Las corbatas de mi padre
«La muerte del padre opera vitalmente como tremendo sacramento existencial. Tras la desoladora aflicción inicial, presidiendo el duelo, va emergiendo poco a poco, como gracia del nuevo estadio, un coraje inesperado que transforma la pena originaria en definitiva inteligencia de nuestra condición mortal movilizando nuestra voluntad de vivir».
Javier
Gomá Lanzón. ‘Inconsolable’. 2017
«Y aunque la vida murió/, nos dejó harto consuelo/ su memoria».
Jorge
Manrique. ‘Coplas a la muerte de su padre’. 1476
«…(aunque millares de personas orientan eficazmente su vida alrededor de sus corbatas…)»
Georges Perec. ‘La vida instrucciones de uso’. 1978
Hace justamente ahora diez años en
su blog «MEDICOACUADROS» Mónica Lalanda
publicaba el post
«Los botones de mi madre». En estos días he recordado y releído esta emotiva entrada en la que explicaba algunas
de las emociones y sentimientos experimentados mientras desmontaba la casa
familiar tras el fallecimiento de su madre. El hallazgo de su caja/bolsa de
botones le sirve para hacer un elogioso recuerdo como homenaje a las mujeres de
su generación, al enorme papel que desempeñaron y a su trabajo abnegado e
imprescindible aunque apenas reconocido en un tiempo gris y de obligado
silencio.
El pasado 14 de agosto murió Paulino, mi padre. Como un aerolito, un golpe inesperado, una zanja oscura cavada por los heraldos negros, una pérdida irreparable, en suma... Fue una persona trabajadora y entusiasta, generosa, divertida y muy vitalista. Noventa y dos años (1931-2024) dan para mucho: con una escasísima educación reglada, (aprendió a leer en una finca mientras cuidaba cerdos), ejerció de albañil, chófer, asistente, mayordomo y ayuda de cámara, (¡de un marqués!), encargado y guarda (¡nada menos que de un castillo!) y, finalmente, fue un brillante y exitoso anticuario autodidacta, experto en cerámica y muebles de época, cuyas restauraciones fueron además ampliamente valoradas y reconocidas por una amplia clientela y por otros profesionales del oficio.
La primera foto con mi padre (1958)
Mientras acompañábamos a mi madre, revisando también viejas fotos, entre recuerdos y anécdotas familiares, resultaba inevitable que cualquiera de los cuatro hermanos o de los nietos mayores, sacara(mos) a relucir sus bromas, viejos chistes o chascarrillos, o formulase alguno de los escasos refranes que le oímos en alguna que otra ocasión, pero que constituían todo un compendio de filosofía práctica para la vida: «Dios aprieta pero no ahoga»; «El dinero no cae por la chimenea» y «No todo es soplar y hacer botellas»…
En su cuarto, primorosamente colocadas
y en orden, guardaba 131 (!) corbatas, un complemento que hasta pocos días antes
de su fallecimiento utilizó durante toda su vida, siempre con indiscutible
elegancia, desde que aquel marqués a cuyo servicio trabajó le enseñara a hacer
el nudo Windsor. Le gustaban las corbatas y presumía de su colección. Muchas de
ellas se las habíamos regalado nosotros, claro.
Clasificadas y ordenadas por mis hermanas la relación era la siguiente:
- 40 de ‘topitos’
- 38 de rayas
- 23 con animalitos y/o motivos de caza
- 12 de estampados ‘artísticos’ (incluyendo diseños de cachemir y otros)
- 10 de colores lisos
- 8 de cuadros escoceses
Confeccionadas en seda, lana o poliéster, había elegantes corbatas italianas, francesas, o inglesas informales de sport, de pala clásica (ancha), regular (standard) o estrecha (slim), correspondientes a distintas épocas y modas.
Se hicieron cuatro lotes para repartir entre los hermanos. (Siempre me había gustado una corbata verde con un estampado de vaquitas; la suerte quiso que estuviera en mi lote, con lo que podré lucirla recordando a mi padre).
Uno intenta buscar consuelo en asideros, referencias, ejemplos compartidos, señales, signos: pocos días más tarde del fatal acontecimiento volví a escuchar la lectura de un conmovedor monólogo dramático escrito y publicado por Javier Gomá Lanzón en 2017, en el que transmite su experiencia directa del duelo tras la muerte de su padre, ocurrida dos años antes. En ese monólogo («Inconsolable») explica el itinerario personal de la pérdida, desde la conmoción inicial hasta la aceptación y el duro aprendizaje de que «somos huérfanos condenados a producir huérfanos. La visión del ESPANTO. El tiempo no cura, solo distrae». (…) «El paso del tiempo, el acostumbramiento y el olvido. En suma: una pomada psicosocial para sanar una herida metafísica» (…) haciendo evidente en este caso «la falta de proporción entre enfermedad y remedio».
«Quizás el duelo no sea otra cosa que aprender a pensar en la pérdida de la persona amada sin pena y sin culpa».
Solo podremos salvarnos recuperando la cotidianeidad y la necesidad de vivir cada momento intensamente para recomponernos de un golpe de esta magnitud. Al final solo queda el ejemplo: «La muerte del padre es una experiencia personalísima en la biografía de cada cual, y al mismo tiempo –qué paradoja– la más común que existe».
Nuestro padre ha tenido una buena muerte. Una muerte plácida y tranquila, en su casa, en familia, con los hermanos acompañando a mi madre en tan difícil trance. Ha muerto con 92 años, tras una larga decadencia y un progresivo deterioro cognitivo que no le impidió relacionarse con nosotros y reconocernos en todo momento. Y es que, como bien recuerda Javier Gomá: «la figura paterna conserva el colosalismo de antaño. Ese señor con el que el niño ha compartido casa y vivencias durante los primeros años de su biografía nunca deja de ser del todo una figura legendaria». En este sentido «los padres no son simplemente personas amadas, son [como] el último animal mitológico».
Concluye el monólogo recordando que, en última instancia, la vida no es sino «LA LENTA GESTACIÓN DE UN EJEMPLO PÓSTUMO. Toda nuestra vida se resume en una demorada preparación de la verdad que entregamos a quienes nos sobreviven. La palabra griega para designar ‘verdad’ es “aletheia” y significa literalmente no-olvido, “a-lethos”, es decir, recuerdo».
Finalmente, alcanzar una vida plena, colmada, ‘cumplida’, significa «aspirar a algún grado de excelencia personal para así cumplir con la máxima moral que dice: “vive de tal manera que tu muerte sea escandalosamente injusta”, en la medida en que esa muerte sea percibida «como un atropello, como un empobrecimiento estúpido del mundo». Así la de mi padre…
Volviendo a las corbatas, apenas se produjo su fallecimiento, cuando le colocamos el traje que había de vestir como difunto, con la elegancia y el porte que le habría gustado en vida, tras ponerle una impecable camisa blanca, tuve muchas dificultades, me equivoqué y tuve que repetir varias veces el nudo de la corbata que él mismo me enseñó a hacer un día, tal vez porque en ese momento yo tenía uno en la garganta…
In memoriam Paulino Gutiérrez Pérez.
Guadamur, 31 de diciembre de 1931-Guadamur, 14 de agosto de 2024