domingo, 25 de julio de 2021

Poesía en tiempos de pandemia

    Laundry at Library of Congress. Washington c.1920.Foto: Shorpy

He aquí un hermoso poema de Joan Margarit incluido en su libro Aguafuertes, de 1995: 


La educación sentimental

«Solía repetirme con su viejo desprecio:
los poemas no sirven para nada.
Me quería instruir en un infierno
donde bajar la guardia es perder la partida,
donde sólo el dinero nos protege
del frío de la edad. Pero en cambio ignoraba
que lo que nos protege es el poema,
que se debe buscar la poesía
por hospitales y juzgados
.
Que más tarde también hablará de la amada.
Hay poesía incluso en las personas
que detestan vivir, como mi padre.
Y tenía razón en su argumento:
a nadie le sirvió, jamás la que él leía.»


Emoción y ciencias exactas, como bien explicaba Javier Rodríguez Marcos en una columna publicada en 2019.

«…Se debe buscar la poesía por hospitales y juzgados», afirmaba en un par de versos el que fuera Premio Cervantes de 2019. Algunos (sin duda de esos que aún se preguntan para qué sirve la poesía) tal vez se extrañarían al leer (es un decir) esas palabras sobre la perenne omnipresencia de la poesía. Son los mismos a los que Jorge Luis Borges (el gran bardo ciego) respondió: «¿Para qué sirve un amanecer? ¿Para qué sirven las caricias? ¿Para qué sirve el olor del café? La poesía sirve para el placer, para la emoción, para vivir.»

Sin embargo, hay pruebas irrefutables de que la poesía es ubicua, de que –como bien apuntaba Joan Margarit- se encuentra precisamente en los dispositivos y artificios de la biopolítica, (Foucault dixit), que son los juzgados y los hospitales, lugares inhóspitos y duros, auténticos templos del dolor humano aunque con demasiada frecuencia deshumanizados:

El pasado mes de marzo el poemario Servicio de lavandería de la poeta Begoña M. Rueda, (que se gana la vida trabajando precisamente en la lavandería de un hospital del sur), fue galardonado con el prestigioso premio Hiperión de poesía en su XXXVI edición:

«Se trata de un libro cohesionado, crítico, lírico sin excesos, poderosamente plástico, con marcados contrastes y finales rotundos. Renunciando al adorno y al artificio, construye una poética humana de la enfermedad y sus secuelas en general y de la pandemia en particular, focalizada en unas coordenadas subjetivas inéditas, intrahistóricas: la de los y las protagonistas anónimos de la Historia desde un lugar invisible: el personal que se encarga de limpiar la ropa en los hospitales.»

(Del acta del jurado)

La prensa más generalista se ha hecho eco recientemente del galardón, lo que le ha dado una enorme visibilidad y publicidad (he tenido ocasión de comprobar que el libro estaba prácticamente agotado, lo que no deja de ser llamativo para un libro de poesía, obligándome a recorrer varias librerías para poder conseguir un ejemplar del mismo):

La poeta que vivió la pandemia en la lavandería de un hospital y lo contó con versos 

La lavandera de hospital que ha ganado casi todos los premios de poesía 

Escrito como las páginas de un diario, la autora explica la sorpresa y la extrañeza que provoca, tanto en quienes leen sus poemas (al saber de su ocupación), como de sus propios compañeros y compañeras de su lugar de trabajo, cuando conocen sus gustos e ‘inquietudes’ literarias:

                                                                                     A 18 de mayo de 2019

 

«El día de la presentación de mi libro

hay quien se acerca a preguntarme

a qué me dedico, si soy profesora.

No es la primera ni la última vez

que a la gente le sorprende

que trabaje en una lavandería,

como si por ello

me convirtiera en peor poeta.

Creía que eras

una mujer con aspiraciones,

es lo más delicado que me responde

una chica en la presentación de mi libro,

me ha mirado tan por encima del hombro

que ha debido de hacerse

daño en las cervicales.»


A 20 de mayo de 2019

 

«Una mañana en la lavandería

Uno de los compañeros se asombra

De que haya publicado algún que otro poemario.

¿Entonces qué haces aquí? Este no es tu sitio,

Me espeta con desprecio,

como si tener inquietudes literarias

me impidiera desempeñar

mi trabajo de manera adecuada, como si

la poesía atrofiara las manos

para planchar y doblar sábanas, me pregunto

por qué molesta tanto y a tanta gente,

que escriba, al final voy a tener

que pensar que estoy

haciendo lo correcto.»

Y sin embargo, Begoña Rueda es una gran poeta que ha escrito y publicado con anterioridad otros seis libros, todos ellos premiados en diferentes certámenes: Princesa Leia (La Isla de Siltolá, 2016), Siberia es un estado de ánimo (Ediciones en Huida, 2017), Reencarnación (Ediciones Complutenses, 2019), Error 404 (Visor, 2020), Todo lo que te perdiste por meterte a monja (Difácil, 2020), y Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa (Aula de Poesía de la Universidad de Murcia, 2020).

Por alguna extraña razón he asociado esta poesía del precariado actual, que persigue y busca la sensibilidad en la inmediatez de una actividad cotidiana, gris, dura y sin concesiones de Begoña M. Rueda, con alguno de los poemas obreristas de la clase trabajadora de Vladimir Mayakovski, leídos en los lejanos años universitarios, en el que reprochan al poeta que se dedique a hacer versos:


El poeta obrero 

 

«Gritan al poeta:

“quisiéramos verte al torno.

¿Los versos?

¡Bobadas!

Eso es para no dar el callo”.

Tal vez

para nosotros

el trabajo

es la tarea más afín.

Yo también soy fábrica,

aunque sin chimeneas,

pero quizá

sin ellas

se pasa peor.

Sé–

odiáis la palabrería.

Talar el alcornoque es vuestro quehacer.

¿Y nosotros?

¿No somos ebanistas’

Transformamos el alcornoque de las cabezas humanas.

Sin duda,

pescar es cosa distinguida.

Sacar la red

y en ellas el pescado.

Pero el trabajo del poeta es más delicado:

pesca a gentes, que no a peces.

Enorme trabajo arder ante el horno,

el rojo hierro templar.

¿pero quién

nos tilda de holgazanes?

Con la lima de la lengua desbastamos los cerebros.

¿quién es mas—  poeta

o el perito

que al hombre el bien material?

Iguales.

El corazón es otro motor.

El alma es otro ingenio.

Somos parejos.

Compañeros, dentro de la masa obreras.

Proletarios de cuerpo o alma.

Sólo juntos

hermosearemos el mundo

y lo impulsaremos con himnos.

Pondremos un dique a los chorros verbales,

¡A la obra!

El trabajo es vivo y nuevo.

Y los oradores ociosos—

¡Al molino!

¡Con los molineros!

A girar las muelas con el torrente de las palabras.»

                                                                                        (1918)

En fin, corran a comprar Servicio de lavandería, una mirada (muy) necesaria, un ejemplo de sencillez, de serena y orgullosa dignidad por el trabajo manual desempeñado, el trabajo bien hecho que denuncia esa precariedad y el olvido que sentía la autora a las ocho de la tarde cuando en los inicios de la pandemia la gente aplaudía "la labor de los médicos y de los enfermeros / pero pocos son los que aplauden / la labor de la mujer que barre y friega el hospital / o la de las que lavamos la ropa de los contagiados".

Mientras consiguen su ejemplar aquí pueden encontrar 5 poemas de «Servicio de lavandería»