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miércoles, 27 de septiembre de 2017

Lecturas para la humanización (II)


“Instalados en un vértigo tecnológico que apunta a la inmortalidad como el próximo reto cuando todavía la instalación de fibra telefónica es una chapuza de cables, taladros y postes torcidos en las esquinas de las calles, parecemos imbuidos de una seguridad en nosotros mismos que solo se apabulla cuando llega puntual la enfermedad terminal y la pompa fúnebre, a la que por más rimbombancia que le damos no nos acaba de gustar del todo protagonizar.”
Otoño. David Trueba
“Cuentan que un día Richard Blackmore, poeta inglés del siglo XVII, cirujano y médico de cámara de Guillermo III, pidió consejo a su famoso colega Sydenham, conocido como el  Hipócrates inglés, sobre qué libro debería leer para aumentar sus conocimientos profesionales, a lo que Sydenham respondió sin vacilación: “Leed el Quijote”.
Alejandro Zambrano Ferre

La literatura debería ser cada vez más importante como herramienta metodológica y de análisis dentro de la enseñanza de las humanidades médicas y de la medicina misma, al tiempo que permitiría, además, disfrutar del placer intangible de la emoción estética de la literatura que subyace a este tipo de experiencia. Tratándose de un arte que enriquece muchas facetas de la experiencia humana, la literatura no podrá nunca reducirse a una mera herramienta de análisis: la palabra escrita tiene un poder inherente inexplicable, tanto como la palabra hablada puede tenerlo en la relación entre profesionales sanitarios y pacientes.

Algunas sugerencias personales

Por recomendación expresa de mis profesores del COU -que sabían que iniciaría mis estudios de Medicina en el siguiente curso académico- a lo largo de muchas tardes de un ya lejano periodo estival leí algunos de los títulos citados por Joseantonio Trujillo en el listado de su Programa Humanitas del que hablábamos en la entrada anterior: Junto a la excelente “Introducción a la Medicina” del profesor José María López Piñero, Cuerpos y almas,  La ciudadela o La peste me acompañaron y ocuparon aquellas tardes veraniegas…
  
Además de los libros referidos y ya mencionados, clásicos como Chéjov, Tolstoi, Zweig, Dickens o Stendhal formarían parte indispensable de ese equipaje de recomendaciones que incluiríamos en un programa de lecturas no académicas para la formación de profesionales sanitarios.

Con este mismo propósito, en una entrada de su recomendable blog Medicina y Melodía, José Manuel Brea Feijóo @xoselbrea realizaba una amplia enumeración de obras, títulos y autores  relacionados con el mundo de la medicina.

Por nuestra parte iremos incorporando aquí una muestra de algunas obras recomendables (y a mi juicio necesarias) para un hipotético curso de Literatura y Medicina, (o bien Medicina y Literatura) que, enmarcado en el ámbito de las humanidades médicas, podría contribuir a una (mejor) educación integral en valores de quienes diariamente se encuentran ante personas sujetas a la vulnerabilidad provocada por la enfermedad, el dolor y la muerte.     

En este sentido, tal vez merezca la pena señalar que hace apenas una semana, en el transcurso de una Jornada sobre medicina centrada en el paciente, patrocinada por la Fundación Lilly, los participantes en la misma reclamaban “un mayor humanismo en la formación de los facultativos”, (no obstante yo diría en la formación de cualquier profesional sanitario).
He aquí nuestra propuesta, que incluye desde obras de ficción a ensayos, libros de memorias o narraciones más o menos conocidas:

 La enfermedad y sus metáforas (1978)

«La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía: la del reino de los sanos, y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar.»

Escrito hace ya cuarenta años, -a partir de su propia experiencia con el cáncer de mama- este brillante ensayo sobre las imágenes metafóricas de la enfermedad aplicadas a determinadas dolencias fuertemente estigmatizadas y estigmatizantes, (tuberculosis, cáncer…) y el uso que la sociedad hace de ellas, sigue conservando toda su fuerza explicativa. En este sentido, la metáfora no es solo una figura retórica sino también, y sobre todo, un mecanismo epistemológico significativo mediante el cual comprendemos el mundo: «Illness as metaphor». (En 1988, diez años después de su publicación, la escritora norteamericana consideraría necesario actualizar sus reflexiones a la vista de la imparable diseminación de un padecimiento relativamente nuevo, primero denominado “cáncer rosa”, y más tarde AIDS, las siglas de lo que ya se identificaba como síndrome de inmunodeficiencia adquirida).

«La imaginería patológica sirve para expresar una preocupación por el orden social, dando por sentado que todos sabemos en qué consiste el estado de salud.»

La enfermedad no se reduce exclusivamente a un proceso orgánico, sino que es un fenómeno complejo preñado de significados sociales y con una carga determinante de la dimensión simbólica en cuanto a la relación y la vivencia que los individuos tienen de los procesos mórbidos.

Un texto indispensable y de obligada lectura, estructurado sobre dos pilares, la crítica al paternalismo médico y la resistencia a la ignorancia. Una buena reseña aquí.

El anzuelo del diablo (2014)
Sobre la empatía y el dolor de los otros

Publicado en 2014, este magnífico libro de la periodista Leslie Jamison reúne una serie de ensayos cuyo nexo común es la experiencia del dolor vivida por uno mismo y observada en los demás, lo que conduce al tema nuclear de la empatía como comprensión afectiva de las emociones y sentimientos de otra(s) persona(s): 
«La empatía no consiste sólo en acordarse de decir debe de ser muy duro, sino también en buscar la forma de sacar los problemas a la luz para que no pasen desapercibidos. La empatía no consiste sólo en escuchar, sino en formular las preguntas cuyas respuestas deben ser escuchadas. La empatía requiere indagación e imaginación a partes iguales. La empatía requiere saber que no se sabe nada. La empatía equivale a reconocer un horizonte contextual que se extiende perpetuamente más allá de lo que uno alcanza a ver.» (...) 
«La empatía equivale a percatarse de que ningún trauma posee contornos discretos. El trauma sangra. Por las heridas y más allá de las fronteras.» 
Una (otra más) obra necesaria... de la misma estirpe de Susan Sontag.

Doctor Arrowsmith (1925)
“…una novela sobre medicina escrita cuando la medicina todavía se ocupaba de las infecciones tradicionales, la contención de las grandes epidemias y el desarrollo de antibióticos y vacunas. Sinclair Lewis, hijo y nieto de galenos, tenía una gran cantidad de conocimientos médicos: como él mismo reconoció, en su adolescencia tuvo acceso a los casi cuatrocientos volúmenes de medicina de la biblioteca de su padre; además, contó con el asesoramiento del bacteriólogo Paul de Kruif, a quien posteriormente dedicaría su obra.” (De una reseña aparecida en El Imparcial).

Considerada como una de las primeras grandes novelas norteamericanas (por la que su autor recibió en 1926 el Premio Pulitzer -que rechazaría- cuatro años antes de que se convirtiera en el primer escritor norteamericano en obtener el Nobel, antes de Faulkner, Steinbeck, y Hemingway), Doctor Arrowsmith es una obra maestra, uno de los primeros eslabones de la gran cadena narrativa norteamericana.
Es probablemente la primera obra de ficción protagonizada por un científico del ámbito de la Biomedicina. La novela, que fue luego llevada al cine por John Ford en 1931, narra las aventuras y desventuras del médico Martin Arrowsmith, su paso por la Universidad y su decepcionante carrera en la medicina privada y la sanidad pública para, finalmente, consagrarse a la investigación científica, su auténtica e idealizada pasión. En la novela se plantean cuestiones sobre el modelo sanitario público, sobre la Medicina entendida como práctica puramente lucrativa, la investigación básica frente a la investigación aplicada, los "medicamentos milagro", dilemas éticos… temas de plena y total actualidad pero que Sinclair Lewis aborda hace casi un siglo.

Por qué leer Arrowsmith (algunas buenas razones).

Curiosamente, pueden encontrarse algunos artículos que han estudiado cómo se abordan en la novela los avances en inmunología y bacteriología (vid. Lowy I. Immunology and literature in the early twentieth century: “Arrowsmith” and “The Doctor’s Dilemma”. Med Hist. 1988; 32:314-332).

Destacamos las palabras de José Manuel Álvarez, responsable de la última traducción de la novela al castellano: “La medicina y la sanidad públicas parecen estar amenazadas en el presente por esas mismas fuerzas que nos describe Lewis en sus inicios y que parecen hoy mucho más poderosas, insidiosas, amenazadoras e implacables que entonces“. Se comparta o no una afirmación de tal calado y tan rotunda, tal vez convendría no olvidar que –como se dice en la novela- “…el mundo siempre está dejando que haya tipos que impongan estupideces solo porque son de buen corazón.” [Y a veces ni tan siquiera tienen eso...].

El árbol de la ciencia (1911) 

Se ha venido señalando el carácter semiautobiográfico de esta breve novela, que en su primera parte narra la vida como estudiante de medicina de Andrés Hurtado. A través de su familia, profesores, condiscípulos y amistades diversas, Baroja realiza una feroz y despiadada radiografía del Madrid de finales del siglo XIX. En la segunda parte cuenta la estancia de Hurtado como médico en Alcolea, aprovechando para mostrar la penosa situación del campesinado (víctima del caciquismo, la ignorancia, la desidia y la resignación), el retorno a Madrid donde trabaja como médico de higiene. (Baroja hace aquí énfasis en la situación de la prostitución de Madrid del siglo XIX) y, finalmente, el desgraciado matrimonio con Lulú, una chica que conoció en sus tiempos de estudiante.
 
El árbol de la ciencia contiene las características generales que identifican el estilo de la denominada Generación del 98, de la que Pío Baroja fue uno de sus máximos exponentes. Cabe señalar el tono pesimista de hastío, angustia y amargura existencial que impregna toda la obra, la desestructuración familiar y la relación de (mal)trato de la mayoría de los hombres con las mujeres, consideradas más como objetos que como personas, la melancolía del pasado, la ausencia de perspectivas y la incertidumbre ante el futuro. La novela es un auténtico ejemplo de novela de personajes, que anticipa y prefigura el absurdo del nihilismo existencialista.
 (Continuará…)

2 comentarios:

  1. Interesante serie humanizadora. Gracias por la referencia, Rodrigo; y, con tu permiso, me apropio de los dos ensayos y de la novela de Lewis para enriquecer nuestro particular catálogo de obras literario-médicas.

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    Respuestas
    1. Encantado José Manuel, (faltaría más).
      Ya sabes aquello de: "nadie sabe más que todos juntos..." o "todo lo sabemos entre todos..."
      Saludos.

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