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martes, 26 de junio de 2018

Sobre indumentaria profesional



Hace ya unos años, en los inicios de este blog, publicamos una entrada, (Batas blancas: atuendo y vestimenta sanitaria), en la que comentábamos un curioso trabajo aparecido en 2005 en el BMJ (Judging a book by its cover: descriptive survey of patients' preferences for doctors' appearance and mode of address) que recogía los resultados de una encuesta que pretendía conocer las preferencias de los pacientes con respecto a la indumentaria del personal médico, fueran de uno u otro sexo, y la forma de presentarse o dirigirse a ellos…

Más allá de interpretaciones antropológicas y de posibles contenidos simbólicos sobre la ropa, los uniformes y las vestimentas más o menos litúrgicas, (básicamente los símbolos no son sino formas de comunicación de mensajes sociales), decíamos entonces que: «En general se considera que un tipo de vestimenta formal es importante en la atención al paciente, y pueden imaginarse varias razones posibles: las expectativas de la sociedad, la tradición, la asociación de la apariencia con la competencia, la identificación de la autoridad, la evitación de apariencias que distraigan... Quizás esta tendencia hacia la vestimenta tradicional deriva de una combinación de factores sociales que se aplican a los "profesionales" o al "éxito" en general, y la vinculación histórica profunda de la indumentaria con la práctica médica, en particular.»

Y añadíamos: «Nos encontramos sin duda en un terreno ‘resbaladizo’ y cambiante, muy condicionado socialmente y relacionado con las ideas, los gustos y preferencias previas, la moda, los valores, la edad y el contexto cultural en el que nos encontremos.»

 Pues bien, en esta misma semana, un artículo de la revista Redacción Médica (¿Cómo debe vestir un médico? Mejor pijama o traje que vaqueros y zapatillas) se hace eco de un estudio transversal más reciente de ámbito nacional (EEUU) sobre este mismo asunto llevado a cabo en la Universidad de Michigan, para examinar las percepciones, expectativas y preferencias de los pacientes con respecto a la indumentaria de médicos/as, que revela que aquellos confían más o menos en ellos/ellas en función de la ropa que vistan.


El estudio, bastante robusto, publicado en BMJ Open, (Petrilli CM, Saint S, Jennings JJ, et al. Understanding patient preference for physician attire: a cross-sectional observational study of 10 academic medical centres in the USA), viene a demostrar que la apariencia física importa y que los pacientes juzgan a sus médicos/as (también) en función del atuendo que llevan en la consulta. La ropa influye en el nivel de satisfacción con la atención sanitaria recibida en más de un tercio de las personas encuestadas. En conclusión, las personas atendidas tienen expectativas y percepciones importantes acerca de la indumentaria médica que varían según el contexto y la región, por lo que el análisis de las medidas sobre el dress code de los médicos para mejorar la satisfacción de los y las pacientes parece importante.


Así, el personal facultativo ataviado con vestimenta informal, como camiseta, zapatillas deportivas y pantalones vaqueros, genera menos confianza entre las personas a las que atienden que quienes van vestidos con ropa formal o pijama sanitario. En todos los casos, tanto formales como informales, así como con el pijama, todas las personas encuestadas valoraban mejor a profesionales que, además, llevaban bata blanca.

El estudio confirma que el atuendo que mayor puntuación obtuvo (el preferido) fue el formal con bata blanca, seguido por el pijama con bata blanca y el formal sin bata, y que los resultados eran los mismos para ambos sexos.

«La vestimenta profesional en Wall Street, en el mundo jurídico-legal y en otros ámbitos es clara. Sin embargo, en Medicina el código de vestimenta es bastante heterogéneo y deberíamos asegurarnos de que nuestro atuendo refleje un cierto nivel de profesionalidad que tenga en cuenta las preferencias de los pacientes», refiere Christopher Petrilli, uno de los autores del estudio y profesor de medicina interna en la Facultad de Medicina de la Universidad de Michigan.

La encuesta, que se realizó a 4.062 pacientes de diez centros médicos, también refleja que la preferencia de los ciudadanos con respecto al atuendo de los facultativos que les atienden varía en función de si se trata de un centro de Atención Primaria, de la consulta de especialistas o de profesionales médicos/as de urgencias.

De esta forma, el 55% de las personas encuestadas prefiere que el médico/a que le atiende en su centro de salud lleve bata blanca, un porcentaje que asciende hasta el 72% de pacientes si se trata de la consulta de especialista en el hospital. Menos importancia le dan a este aspecto en urgencias, donde sólo el 44% de las personas encuestadas creen que el facultativo/a debería llevar la bata.

Sobre la metodología del estudio: entre junio de 2015 y octubre de 2016, se distribuyeron un total de 6.280 encuestas en 10 centros sanitarios docentes de los Estados Unidos, de las cuales se cumplimentaron y analizaron 4.062 (tasa de respuesta = 65%).

El cuestionario de la encuesta (elaborado a partir de una revisión sistemática previa que exploró el papel de la indumentaria de los médicos/as sobre las preferencias y satisfacción de los/las pacientes), constaba de 22 preguntas que indagaban la importancia que tenía para las personas entrevistadas el atuendo de los médicos/as, e incluía fotografías de un médico varón y de una mujer médica ataviados con variadas formas de atuendo, (un total de 7 posibilidades: casual, formal y con pijama sanitario, -en los tres casos con o sin bata-, y con traje), solicitándoles que pensaran en ellos en entornos sanitarios. El cuestionario se administró a pacientes adultos/as atendidos/as bien en consultas externas (ambulatorios/as) o ingresados/as en el hospital.

Para cada fotografía que se les mostró, las personas encuestadas calificaron mediante una escala de 1 a 10 (en la que 1 significaba “alguna preferencia” y 10 “máxima preferencia”), en  qué medida el médico/a que aparecía en ella transmitía la apariencia de tener los conocimientos necesarios para tratarle, si le parecía confiable, comprensivo o accesible, y cómo le hacía sentirse en general.


Las opiniones de las personas que respondieron sobre la importancia del vestido y de la bata blanca fueron agrupadas mediante una escala de Likert de 1 a 5 (en la que 1 significa “completamente en desacuerdo” y 5 significa “completamente de acuerdo”). La satisfacción de los y las pacientes se evaluó basándose en el grado de acuerdo con dos cuestiones: “La forma en que viste mi doctor/a es importante para mí”, y “La forma en que viste mi doctor/a influye en cómo de feliz me siento con la atención recibida”.

El análisis de las respuestas tuvo en cuenta la edad, el género, nivel educativo, raza y número de visitas previas al médico/a.

Los autores concluyen que aunque el atuendo del médico/a no puede reemplazar o suplir una excelente atención clínica, los datos obtenidos sugieren que puede influir en cómo los/las pacientes perciben el cuidado recibido y tal vez sobre lo dispuestos que están a confiar (o no) en sus médicos/as. En una época de centralidad y de satisfacción del paciente, el atuendo del médico puede ser un componente importante -y modificable- en la atención al paciente. Dado que existen percepciones y expectativas diferentes respecto al vestido médico por parte de los pacientes, -en función del contexto y de las diferentes regiones-, parece relevante matizar las medidas que tengan en cuenta y apunten a tales factores. En este sentido, parecen necesarios futuros estudios sobre la implementación de tales medidas en hospital, en consultas externas y en urgencias.

Finalmente parece que en estos confusos tiempos de imposturas y fake news, el hábito sí hace al monje...
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