Eugenio D’Ors
«Los clientes no son
lo primero. Lo primero son los empleados. Si cuidas de tus empleados, ellos
cuidarán de tus clientes.»
Richard Branson
En
general, el debate en torno a los y las profesionales de la salud (en lo
referente a la planificación, formación, número, necesidades, demanda,
cualificación, regulación, etc.) suele moverse en medio de excesivas
simplificaciones que, en la mayoría de los casos, no se corresponden con la
realidad. Como señala el conocido informe Right Jobs, Right Skills, Right Places, publicado en 2016 por la OCDE, los y
las profesionales sanitarios/as constituyen la piedra angular de los sistemas
de salud, desempeñando un papel central en la prestación de servicios y
cuidados a la población y en la mejora de los resultados en salud. Los y las
profesionales, empleados/as y trabajadores/as de las organizaciones sanitarias
conforman y constituyen el capital humano, el principal activo y el corazón del
sistema; son ellos/ellas quienes hacen posible la base cultural de unas organizaciones
complejas, basadas en el conocimiento, que deben crecer mediante la innovación
y el aprendizaje continuo.
El
informe citado, con un título bastante significativo, (empleos, competencias y lugares adecuados), describe una serie de
orientaciones estratégicas generales para el diseño y elaboración de políticas sobre
personal sanitario, con el propósito de lograr el objetivo de tener el número y
la combinación adecuada de personas proveedoras de atención sanitaria, con las
competencias y aptitudes adecuadas, proporcionando servicios en los lugares
adecuados, para responder mejor a las siempre cambiantes necesidades de salud
de la población. Incide, además, en la necesidad de rediseñar los programas
iniciales de educación y formación y el desarrollo profesional continuo.
En
este sentido, a pesar del renovado interés por la responsabilidad en el
autocuidado y el creciente papel de la e-health y la m-health,
los trabajadores sanitarios siguen
siendo –de forma abrumadora– quienes de forma directa prestan servicios de
salud a la población. La demanda y el suministro de trabajadores/as sanitarios/as
han aumentado con el tiempo en todos los países de la OCDE, y los puestos de
trabajo en el sector sanitario y social representaban en 2014 a más del 10 por
ciento del empleo total en la mayoría de los países de la OCDE.
Una
gran parte de los debates sobre las cuestiones laborales y profesionales en los
países de la OCDE se refieren con frecuencia –y desde hace tiempo- a la escasez de trabajadores/as sanitarios/as, (sobre todo profesionales de la
medicina) con una persistente preocupación acerca de la futura jubilación de la
generación de médicas/os y enfermeras del baby-boom,
que podría exacerbar dicha escasez. Se trata de un problema al que nuestro Sistema
Nacional de Salud (SNS) no es ajeno pero, para situarlo en su justa medida,
conviene señalar también que, a pesar de las reiteradas reclamaciones y noticias —con frecuencia alarmantes— en los medios de comunicación y en las discusiones públicas sobre la
“escasez creciente”, lo cierto es que el número de médicos/as y enfermeras
nunca ha sido mayor en los países de la OCDE. Obviamente, como ponen de
manifiesto los numerosos estudios llevados a cabo, la situación viene en
gran medida condicionada y determinada por el
modelo sanitario existente en cada país, por la estructura y distribución de los
y las profesionales y sus condiciones laborales, por las grandes
transformaciones tecnológicas, con la incorporación de nuevos recursos
diagnósticos y terapéuticos, y por la complejidad creciente y progresiva que se
vienen produciendo en las ciencias de la salud y en la asistencia sanitaria.
Reconocer
la existencia de una determinada realidad no implica en modo alguno aceptarla
acríticamente y, menos aún, renunciar a modificarla en el sentido que
consideremos adecuado. El estudio más reciente (referido a profesionales médicos/as y elaborado a instancias
del Consejo Interterritorial del SNS) explica las dificultades existentes y
describe algunas experiencias de planificación de recursos humanos para la
salud en diferentes países. Entre sus conclusiones, las autoras señalan: «Es evidente que las condiciones de los
trabajos que se ofertan están detrás de los déficit en algunas especialidades:
plazas poco atractivas en lugares remotos o alejados de grandes núcleos
poblacionales y contratos temporales precarios explicarían las causas del
problema, que no se solucionaría aumentando números, sino yendo a la raíz de
aquellas causas fundamentales. Queda en el aire el problema de que las CCAA
tienen fuertes incentivos a dotar plazas MIR que garanticen una cierta reserva
de profesionales a la que acudir en cualquier momento para cubrir puestos eventuales
sin gran atractivo para los profesionales y con el casi único aliciente de
acumular puntos de curriculum que se puedan rentabilizar más adelante.»
Son
numerosos los retos planteados, pero más allá de cuestiones de número o cantidad, más o menos coyunturales, y por lo
que se refiere fundamentalmente a la calidad y a la formación, importa sobre
todo destacar que el sistema de formación sanitaria especializada (FSE) de
nuestro país está suficientemente reconocido y valorado, y goza de un elevado
prestigio y reputación. No obstante, transcurridos cuarenta años de la puesta
en marcha del sistema, consideramos que es necesario llevar a cabo algunos
ajustes que permitan su mejor adaptación y adecuación a las nuevas demandas y
necesidades asistenciales. Y precisamente porque el modelo de FSE en el SNS ha
sido un modelo de éxito, se impone, alcanzados los objetivos primordiales diseñados
hace décadas, examinar con criterios profesionales y no ideológicos, en qué se
puede mejorar. Para ello, es preciso actualizar muchos de los programas
formativos de las diferentes especialidades, sobre todo teniendo en cuenta los
cambios sociales y la realidad sociodemográfica actual, condicionada por el
envejecimiento de la población, la pluripatología y la cronicidad. Al mismo tiempo, también debemos intentar ajustar la
oferta de plazas de formación de especialistas en ciencias de la salud al
número de egresados de las distintas facultades, siendo conscientes de la
necesidad de mantener siempre la máxima cooperación, colaboración y diálogo con
la Universidad y con las comunidades autónomas, que finalmente serán los
empleadores de estos profesionales en los diferentes Servicios Regionales de
Salud. En este sentido, es preciso también recuperar e incrementar la oferta docente,
que se había visto reducida sustancialmente en los últimos años.
Obviamente
no podemos quedarnos varados en una mera gestualidad reformista. Es (muy)
importante saber escuchar (no solo
oír), ver (no solo mirar), valorar y
tener en cuenta la opinión informada de todos los agentes implicados, Administraciones
Públicas, colectivos profesionales, corporaciones, sociedades científicas y
otros grupos de interés del SNS. Ello debiera permitirnos poder contribuir a la
sostenibilidad del mismo, recuperar derechos y prestaciones y mejorar la
calidad de los servicios a la ciudadanía, trascendiendo en muchos casos debates
miopes, interesados o cortoplacistas, centrados más en la inmediatez y el
tacticismo que en las necesidades reales de pacientes y de la población en
general.
Aunque
vivimos tiempos (muy) complejos, difíciles e inciertos, quienes trabajamos en este
ámbito tenemos la obligación de superar el pesimismo, la resignación y esa
desafortunada y confusa combinación de abúlica pasividad, indolencia e
improvisación irresponsable que, con demasiada frecuencia, hemos visto cómo han
puesto en práctica algunos gobiernos. De aquí que tengamos que seguir empeñados
en esa gran empresa ética de seguir construyendo y creando —al menos
manteniendo— día a día, un sistema sanitario público más justo, más equitativo,
más seguro, más eficiente, de mayor calidad y, en definitiva, más humano. Se
trata de una (hermosa) tarea, conjunta y compartida, a la que todas y todos
estamos convocados.
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Aclamaciones
anto desouza
anto desouza
antondangermany@outlook.com
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