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sábado, 18 de agosto de 2018

Respeto, compasión, empatía…

        Un médico venda el pie de un niño, mientras su hermano menor observa. [II Guerra Mundial, 1944]

Seguimos intentando desentrañar algunos de las ideas, elementos y componentes que incluye ese elusivo concepto que hemos dado en llamar humanización® de (en) la asistencia sanitaria…


Hablar de humanización supone, de hecho, toda una declaración de intenciones, y en cierta medida es comprometedor, pues nos interpela y reclama la dignidad intrínseca de todo ser humano, los derechos que de ella se derivan y la coherencia con los valores que se sienten como peculiares e inalienables de (en) toda persona. La humanización de la asistencia sanitaria tiene que ver tanto con la relación entre profesionales y pacientes que se establece en la práctica clínico-asistencial, como con diversas actuaciones y factores relacionados con el trato personal (cortesía), el respeto por los valores y la autonomía de las personas atendidas, el contexto en que esa relación se produce y las interacciones entre pacientes y profesionales en otros aspectos no solo cognitivos, sino también emocionales o afectivos.

Sostiene la filósofa Victoria Camps (vid. El gobierno de las emociones. Herder Editorial, 2011) que no hay razón práctica sin sentimientos o emociones. Nadie que no sea ajeno a la psicología o a las neurociencias discute ya esta tesis. Todas las ciencias sociales parten hoy del supuesto (…) de que somos seres emotivos –emocionales- y no solo racionales. Es en este sentido –afirma- en el que el gobierno de las emociones constituye (también) el contenido de la ética en tanto en cuanto consiste en la formación del (un) carácter (ethos) de las personas, de su forma de ser, de su actitud y su disposición para ser justas, prudentes, magnánimas, generosas, valientes o solidarias, sintiendo por tanto todos esos valores como algo propio que deben incorporar a su manera de ser y estar en el mundo.

Humanizar es, ya se ha dicho, una cuestión ética relacionada con los valores y –de acuerdo con el principio de beneficencia– supone la obligación moral de buscar el bien de las personas a las que se atiende. Humanizar las relaciones clínico-asistenciales consiste, por tanto, en impregnarlas de los valores y actitudes propiamente humanos, es decir, acordes con la dignidad humana, tratando a las personas con justicia (equidad), compasión y respeto.

El citado principio de beneficencia obliga a actuar en beneficio de la persona enferma (proporcionando un trato digno y respetuoso con sus decisiones autónomas) y a promover su bien. [Sería inseparable del principio de no-maleficencia en la medida en que algunos la consideran como la primera de sus obligaciones].

Todo ser humano tiene un valor y una dignidad intrínseca, por encima de cualquier circunstancia externa o personal. Esta dignidad nunca se pierde ni se deteriora; es un valor inherente a todo ser humano por el hecho de ser persona. La dignidad humana no puede quedar a merced de la opinión o consideración de los demás; es un valor en sí mismo que no puede ser cuestionado. Otro tema será dirimir aquellas situaciones en que la vida pueda resultar más indigna que digna, pero incluso esta posible delimitación habrá de venir avalada por una asunción previa de respeto, benevolencia y de justicia hacia los demás.

Las personas son un valor absoluto (no relativo) y un fin en sí mismas (no un medio): Decir esto equivale a decir que toda persona merece un respeto absoluto e incondicional, que tiene valor y no precioque no debe tratarse nunca como un mero medio sino siempre como un fin en sí misma, y que es alguien y no algo que se pueda manipular o instrumentalizar al antojo de nadie. [Esta no es sino una de las formulaciones del imperativo categórico kantiano: «Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio.»]

Toda persona es pues, origen y centro de valores morales: libertad (puede decidir por sí misma con autonomía), responsabilidad (puede responder de forma solidaria a los demás), singularidad (cada una es única, irrepetible, insustituible y necesaria en esta vida), etc. pero también de un sinfín de categorías que la definen como tal: racionalidad, actividad, unicidad, autonomía, sensibilidad, misterio, trascendencia, etc.

De hecho, puede decirse que la dignidad es lo más humano que tenemos y que somos; no respetarla es ir contra lo uno y lo otro, es decir, contra nosotros/as mismos/as. En este sentido, la persona enferma tiene una dignidad inviolable. Es más, por motivos de su especial vulnerabilidad su dignidad debe ser igualmente protegida, si cabe con más fuerza. No hacerlo supondría negar la condición y la valía de ser humano digno de existir y de ser a la persona enferma por motivos arbitrarios o, en todo caso, maleficentes e injustos. En el transcurso de la enfermedad poder vivir con dignidad y seguridad, significa que las personas enfermas se vean libres de abuso, explotación y/o malos tratos físicos o mentales; que reciban una atención acorde a su dignidad, que nunca variará, independientemente de la edad, género, patología, etc. u otras condiciones vitales; así como ser valoradas por sí mismas.

Si hubiera que destacar especialmente tres ideas básicas o principales que subyacen a la idea de dignidad y humanización de la asistencia sanitaria serían las de respeto, compasión y empatía. Veamos:

Respeto Del latín respectus (re-specere):
re: hacia atrás, de nuevo, intensamente 
specere: mirar, contemplar, observar.
«Volver a mirar», no quedarse con la primera mirada que hacemos sobre algo o alguien, revisar la primera idea que nos hacemos de algo y volver a mirarlo de manera atenta. Respetar es, pues, ‘tener miramiento’ y consideración por algo o alguien…

Compasión Del latín compassio, del vocablo griego συμπάθεια, compadecer, ‘acompañar en el dolor y en el sufrimiento’ (vid. Maben J et al. In praise of compassion. Journal of Research in nursing. 2009 Vol 15, Issue 1, pp. 9-13).
No es sinónimo de condescendencia ni significa (solo) sentir pena o lástima. En realidad consiste en un sentimiento de tristeza que se siente al ver padecer a otra persona y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo en la medida de lo posible…

Empatía Del griego ἐμπαθής, «emocionado», participación afectiva de una persona en una realidad ajena a ella, generalmente en los sentimientos de otra persona.
Capacidad de percibir, compartir y comprender (en un contexto común) lo que otra persona puede sentir (vid. Davis CM. What is empathy and can it be taught? PHYS THER. 1990; 70:707-711).

Hace unos meses, mi amigo Joan Josep Artells tuvo la gentileza de regalarnos la última obra de Salvador Giner, uno de los sociólogos más reputados de nuestro país, como es bien sabido: Ideas cabales, un conjunto de breves artículos, a modo de glosario, sobre conceptos, ideas o principios relevantes en nuestra cultura. Un volumen muy recomendable para los inciertos tiempos que corren ya que, como señala la contraportada del libro, su contenido elude todo dogmatismo; los artículos son más bien exploraciones documentadas y objetivas [con aparato bibliográfico incluido] que buscan profundizar en las ideas en distintos contextos y, sobre todo, mover a la reflexión. A modo de ejemplo, he aquí lo que explica y recoge S. Giner sobre los tres conceptos a los que nos hemos referido:

«Respeto: Derecho humano universal. Inviolable. Lo merecen en diferente medida hasta los delincuentes. Los más atroces entre ellos, como los nazis que juzgó el Tribunal de Núremberg, fueron tratados en él según ciertas normas mínimas de buena conducta jurídica. En ocasiones frecuentes, como en la de la ‘falta de respeto de un alumno a su maestro’, no suele ser grave. La distribución de mensajes insultantes en internet, anónimos o no, entraña falta de respeto y raya en la injuria, la calumnia y el infundio. El envío y distribución (anónimo o no) de calumnias es un delito. La transmisión de verdades dañinas para el receptor, o de datos fuera de contexto, también es perniciosa. R: Richard Sennett, ‘El respeto’.» [Otra referencia: Josep Maria Esquirol, El respeto o la mirada atenta].

«Compasión: Virtud cardinal. Tan esencial como la caridad. Sentimiento de piedad y fraternidad ante nuestros prójimos, así como ante los animales que padecen. La compasión se siente dentro del alma: es una emoción primaria, radical. Va más allá de la pena y la piedad por el sufrimiento ajeno. Aunque apiadarse por los demás, por un ser querido, de la compasión mana. Alguna religión, como el budismo, ha hecho de ella suprema virtud. Otra religión, la cristiana, ha uncido a su virtud cardinal de la caridad. De hecho, ningún análisis filosófico es capaz de trazar una línea nítida, divisoria, entre compasión y caridad. La gran virtud republicana, la fraternidad (o solidaridad), no deja de estar vinculada a la compasión, si bien es de raíz laica. Ser compasivo es inherente a ser humano.»

«Empatía: Acto de ponerse uno en el lugar del otro. Goza de enorme prestigio, y con razón. Es ardua y emocionalmente costosa. No obstante, su exceso es pernicioso y lleva a la pasividad, mientras que la compasión y la caridad genuinas (que incluyen empatía para serlo) no son nunca malas.»
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Este post es la entrada número 300 del blog. Para ‘celebrarlo’, nada mejor que finalizar con una canción de la reina del soul Aretha Franklin, fallecida el pasado 16 de agosto víctima de un cáncer de páncreas.

La canción “Respeto” es, precisamente, ‘una de las más grandes canciones sobre los sentimientos femeninos que hemos conocido’… In Memoriam:



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