Para los fines que nos ocupan, este post también podría haberse llamado “La nave de los necios”, “Elogio de la necedad” o “Apología de la ignorancia”, que para el caso viene a ser lo mismo... y aunque en democracia la razón solo la da o la quita el electorado, bien puede ser este un buen resumen del resultado de las elecciones autonómicas celebradas hace unos días en Madrid. También el libro póstumo de Umberto Eco “De la estupidez a la locura”, subtitulado como “Crónicas para el futuro que nos espera” o “Cómo vivir en un mundo sin rumbo” constituye, sin duda, una excelente referencia.
Es indudable que la tontería es una de las cosas más democráticas y mejor distribuidas que existen en el mundo: nadie se queja de tener poca. Hace ya más de quinientos años que Erasmo de Rotterdam en su “Elogio de la locura” (1511) hacía una detallada relación de las "ventajas" de la Estulticia sobre la Razón, indicando lo felices que son los hombres cuando viven arropados por la necedad, situación de la que no escapan ni siquiera los filósofos, los teólogos, los Obispos y los Papas, los Reyes ni los Príncipes.
En el libro, la Locura (Necedad o Estulticia) enumera sus cualidades, da cuenta de sus orígenes y del cortejo que la acompaña para hacer más fácil y agradable la vida del género humano (entre otras la adulación, el narcisismo, la demencia, la pereza, la molicie, la indolencia, el olvido y la voluptuosidad). Se lamenta de quienes reniegan de su nombre, pese a ser grandes beneficiarios de sus dones y efectúa una sátira de los leguleyos, de los médicos y del clero, vanagloriándose impúdica y orgullosamente de su ignorancia y despreciando a los estudiosos y sus saberes.
Que la estupidez y la tontería son un problema transversal e independiente de cualquier otra circunstancia, (como señalara muy acertadamente Carlo M. Cipolla en su indispensable obrita “Las leyes fundamentales de la estupidez humana”), viene poniéndose de manifiesto (casi) a diario en este mundo de nuestras desdichas. De hecho, la formulación de la segunda ley es bastante clara: “La probabilidad de que una persona cualquiera sea estúpida es independiente de cualquier otra característica propia de dicha persona”. Para más detalles véase un post anterior: De la estupidez (y su abundancia).
Entre los antecedentes más notables del asunto que nos ocupa se encuentra una obra satírica y moralista escrita por el teólogo, jurista y humanista Sebastian Brant: “La nave de los necios” o “La nave de los locos” (en latín, Stultifera navis). Publicada originalmente en Basilea en 1494, hasta el s. XVII tuvo una amplia difusión en la Europa de la época, siendo traducida a varios idiomas. Se trata de una sucesión de 112 cuadros críticos acompañados cada uno de un grabado, en los que el autor critica los vicios de su época a partir de la denuncia de distintos tipos de necedad o estupidez.
Michel Foucault dedicó a esta obra el primer capítulo de su “Historia de la locura en la época clásica” y lo relacionó con auténticos barcos de dementes que navegaban por los canales de una ciudad a otra. El Bosco recreó en un cuadro su propia nave de los locos.
En fin, como señalábamos al principio, todo esto recuerda mucho a algunos de los recientes acontecimientos sobrevenidos. Se ha dicho que, tras los recientes comicios, parece que en Madrid ya son libres para ir a misa y a los toros. El terracismo aparece como una gran conquista conseguida tras arduas batallas frente al totalitarismo prohibicionista del gobierno central. En este contexto, ha sido bastante bochornoso ver las manifestaciones de algunos significados intelectuales (obviamente habrá que reconsiderar este calificativo a partir de ahora), apoyando las posiciones más retrógradas y retardatarias del espectro político. Un fenómeno solo explicable en el contexto de la fatiga pandémica que nos asola debido sin duda a una repentina dolencia que haya alterado su percepción de la realidad afectando a su capacidad de juicio y razonamiento.
Acaba el toque de queda y, como dicen algunas voces interesadas, la confusión legal y la chapuza se han vuelto una costumbre entre la irresponsabilidad y la indolencia de los deplorables (según calificara en su día Hillary Clinton a la mitad de los votantes de Trump).
La cosa no queda aquí. Hay un enorme muestrario de idioteces para elegir. Basta abrir la prensa para darse cuenta por ejemplo de que al frente de algunos ilustres colegios profesionales se encuentran personajes majaderos, gaznápiros y cenutrios que no tienen nada que envidiar a los pasajeros de la nave de los necios…
Así, por ejemplo, hace unos meses, poco antes de la aprobación de la Ley de regulación de la eutanasia, el Presidente del Colegio de Médicos de Madrid se despachaba afirmando que «La nueva ley de eutanasia obliga a los médicos a matar a los pacientes» y también: «…la pandemia hubiera sido más grave si la ley de eutanasia estuviera en vigor». La verdad es que se queda uno sin palabras ante semejante desvarío, pero estas declaraciones apenas si merecieron un leve reproche del anterior presidente de la Organización Médica Colegial, que se limitó a decir que eran «un comentario desafortunado» (sic).
Claro que la cosa viene de lejos… cabe recordar que, pocos meses antes, en octubre de 2020, nada menos que el propio Comité de Bioética de España, órgano que cree uno que debiera caracterizarse por la ecuanimidad, solvencia, neutralidad e imparcialidad, por el respeto y el rigor en sus dictámenes, en las conclusiones de un Informe sobre el final de la vida y laatención en el proceso de morir, en el marco del debate sobre la regulación dela eutanasia, emitido de oficio (o sea, gratis et amore y sin que nadie se lo hubiera solicitado) afirmaba lo siguiente: «(…) tras los terribles acontecimientos que hemos vivido pocos meses atrás, cuando miles de nuestros mayores han fallecido en circunstancias muy alejadas de lo que no solo es una vida digna, sino también de una muerte mínimamente digna. Responder con la eutanasia (sic) a la ‘deuda’ que nuestra sociedad ha contraído con nuestros mayores tras tales acontecimientos no parece el auténtico camino al que nos llama una ética del cuidado, de la responsabilidad y la reciprocidad y solidaridad intergeneracional.»
A todas luces una desmesura, que viene a confirmar que la ética no puede estar alejada de la realidad. No está de más recordar aquí las palabras de Mary Parker Follet que hace más de cien años ya afirmaba: «La ética no es estática; avanza mientras la vida avanza… La verdadera prueba de nuestra moralidad no está en la rigidez con la que cumplimos lo correcto, sino en la lealtad hacia la vida que crea y construye lo correcto.»
La última de las tontunas a las que nos referiremos no tiene desperdicio: “Un negacionista al frente de los biólogos de Euskadi”. Otro pintoresco personaje que sostiene que los países con mayor porcentaje de vacunación contra la gripe son los que más mortalidad registran y asegura que la gripe mata más que la COVID.
El negacionismo del decano del Colegio de Biólogos de Euskadi le hace mostrar su ignorancia confundiendo correlación con causalidad: “A más confinamiento, más tasa de mortalidad”. Que la asociación no es causalidad es quizás la lección más importante que uno aprende en una clase de estadística, así que ¡a estudiar, señor decano!