“Instalados en un vértigo tecnológico que apunta a la inmortalidad como el próximo reto cuando todavía la instalación de fibra telefónica es una chapuza de cables, taladros y postes torcidos en las esquinas de las calles, parecemos imbuidos de una seguridad en nosotros mismos que solo se apabulla cuando llega puntual la enfermedad terminal y la pompa fúnebre, a la que por más rimbombancia que le damos no nos acaba de gustar del todo protagonizar.”
Otoño. David Trueba
“Cuentan que un día Richard Blackmore, poeta inglés
del siglo XVII, cirujano y médico de cámara de Guillermo III, pidió consejo a
su famoso colega Sydenham, conocido como el
Hipócrates inglés, sobre qué libro debería leer para aumentar sus
conocimientos profesionales, a lo que Sydenham respondió sin vacilación: “Leed
el Quijote”.
Alejandro Zambrano Ferre
La literatura debería ser cada vez más importante como
herramienta metodológica y de análisis dentro de la enseñanza de las
humanidades médicas y de la medicina misma, al tiempo que permitiría, además,
disfrutar del placer intangible de la emoción estética de la literatura que subyace
a este tipo de experiencia. Tratándose de un arte que enriquece muchas facetas
de la experiencia humana, la literatura no podrá nunca reducirse a una mera herramienta
de análisis: la palabra escrita tiene un poder inherente inexplicable, tanto
como la palabra hablada puede tenerlo en la relación entre profesionales
sanitarios y pacientes.
Algunas sugerencias personales
Por recomendación expresa de mis profesores del COU -que
sabían que iniciaría mis estudios de Medicina en el siguiente curso académico-
a lo largo de muchas tardes de un ya lejano periodo estival leí algunos de los
títulos citados por Joseantonio Trujillo en el listado de su Programa Humanitas del que hablábamos en
la entrada anterior: Junto a la excelente “Introducción
a la Medicina” del profesor José María López Piñero, Cuerpos y almas, La ciudadela o La peste me acompañaron y ocuparon aquellas tardes veraniegas…
Además de los libros referidos y ya mencionados, clásicos como
Chéjov, Tolstoi, Zweig, Dickens o Stendhal formarían parte indispensable de ese equipaje de
recomendaciones que incluiríamos en un programa de lecturas no académicas para
la formación de profesionales sanitarios.
Con este mismo propósito, en una entrada de su recomendable
blog Medicina y Melodía, José Manuel Brea Feijóo @xoselbrea realizaba una amplia enumeración de
obras, títulos y autores relacionados con el mundo de la medicina.
Por nuestra parte iremos incorporando aquí una muestra de algunas
obras recomendables (y a mi juicio necesarias) para un hipotético curso de Literatura y Medicina, (o bien Medicina y Literatura) que, enmarcado en el ámbito de las humanidades
médicas, podría contribuir a una (mejor) educación integral en valores de quienes
diariamente se encuentran ante personas sujetas a la vulnerabilidad provocada
por la enfermedad, el dolor y la muerte.
En este sentido, tal vez merezca la pena señalar que hace apenas
una semana, en el transcurso de una Jornada sobre medicina centrada en el paciente, patrocinada por la Fundación Lilly, los participantes en la misma reclamaban “un mayor humanismo en la formación de los
facultativos”, (no obstante yo diría en
la formación de cualquier profesional sanitario).
He aquí nuestra propuesta, que incluye desde obras de
ficción a ensayos, libros de memorias o narraciones más o menos conocidas:
La
enfermedad y sus metáforas (1978)
«La enfermedad es el
lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos
otorgan una doble ciudadanía: la del reino de los sanos, y la del reino de los
enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada
uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como
ciudadano de aquel otro lugar.»
Escrito hace ya cuarenta años, -a partir de su propia experiencia
con el cáncer de mama- este brillante ensayo
sobre las imágenes metafóricas de la enfermedad
aplicadas a determinadas dolencias fuertemente estigmatizadas y estigmatizantes,
(tuberculosis, cáncer…) y el uso que la sociedad hace de ellas, sigue
conservando toda su fuerza explicativa. En este sentido, la metáfora no es solo
una figura retórica sino también, y sobre todo, un mecanismo epistemológico
significativo mediante el cual comprendemos el mundo: «Illness as metaphor». (En 1988, diez años después de su
publicación, la escritora norteamericana consideraría necesario actualizar sus
reflexiones a la vista de la imparable diseminación de un padecimiento
relativamente nuevo, primero denominado “cáncer rosa”, y más tarde AIDS, las
siglas de lo que ya se identificaba como síndrome de inmunodeficiencia
adquirida).
«La imaginería
patológica sirve para expresar una preocupación por el orden social, dando por
sentado que todos sabemos en qué consiste el estado de salud.»
La enfermedad no se reduce exclusivamente a un proceso
orgánico, sino que es un fenómeno complejo preñado de significados sociales y
con una carga determinante de la dimensión simbólica en cuanto a la relación y
la vivencia que los individuos tienen de los procesos mórbidos.
Un texto indispensable y de obligada lectura, estructurado sobre dos pilares, la crítica al paternalismo médico y la resistencia a la ignorancia. Una buena reseña aquí.
Publicado en 2014, este magnífico libro de la periodista Leslie Jamison reúne una serie de ensayos cuyo nexo común es la experiencia del dolor vivida por uno mismo y observada en los demás, lo que conduce al tema nuclear de la empatía como comprensión afectiva de las emociones y sentimientos de otra(s) persona(s):
«La empatía no consiste sólo en acordarse de decir debe de ser muy duro, sino también en buscar la forma de sacar los problemas a la luz para que no pasen desapercibidos. La empatía no consiste sólo en escuchar, sino en formular las preguntas cuyas respuestas deben ser escuchadas. La empatía requiere indagación e imaginación a partes iguales. La empatía requiere saber que no se sabe nada. La empatía equivale a reconocer un horizonte contextual que se extiende perpetuamente más allá de lo que uno alcanza a ver.» (...)
«La empatía equivale a percatarse de que ningún trauma posee contornos discretos. El trauma sangra. Por las heridas y más allá de las fronteras.»
Una (otra más) obra necesaria... de la misma estirpe de Susan Sontag.
Doctor Arrowsmith
(1925)
“…una novela sobre medicina escrita cuando la medicina todavía se ocupaba de las infecciones tradicionales, la contención de las grandes epidemias y el desarrollo de antibióticos y vacunas. Sinclair Lewis, hijo y nieto de galenos, tenía una gran cantidad de conocimientos médicos: como él mismo reconoció, en su adolescencia tuvo acceso a los casi cuatrocientos volúmenes de medicina de la biblioteca de su padre; además, contó con el asesoramiento del bacteriólogo Paul de Kruif, a quien posteriormente dedicaría su obra.” (De una reseña aparecida en El Imparcial).
Considerada como una de las primeras grandes novelas norteamericanas (por la que su autor recibió en 1926 el Premio Pulitzer -que rechazaría- cuatro años antes de que se convirtiera en el primer escritor norteamericano en obtener el Nobel, antes de Faulkner, Steinbeck, y Hemingway), Doctor Arrowsmith es una obra maestra, uno de los primeros eslabones de la gran cadena narrativa norteamericana.
Es probablemente la primera obra de ficción protagonizada por un científico del ámbito de la Biomedicina. La novela, que fue luego llevada al cine por John Ford en 1931, narra las aventuras y desventuras del médico Martin Arrowsmith, su paso por la Universidad y su decepcionante carrera en la medicina privada y la sanidad pública para, finalmente, consagrarse a la investigación científica, su auténtica e idealizada pasión. En la novela se plantean cuestiones sobre el modelo sanitario público, sobre la Medicina entendida como práctica puramente lucrativa, la investigación básica frente a la investigación aplicada, los "medicamentos milagro", dilemas éticos… temas de plena y total actualidad pero que Sinclair Lewis aborda hace casi un siglo.
Por qué leer Arrowsmith (algunas buenas razones).
Curiosamente, pueden encontrarse algunos artículos que han estudiado cómo se abordan en la novela los avances en inmunología y bacteriología (vid. Lowy I. Immunology and literature in the early twentieth century: “Arrowsmith” and “The Doctor’s Dilemma”. Med Hist. 1988; 32:314-332).
Destacamos las palabras de José Manuel Álvarez, responsable de la última traducción de la novela al castellano: “La medicina y la sanidad públicas parecen estar amenazadas en el presente por esas mismas fuerzas que nos describe Lewis en sus inicios y que parecen hoy mucho más poderosas, insidiosas, amenazadoras e implacables que entonces“. Se comparta o no una afirmación de tal calado y tan rotunda, tal vez convendría no olvidar que –como se dice en la novela- “…el mundo siempre está dejando que haya tipos que impongan estupideces solo porque son de buen corazón.” [Y a veces ni tan siquiera tienen eso...].
El árbol de la ciencia (1911)
Se ha venido señalando el carácter semiautobiográfico de esta breve novela, que en su primera parte narra la vida como estudiante de medicina de Andrés Hurtado. A través de su familia, profesores, condiscípulos y amistades diversas, Baroja realiza una feroz y despiadada radiografía del Madrid de finales del siglo XIX. En la segunda parte cuenta la estancia de Hurtado como médico en Alcolea, aprovechando para mostrar la penosa situación del campesinado (víctima del caciquismo, la ignorancia, la desidia y la resignación), el retorno a Madrid donde trabaja como médico de higiene. (Baroja hace aquí énfasis en la situación de la prostitución de Madrid del siglo XIX) y, finalmente, el desgraciado matrimonio con Lulú, una chica que conoció en sus tiempos de estudiante.
El árbol de la ciencia contiene las características generales que identifican el estilo de la denominada Generación
del 98, de la que Pío Baroja fue uno de sus máximos exponentes. Cabe señalar el
tono pesimista de hastío, angustia y amargura existencial que impregna toda la
obra, la desestructuración familiar y la relación de (mal)trato de la mayoría
de los hombres con las mujeres, consideradas más como objetos que como personas,
la melancolía del pasado, la ausencia de perspectivas y la incertidumbre ante
el futuro. La novela es un auténtico ejemplo de novela de personajes, que anticipa
y prefigura el absurdo del nihilismo existencialista.
(Continuará…)
Interesante serie humanizadora. Gracias por la referencia, Rodrigo; y, con tu permiso, me apropio de los dos ensayos y de la novela de Lewis para enriquecer nuestro particular catálogo de obras literario-médicas.
ResponderEliminarEncantado José Manuel, (faltaría más).
EliminarYa sabes aquello de: "nadie sabe más que todos juntos..." o "todo lo sabemos entre todos..."
Saludos.