las sociedades humanas ni la relación médico-paciente han cambiado
sustancialmente. Desde los tiempos antiguos, el encuentro entre el curador y el
paciente ha constituido el principal medio por el que la medicina logra sus
objetivos. Esta continuidad extraordinaria tiene su raigambre en el hecho de
que la medicina responde a una necesidad humana universal e invariable: ayudar
a los pacientes. Es más, la mayor parte de la ayuda médica se proporciona en el
encuentro directo entre paciente y médico esto es, en la relación médico-paciente”.
Siegler, M.A. Professional values in modern clinical
practice.
The Hastings Center Report; Jul/Aug 2000; 30, 4; Health Module pg
S19-S22
Hace
unos días, preparando una intervención para un seminario presencial en la
Escuela Nacional de Sanidad, (“El (complejo) papel de los pacientes y de sus asociaciones en la sostenibilidad del sistema sanitario”), releía un artículo del profesor Enrique Baca publicado hace unos años: Las cuatro lógicas del Sistema
Sanitario (Claves de Razón
Práctica, nº 165, sept. 2006). El autor proponía en aquel trabajo un sencillo
esquema explicativo sobre el sistema sanitario, al que caracterizaba por la presencia
de cuatro agentes protagonistas: a los tradicionalmente conocidos médico y paciente habría que añadirles, al menos en las sociedades
occidentales, las figuras del tercer pagador,
(ya sea el propio Estado o una aseguradora privada), y de la industria. En el desempeño de su papel
estos agentes asumirían diferentes valores como guía de actuación, que
fácilmente pueden colisionar y entrar en conflicto.
Si
bien es cierto que la mayoría de los fenómenos sociales no pueden
esquematizarse ni simplificarse demasiado sin caer en un reduccionismo
empobrecedor, este tipo de perspectivas o enfoques ayudan a entender mejor los
mecanismos que permiten el funcionamiento real de organizaciones y sistemas
sociales complejos. (Ya abordamos este tema en una entrada anterior: Gestión sanitaria pública: confluencia y conflicto de intereses).
Como
es sabido, la práctica tradicional de la medicina en el mundo occidental ha
venido marcada por la relación clínica establecida a través de la relación médico-paciente. Esta especial relación de ayuda se fue haciendo cada vez más amplia y compleja,
a medida que se fueron incorporando a la misma otros actores, que han convertido
la asistencia sanitaria en un entramado de relaciones con (entre) nuevos
interlocutores cuyos intereses no siempre son coincidentes entre sí.
Con
la aparición de los sistemas de aseguramiento aparece el tercer pagador, lo que supone la posibilidad de que el enfermo no
busque ya al médico para recibir ayuda, sino a la institución que emplea a los
médicos. De igual forma, ya no es solo el médico el que decide prestar ayuda al
paciente, sino que es la institución pagadora quien toma esta decisión. En
última instancia la aparición del tercer pagador es el origen de los modernos
sistemas sanitarios, en contraposición con la práctica de la medicina como
profesión liberal.
Por
otro lado, el potente desarrollo de la industria
farmacéutica y de la tecnología sanitaria para diagnóstico y tratamiento ha
hecho que se incorporen también como un nuevo agente con enorme capacidad de
interlocución e influencia.
Estos
cuatro protagonistas (médico, enfermo, tercero pagador e industria) presentan
cuatro lógicas de funcionamiento diferentes, todas ellas necesarias y
potencialmente conflictivas en su interrelación:
La lógica del
médico
En
líneas generales, el médico se rige por la lógica del cuidado y su compromiso
es la preservación y mejora de la salud del enfermo. Esta lógica se corresponde
con el valor de la acción benefactora
y la evitación de la maleficencia. En
este marco hay que contemplar también la confidencialidad,
como una consecuencia de la propia acción benefactora, y la autonomía del paciente, como un
mecanismo corrector del exceso de beneficencia manifestado en un despótico paternalismo
médico que impide incluso la corresponsabilización del enfermo en el proceso de
sus cuidados.
La lógica del enfermo
La
lógica del enfermo es la lógica de la necesidad, a la que
corresponden los valores de la inmediatez
o accesibilidad y de la calidad de los cuidados. Esta calidad
debe entenderse sobre todo como satisfacción de la necesidad subjetiva
percibida. Tiene que ver con la forma y el proceso de prestación y no es
necesariamente coincidente con la calidad técnica de los cuidados (que el paciente
suele dar por sentada) o con la efectividad objetiva de los mismos.
La lógica del tercer
pagador
Para
poder dar cobertura y respuesta suficiente y adecuada a las demandas de la
población a su cargo (sea el colectivo
de asegurados de una compañía, o la población general cubierta por el sistema
público de salud), el tercer pagador gobierna su actuación mediante la lógica
del rendimiento. Ésta se basa en dos valores fundamentales, la eficiencia y la viabilidad/sostenibilidad. La eficiencia se ha convertido en un
valor “fetiche”, siendo continuamente invocada y permanentemente esgrimida para
justificar cualquier medida que pudiera interpretarse como una actuación
dirigida a recortar recursos. La eficiencia puede ser así pervertida al
convertirse en un concepto meramente economicista mediante la pura y dura
contención del gasto. A la eficiencia se suma la necesidad de preservar y
mantener el sistema, es decir la sostenibilidad/viabilidad del mismo. Si el
sistema no es viable, cualquier otra consideración parece superflua. Para ello,
las recetas propuestas pueden sintetizarse en dos grandes grupos: aumentar los
recursos del sistema o reducir el gasto.
En
este contexto, el tercer pagador aparece siempre como alguien permanentemente
preocupado por la contención del gasto
pero también por la aportación de recursos y por un uso eficiente de los
mismos. En el caso de los terceros pagadores privados hay que añadir a la
lógica del rendimiento la lógica de la rentabilidad.
La lógica de la
industria sanitaria
Como
era de esperar dentro del mercado, la industria sanitaria sigue la lógica
de la rentabilidad y del beneficio. Tiene inversores y pretende ganar
dinero, cuanto más mejor. Cabe distinguir aquí la industria farmacéutica y la
industria de la tecnología diagnóstica y terapéutica, (analítica,
electromedicina, implantes, prótesis, etc.). Los valores que subyacen en su
actuación son los de la efectividad y la ganancia.
En
otro orden de cosas, la industria sanitaria presenta, además, aspectos
vinculados a la lógica de la innovación y la investigación, a través de
procesos de I+D que son consustanciales a su propia existencia y desarrollo.
Hay
que señalar también, como elemento diferencial, que los “clientes” de la
industria sanitaria no son los enfermos, ni siquiera los terceros pagadores
(que son clientes solo en la medida en que pagan las facturas, pero intervienen
poco en la generación del gasto). En realidad los clientes de la industria
sanitaria son los médicos.
La lógica del sistema
como una lógica compleja
De la
confluencia “imposible” de cuatro lógicas distintas, apoyadas en los valores
potencialmente conflictivos señalados, resulta un sistema sanitario complejo,
que debe integrar y armonizar la heterogeneidad y conflictividad de tales
lógicas y valores. Junto a lo anterior, o quizá como resultado de ello, cabe
añadir un cambio aún más influyente y decisivo, apreciable desde las perspectivas
médica, ética y jurídica: la transformación en nuestra época del significado de
la salud como fin o bien propio de la medicina y de las profesiones
asistenciales, así como de la misma relación clínica.
Como bien señala el Dr. Enrique Baca, no hay posibilidad de un abordaje mínimamente comprensivo de la realidad sanitaria si previamente no se ponen sobre la mesa la realidad de estas cuatro “lógicas” y se analizan críticamente intentando aproximar las posturas existentes entre ellas y revisando cualquier pretensión de hegemonía en las posiciones respectivas. Ello, -concluye- «supone la confrontación de los puntos de fricción entre las posiciones de los cuatro actores y exige un tratamiento absolutamente desprovisto de tendenciosidad. Esta advertencia parecería innecesaria e incluso injusta, pero a nadie se le escapa que, si hay distorsión de los argumentos, falacias pseudocientíficas, expectativas desmesuradas, luchas de poder y sesgos ideológico-irracionales en alguna parte de la actividad humana ésa es precisamente la que hace referencia a los temas de la salud y la enfermedad. Hay que decir que este análisis supone enfrentarse a una dura realidad en la cual los médicos no son necesariamente sabios, los enfermos no necesariamente buscan su salud, los terceros pagadores no desean necesariamente y sobre todas las cosas el mejor cuidado para sus usuarios y la industria sanitaria no es necesariamente arcangélica en sus prácticas.»
Conviene tenerlo en cuenta…
Con la aparición de los sistemas de aseguramiento aparece el tercer pagador, lo que supone la posibilidad de que el enfermo no busque ya al médico para recibir ayuda, sino a la institución que emplea a los médicos. De igual forma, ya no es solo el médico el que decide prestar ayuda al paciente, sino que es la institución pagadora quien toma esta decisión. En última instancia la aparición del tercer pagador es el origen de los modernos sistemas sanitarios, en contraposición con la práctica de la medicina como profesión liberal.
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