Agentes de policía de Seattle durante la pandemia de gripe de 1918
«Por encima de las
versiones de parte están los hechos. No debe confundirse imparcialidad con
equidistancia, ni los hechos con sus versiones.»
Milagros Pérez Oliva
Día 18 del estado de alarma decretado por el Gobierno: transcurrido ya un primer plazo...
Siniestros
arúspices y profetas del desastre –algunos disfrazados de hombres de ciencia- siguen
pronosticando el apocalipsis y reclaman males sin cuento anunciados
retrospectivamente. Pero hay razones para la esperanza: alguna voz autorizada denuncia la
hipocresía y evidente politización de algunos especialistas, que utilizan
manifiestos como supuesta vía de comunicación científica en el juego mediático
de adhesiones partidistas.
Conviene
pues, observar máxima prudencia, serenidad y comprensión para responder con eficacia y justicia a la gravedad de una pandemia sin precedentes, lo que obviamente requiere valores (honestidad, civismo, solidaridad), conocimiento (ciencias, humanidades) y acción (vid. Ciencia y política en tiempos de incertidumbre).
Frente
al derrotismo que conduce al desánimo y a la desesperanza, frente al fatalismo
destructor y paralizante que acaba en la desmoralización y el desánimo, cabe
recordar las sabias palabras que Cervantes pone en boca del caballero de la Triste
Figura:
«Has de saber, Sancho,
que no es un hombre más que otro si no hace más que otro. Todas estas borrascas
que nos suceden son señales de que pronto ha de serenar el tiempo y han de
sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean
durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya
cerca.»
Don Quijote de La Mancha. I parte. Capítulo XVIII
(Edición de Andrés Trapiello, 2015)
Hace
ya algunos años escuché a mi amigo Rafael
Peñalver equiparar la teoría y práctica de la gestión sanitaria, como disciplina, con la ciencia de la Caballería Andante que
explica también Don Quijote al hijo del Caballero del Verde Gabán:
«Es una ciencia que
encierra en sí todas o la mayoría de las ciencias del mundo, ya que el que la
profesa ha de ser jurisperito y saber las leyes de la justicia distributiva y
conmutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; tiene que
ser teólogo, para saber dar razón de la ley cristiana que profesa, clara e
inequívocamente dondequiera que se le pida; tiene que ser médico, y
principalmente herbolario, para conocer en medio de los despoblados y desiertos
las hierbas que tienen virtud de sanar las heridas; pues no puede andar el
caballero andante buscando a todas horas quien se las cure; ha de ser
astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas horas pasado de la noche y en
qué parte y en qué clima del mundo se halla; ha de saber las matemáticas,
porque a cada paso va a tener necesidad de ellas; y dejando aparte que ha de
estar adornado de todas las virtudes teologales y cardinales, descendiendo a
otras menudencias, digo que tiene que saber nadar, como dicen que nadaba aquel
Nicolás o Nicolao, todo un pez, que podía pasarse un mes en el agua; tiene que
saber herrar un caballo y aderezar la silla y el freno, y, volviendo a lo de
arriba, tiene que guardar la fe a Dios y a su dama; ha de ser casto en los
pensamientos, honesto en las palabras, generoso en las obras, valiente en los
hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos, y,
finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla. De
todas estas grandes y mínimas partes se compone un buen caballero andante. Para
que vea vuesa merced, señor don Lorenzo, si es ciencia de mocosos lo que
aprende el caballero que la estudia y profesa, y si se puede igualar a las más
estiradas que se enseñan en colegios y escuelas.»
Don Quijote de La Mancha. II parte. Capítulo XVIII
(Edición de Andrés Trapiello, 2015)
(Edición de Andrés Trapiello, 2015)
En
las actuales circunstancias, tal enumeración no deja de ser todo un reconocimiento
a la versatilidad, a la resiliencia, al entusiasmo y al conjunto de saberes y habilidades prácticas semejantes
que, junto a un imprescindible compromiso de miles de empleados/as, trabajadores/as
y profesionales clínicos, deben conocer y poner en práctica en estos días muchos
responsables y gestores sanitarios, muy a pesar de esa caterva de epidemiólogos aficionados que lo saben todo
y arreglarían esto en dos patadas si les dejaran (al decir de nuestra
admirada Almudena Grandes).
Porque,
como señalaba hace unos días el citado artículo editorial de EL PAÍS:
(…) «Frente a estas fuerzas oscurantistas que la pandemia amenaza con liberar, al revelar de pronto que incluso las sociedades más fuertes están construidas sobre la fragilidad humana, el más firme baluarte recibido de la normalidad cívica que parece desdibujarse en el inmediato pasado es el Estado democrático. Un Estado que es democrático porque no consiste en un artefacto impersonal del que reclamar soluciones que nadie tiene, sino en un compromiso individual con unas instituciones a las que se reconoce la legitimidad para fijar la respuesta a la pandemia, para buscar y allegar los medios con los que detener sus efectos sanitarios y económicos, y para convocar a los ciudadanos de manera que cada acción diaria, así sea minúscula y elemental, no comprometa el objetivo común.»
Es
una buena noticia saber que en muchos lugares ha vuelto la racionalidad en la toma de
decisiones, y que por primera vez en mucho
tiempo, se está imponiendo el regreso del conocimiento (Antonio Muñoz Molina dixit) frente a la celebración de la impostura y la ignorancia.
Finalmente, en términos del fracaso y del éxito, deberíamos combinar la exigencia y la autoexigencia con la prudente y generosa cautela de quien solo sabe que tampoco posee todas las respuestas. Y recordar que la receta del acierto, la eficacia, el éxito, es escapista, regatea, juega al escondite y se enmascara entre efectos secundarios perjudiciales e indeseados. Pero podemos optar por la decencia contra la indecencia. Por el respeto frente al brutalismo. Por los valores frente al salvajismo. (Xavier Vidal-Folch).
Finalmente, en términos del fracaso y del éxito, deberíamos combinar la exigencia y la autoexigencia con la prudente y generosa cautela de quien solo sabe que tampoco posee todas las respuestas. Y recordar que la receta del acierto, la eficacia, el éxito, es escapista, regatea, juega al escondite y se enmascara entre efectos secundarios perjudiciales e indeseados. Pero podemos optar por la decencia contra la indecencia. Por el respeto frente al brutalismo. Por los valores frente al salvajismo. (Xavier Vidal-Folch).
Seguimos
trabajando...
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma. ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son. Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Estos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre. Pobre. ¡Pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes. ¡Yo no sé!
César Vallejo (1917)
Lina aislada. Marzo de 2020