Marañón pasando visita en el hospital (c. 1927)
«El humanismo se manifiesta en la comprensión, la
generosidad y la tolerancia que caracteriza en todo tiempo a los hombres
impulsores de la civilización.»
«Hay que clamar para ensalzar al humanismo, pedir y
desear que la juventud sea humanista, o al menos una parte de ella, que
bastaría para que se salve el mundo.»
Gregorio Marañón
En un librito dedicado a la emblemática figura del Dr. Gregorio Marañón,
(prototipo insigne del médico humanista, científico pero también pensador,
historiador, político, ensayista, docente y académico), publicado apenas dos
años después de la muerte de éste, (Laín Entralgo P. Marañón y el enfermo. Revista de Occidente. Madrid, 1962), apuntaba
don Pedro Laín Entralgo: «Conviene recordar de cuando en cuando
las nociones que a fuerza de consabidas se hallan en riesgo permanente de ser
olvidadas». Con palabras referidas a los médicos, pero que sin duda pueden
aplicarse también a cualquier profesional sanitario, señalaba muy acertadamente:
«¿recuerda el médico
actual con la frecuencia deseable que su encuentro con el enfermo es no sólo su
experiencia cotidiana, sino también su experiencia fundamental? Ante la cama
hospitalaria o en la intimidad de su
consultorio privado, en el domicilio del paciente o dentro del ámbito
semipúblico de una policlínica cualquiera, el médico da comienzo a su quehacer
más propio encontrándose con el enfermo. Bajo tanta diversidad en la
apariencia, no es difícil, sin embargo, percibir la radical unidad de la
esencia: todos esos variados eventos de la actividad clínica llevan
constantemente en su seno la relación personal entre un hombre a quien una
determinada situación aflictiva de su vida, la enfermedad, ha trocado en
menesteroso, y otro hombre, el médico, capaz de prestarle ayuda técnica.»
A lo largo de varios capítulos enumera Laín Entralgo el
fundamento y los momentos principales de cómo debe desarrollarse una correcta y
adecuada relación del médico con el enfermo, y de cómo la entendía precisamente
el doctor Marañón. Al referirse al tratamiento, definido como ‘acto de colaboración’ entre el médico y
el enfermo, afirma Laín que «la relación
terapéutica es (…) una empresa bipersonal –en último extremo, social-, en la
cual colaboran con deliberación y eficacia variables el terapeuta y el paciente»...
Pero para que la actividad terapéutica del médico logre su eficacia máxima,
esa operante buena voluntad suya respecto del enfermo debe reunir también una
serie de características. Entre ellas, (escribe Laín sobre Marañón), es preciso
tener:
(…) «Consideración, delicada consideración
de la realidad y la peculiaridad personales del enfermo tratado. Cabe decir,
utilizando el sentido popular de estas dos palabras, que, frente a su paciente,
el médico debe ser a la vez “considerador” y “considerado”: debe considerar
atentamente el alma y el cuerpo de aquel y, a la vez, tener exquisita
consideración con uno y otra.» (…)
«El modo más elemental
de esa inexcusable consideración es, por supuesto, la cortesía esencial y no
aprendida en que la verdadera caridad se desgrana. “Calderilla de la caridad”,
ha sido llamada más de una vez la amabilidad menuda y cortés de quien
habitualmente sabe amar a sus prójimos.» (…)
«La consideración del
médico debe ser, sin embargo, algo más que amable cortesía.»
Resulta interesante señalar aquí la concepción, muy cercana
a los planteamientos más actuales de la medicina centrada en la persona o medicina centrada en el paciente que subyace en la idea, hoy unánimemente aceptada, de que el paciente ha de ser
copartícipe y corresponsable en su proceso de atención:
«La medicina moderna,
hemos oído decir a Marañón, ha descubierto “la supremacía del individuo, que es
siempre lo primero”; y tan gran verdad, inexcusable en orden al diagnóstico, es
todavía más inexcusable y urgente a la hora del tratamiento. No creo que tenga
otro sentido ésta resuelta y atenta “consideración” de la realidad personal del
enfermo; el cual, así tratado, deja de ser mero “objeto pasivo” de la operación
terapéutica, y sin pretenderlo se eleva a la condición de “co-actor o
con-sujeto” de ella.»
«Tal condición se hará
todavía más patente examinando lo que el enfermo por sí mismo pone –mejor
dicho: debe poner- en ese acto de colaboración que es el tratamiento.» (…)
«Que el que no es
médico colabore con el médico –que el diagnóstico sea un saber compartido y que
en el tratamiento cooperen el terapeuta y el enfermo- es cosa en alguna medida razonable,
y hasta de alguna manera necesaria, si el paciente ha de ser visto y tratado de
acuerdo con su condición de persona.»
Un texto del capítulo “Profesión y ética”, escrito por
Marañón para el libro colectivo El médico
y su ejercicio profesional en nuestro tiempo (Editora Nacional. Madrid,
1952), explica muy bien, mediante una divertida anécdota, su idea de la
cortesía y el trato personal que hay que dispensar a los pacientes:
CORTESÍA CON EL ENFERMO
«En mis enseñanzas del
hospital me importa mucho más que el que los que colaboran conmigo aprendan los
secretos de la clínica, el que aprendan a tratar a los enfermos como su fueran
caballeros de la Tabla Redonda. Sentiría más que saliese de mi lado un médico
poco cortés con sus pacientes que ignorante de los síntomas de la fiebre
tifoidea o de la acromegalia.
Cuando yo estudiaba
Patología quirúrgica, mi maestro, que lo fue extraordinario, don Alejandro San
Martín, examinaba en una ocasión a un compañero mío, muy mal estudiante, pero
muy bien educado, a veces demasiado extremoso en sus expresiones de cortesía.
Le tocó explorar a una pobre mujer, de aquellas de rompe y rasga, que
circulaban al anochecer por las callejuelas vecinas a San Carlos, [se
refiere al hospital universitario de Madrid], a la cual se dirigió el examinando diciéndola, para auscultarla, con el
mismo empaque con que Amadís se dirigía a una princesa: “Señora, tenga usted la
bondad, si no le incomoda, de descubrir el busto.” Como la paciente no estaba acostumbrada
a estas finuras y jamás le había incomodado descubrir el busto o cualquier otra
porción de su cuerpo a la menor insinuación, contestó con una ruidosa
carcajada, y no hay que decir que a nosotros el lance nos produjo también alborotada
hilaridad. Pero don Alejandro dio una gran palmada, como solía al tomar alguna de
sus ejemplares actitudes pedagógicas, y, en medio del silencio, sentenció: “Retírese,
señor Fulano, me basta ver lo bien educado que está para estar seguro de que será
un buen médico”, y pidiéndole la papeleta escribió, en gruesos caracteres: Sobresaliente
y matrícula de honor.»
Como se ve, la educación y los buenos modales no sólo son imprescindibles para el ejercicio profesional, sino que pueden convertirse, además, en un medio para conseguir excelentes méritos académicos...
Y como colofón, un excelente documental sobre la figura de don
Gregorio Marañón: