Affiche, mai 68
“Lo que la historia nos hurta (…) lo
conquista y nos lo otorga la literatura.”
Lorenzo Silva
Si hemos de ser sinceros, y hablando en términos generales, tiene uno la
sensación de que la revolución,
como la melancolía o el pesimismo de algunos poetas, está algo
mitificada y sobrevalorada.
Desde hace ya unos cuantos años (exactamente desde 2011 en
adelante), Miguel Ángel Máñez escribe y publica la primera entrada
del mes de enero de su conocido blog Salud con cosas, hablando de/sobre la revolución, (en el sentido de innovación, evolución, transformación y/o cambio en la manera
de hacer las cosas en el ámbito sanitario)…
Leyendo el post correspondiente a este año 2018, (Una revolución improvisada) recordaba yo aquel libro publicado en su día por un ya maduro Daniel Cohn-Bendit (que tituló con el acertado nombre de “La revolución y nosotros que la quisimos tanto”), justamente cuando dentro de pocos meses se
cumplirán precisamente los 50 años de aquella otra revolución de mayo de 1968 y acaban también de conmemorarse los 100 años de la revolución bolchevique de 1917.
Tal vez no esté de más recordar que, en su origen, la palabra “revolución” tuvo un significado físico y
no político, histórico, sociológico o cultural; era un término y un concepto
relacionado con la astronomía y se refería precisamente a los movimientos
recurrentes y cíclicos que realizan los astros en el espacio, verbigracia el
giro que efectúa un planeta para volver al sitio de donde partió… Utilizado
metafóricamente en la política a partir del siglo XVII, significó la vuelta o
retorno a una fase histórica anterior, casi exactamente lo contrario a lo que
hoy denota el término. En algún caso, como la revolución americana o la
revolución francesa, se justificaron como restauraciones de un orden de cosas
tradicional violentado por los abusos del gobierno colonial o los excesos del
despotismo de la monarquía absoluta. Hoy las vemos, sin embargo, como una
ruptura radical con lo existente y el inicio de una nueva etapa histórica.
Por lo general, y con mucha frecuencia coloquialmente, suele hablarse de revolución en los ámbitos político, en el social, o en el económico, pero también solemos referirnos a otro tipo de revoluciones, como la científica, la tecnológica
o la industrial,
o bien podemos hablar de las que se refieren a determinados aspectos artísticos, culturales,
sociológicos, o filosóficos (incluso de la revolución sexual).
En fin, uno de los tipos que más nos interesan es el que describió de manera crítica Thomas S. Kuhn en su conocida obra “La estructura de las revoluciones científicas” (ver texto completo aquí) al enfrentarse a la visión positivista de la ciencia dominante en la década de
1960 en los Estados Unidos. El libro fue decisivo para la filosofía de la ciencia, introduciendo conceptos como los de comunidad
científica (cuerpo total de científicos de una determinada disciplina, junto a sus relaciones e interacciones), paradigma (conjunto de prácticas, saberes y realizaciones que definen una disciplina científica durante un período determinado y es compartido por los miembros de la comunidad científica; esta denominación fue sustituida después por la de matriz disciplinaria), o tensión esencial (aquella que está implícita en la investigación científica y se establece entre ortodoxia e innovación, entre conservadores y revolucionarios).
Para Kuhn una revolución científica se produce cuando los científicos encuentran anomalías que no pueden ser explicadas por el paradigma universalmente aceptado dentro del cual ha progresado la ciencia hasta ese momento. Cuando un número suficiente de anomalías significativas se han acumulado en contra de un paradigma vigente, la disciplina científica entra en un estado de crisis, durante la cual se ensayan nuevas ideas, incluso algunas que antes se descartaron. Finalmente, emerge un nuevo paradigma con sus propios adeptos, y ocurre una 'batalla' intelectual entre los seguidores del nuevo paradigma y los que resisten con el viejo paradigma. Cuando una determinada disciplina pasa de un paradigma a otro, -con la introducción de un nuevo sistema conceptual, en definitiva- esto se denomina revolución científica o cambio de paradigma. Ello supone un cambio (a menudo radical) de la visión del mundo.
Bueno, pues tras esta larga digresión, cabe añadir que, como es obvio, el concepto de innovación tiene también mucho que ver con esta idea de revolución en el sentido de transformación, cambio o mejora, pudiéndose hablar de innovación evolutiva, revolucionaria y disruptiva.
Y de todo esto es de lo que nos habla @manyez, de no conformarnos, de explorar y caminar en otras direcciones, de mirar de otra manera, de incorporar e introducir cambios en las organizaciones, de utilizar brújulas en vez de mapas, de no tener miedo (ni pereza) y atrevernos a salir de la zona de confort, mantener nuestros valores, compartir siempre y buscar nuevas (otras) formas de (para) hacer mejor las cosas (incluso improvisando)…
He aquí la serie de primeras entradas del mes de enero
publicadas en Salud con cosas, desde aquella inicial de 2011:
·
2011: “La revolución del folio en blanco”
·
2012: “La revolución de las ideas”
·
2015: “Escape: la revolución de 2015”
·
2016: “La revolución de los valores”
·
2017: “Una revolución sin miedo”
Por todo ello, hoy día, en que la idea misma de revolución parece
haber desertado de la imaginación de nuestros contemporáneos, es muy de
agradecer que nos recuerden que -de alguna manera- puede seguir siendo posible…
Gracias Rodrigo por tu ilustración a lo que las mentes inquietas siempre aspiramos, a la revolución permanente para sobrevivir en un mundo cambiante. M. Bayona
ResponderEliminarEncantado, como siempre, amigo... y gracias a ti por tu amabilidad y fidelidad al blog.
Eliminar[Por cierto, el concepto y la idea de "revolución permanente" es, como seguramente sabes, de Trotsky:
https://es.wikipedia.org/wiki/La_revoluci%C3%B3n_permanente]
Un abrazo.